Tenía Chrysta Bell una reválida el pasado lunes en Sidecar y la pasó con nota. Su This Train en directo estuvo a la altura del notable álbum producido por un David Lynch que, sin estar presente en Sidecar, estuvo en la memoria de muchos cuando sonó Sycamore trees. Si el concierto debía servir para acabar de trazar la hoja de ruta emocional de Chrysta con su audiencia en Barcelona los fans de David Lynch pueden respirar. Crónica y fotografías de RUBÉN IZQUIERDO

Podría haber pasado, pero no. A Chrysta Bell podía haberle consumido la losa de la etiqueta, ese calificativo que le he acompañado desde que uniera su universo musical al de David Lynch. Basta con googlear Chrysta Bell y musa para hacernos una idea del alcance que ha tenido la unión musical (¿o deberíamos decir metafísica? del Genio y la Bella. De Chrysta Bell sabíamos que el disco era impoluto pero quedaba la duda del directo. ¿Estará a la altura del mito?. ¿La sabremos disfrutar sin David?. ¿Saldrá cara o cruz?

Las respuestas a tanta duda vital son «lo estuvo de sobras«, «no le echamos en falta, y eso es decir mucho» y «salió, felizmente, una más que justificada cara«, tanto que a muchos se nos hizo corta la presencia magnética y onírica de una musa que ya no es sólo de David Lynch, visto el enamoramiento masivo -sobre todo en las primeras filas, donde la devoción llevó a una bonita comunión entre el público y Bell- que experimentamos los que nos dejamos caer por un Sidecar a rebosar.

Gustó Chrysta Bell en su primera visita a Barcelona, en un cortejo que adivinamos largo a lomos de una elegancia que supo vestir, y muy bien, también en directo

Chrysta Bell, arropada por su banda // R. Izquierdo

Ya hablamos en su momento del papel casi salvador que Lynch jugó en la carrera de Bell, cuyo recorrido artístico hasta entonces era más bien discreto. Agradecida, Chrysta ha sabido  aferrarse con fuerza a esa segunda oportunidad, que comenzó a cristalizar en Polish poem y que ha terminado por florecer en This Train. El concierto resolvió además otros enigmas: quedó claro que en This Train no hay sólo Lynch -por si alguien dudaba de la capacidad de Bell para transmitir en directo, algo de lo que declaro culpable- y que ella, Chrysta, aporta también su cuota de esencia personal, una mística muy trabajada que ha hecho suya potenciando algunos elementos en el escenario, con ese baile poderoso y sensual, pura levitación, con el que se paseó por el escenario, sabiendo premiar cada pausa con gestos de agradecimiento que tuvieron mucho de ritual, algo que el público siempre agradeció.

Y en esa liturgía This Train juega un papel importante. Actúa como leit motiv -el disco producido por David Lynch fue el eje central de la actuación- y convence de principio a fin, dignificando así la aportación de su productor. Y es que, sin estar presente en la sala, había algo de Lynch en Sidecar, sobre todo cuando la banda evocaba el misterio de un productor totémico para bien y para mal.

Chrysta Bell llegó con la etiqueta de musa y se fue, casi una hora después, elevada como artista con discurso propio

Chrysta Bell, en Sidecar // R. Izquierdo

Chrysta Bell supo escenificar como nadie conceptos en ocasiones abstractos como belleza, volatilidad, nostalgia y evocación de los paisajes no vividos. Su cálida puesta en escena -cada canción una caricia, acompañada de un empaque escénico que desmiente nuestros temores de entrada: hay en Bell mucho más que un producto post-Inland Empire, lo que convierte al último film hasta la fecha de David Lynch como el principio, nunca el final de una carrera a la que le pedimos más magia, más evocación lynchiana y más devoción por esa geografía tan acotable a los pasajes lynchianos del mejor Twin Peaks, presente en la noche a través de la versión magistral que nos cayó del cielo con Sycamore trees.

Tuvo el concierto mucho de sensorial, y de ello se valió una Chrysta que supo explotar su magnetismo en el escenario con un porte escénico que ya querrían para sí algunas divas consolidadas, explotando a su vez el buen hacer de una banda que supo arroparla en los momentos culminantes y cubrir los citados pequeños problemas de sonido que no empañaron en ningún caso la velada.

Si Lynch, homenajeado con Sycamore trees, cayó rendido, ¿qué podemos hacer nosotros más allá que aplaudir?

Chrysta Bell, en el rush final de su actuación // R. Izquierdo

Porqué eso fue el concierto: una velada elegante en la que Bell hizo de anfitriona y de discurso, copando la atención en el fondo y la forma a lomos de un disco embriagador, del que supo descorchar su esencia más sutil, alcanzando momentos de gran empaque como Friday night light. Y todo pasó en un lunes, aunque nos habríamos quedado para siempre en ese Friday. Entre el boys y el girls tan bien susurrados, tan poderosamente evocadores, presos de una elegancia infinita.

Falló sólo el murmullo general que se escuchaba desde el fondo de la sala y algún problema de sonido, bien capeado por una banda que mostró hechuras y capacidad para corregir los pequeños problemas que aparecieron mediado el concierto. Minucias si se tiene en cuenta lo brindado por Bell y su banda. Si Lynch cayó rendido, ¿qué podemos hacer nosotros más allá que aplaudir?