Alexander Payne se ha convertido por méritos propios en uno de los grandes retratistas del americano medio con una cuida filmografía que no ha parado de crecer desde que debutara con Citizen Ruth en 1996. Justo después de rodar su gran éxito, la simpática y a ratos corrosiva Election (Alexander Payne, 1999), nuestro protagonista firmó A propósito de Schmidt en 2002 y la premiadísima Entre copas dos años más tarde. Ahora, con Los descendientes, retoma temas recurrentes para entregarnos su obra maestra. Una reseña de ART VANDELAY.

Ficha Técnica: The Descendants, 2011.
Dirección: Alexander Payne. Guión: A. Payne, Nat Fraxon, Jim Rash 
Intérpretes
: George Clooney, Sharlene Woodley, Amara Miller, Beau Bridges, Patricia Hastie.
Fecha de estreno: 20/01/2012

Los descendientes retoma temas ya tratados por Alexander Payne en otras de sus películas. Habla de la muerte, omnipresente en A propósito de Schmidt, y en los traumas personales ocasionados por la llegada inminente de la madurez, aspecto muy visible en el pánico a crecer de los protagonistas de Entre copas. A ambos temas se abraza ahora con esta propuesta que tiene en George Clooney su principal razón de hacer y que termina por ofrecernos un excelente retrato de una familia en crisis abocada a la tragedia tras el accidente de uno de sus miembros.

Al arrancar la trama, vemos a Elizabeth King realizando esquí aquático en Honolulu. Será el único momento que la veamos consciente, lejos de la cama del hospital a la que la trasladan tras sufrir un accidente ese mismo día. El coma profundo en el que entra Elizabeth King llevará a su marido Matt (George Clooney) a tener que retomar su olvidado rol de padre, haciéndose cargo de dos hijas con las que se ha relacionado más bien poco al estar volcado al 100%100 a su carrera profesional. La nueva de Matt no será nada fácil ya que, al trauma de tener que cuidar a su mujer en estado terminal y abrirse de nuevo a sus hijas -Alexandra, la mayor, está del todo distanciada de ambos- deberá afrontar varios negocios relacionados con su familia, con la venta de los terrenos familiares para dar paso a construcciones hoteleras en paisajes naturales de Hawai como eje central.

Los King, casi al completo // Los Descendientes

Como decíamos al principio, Los descendientes retoma temas recurrentes en la filmografía de Payne. Habla de la crisis existencial de que ya ha cumplido con buena parte de las premisas que debía, ofrecer al mundo exterior -el estado anímico del personaje de Clooney no dista de los que padecían Jack Nicholson y Paul Giamatti en los dos films previos de Payne- y lo hace con un poso de melancolía ilimitado que tiene en Hawai otro protagonista principal. La Hawai de Los descendientes no se limita a ofrecernos su imagen idílica habitual, añadiendo al tapiz habitual de playas cristalinas y terrenos idílicos la otra Hawai, aquella amenazada por construcciones a pie de playa, con un ritmo de vida mucho más mundano de lo que podríamos imaginar, introducido todo ello en una genial presentación en off llevada a cabo por el propio Clooney.

El nuevo filme de Alexander Payne es sobre todo un film de personajes, una historia sin artificios donde la naturalidad de los actores -todos ellos inmensos- y su capacidad para ponerse al servicio del guión elevan al film un peldaño más arriba del ya de por sí excelente nivel con el que Payne suele premiarnos. Es esta una historia de emociones, con un estado anímico que bordea la lágrima pero que deja espacio a la comedia para oxigenarnos, y que tiene en misma esencia un poso de autenticidad que la hace grande.

La película es además un tour de force emocional (y emocionante) del mejor George Clooney que se recuerda. El actor de Syriana ofrece un recital de contención por momentos y expresividad en otros que hacen de esta su mejor interpretación hasta la fecha, dejando para el recuerdo escenas memorables y guiando al resto del reparto a una de las mejores películas de personajes facturadas en los últimos años, un feliz reencuentro de la crítica con Alexander Payne, ocho años después de aquella Entre Copas en la que nos sumergió, de la mano de Hayden Church y Paul Giamatti, en las rutas de vino de la soleada California.

Como en el premiado filme de 2004, el entorno que rodea a los personajes vuelve a jugar un papel esencial. Apoyado en el excelente texto encontrado en la novela homónima de Kaui Hart Hemmings, Payne ubica en Hawai una trama de la que extrae todo el jugo posible, completando una riquísima paleta de colores con la que retrata a la misma ciudad, más humanizada que nunca, hasta el punto de hacerle jugar un papel destacado en el transcurso de los acontecimientos, sobre todo en lo referente en su relación con Matt. De esa manera, Hawai vincula a todos los personajes de la trama con una elegancia fuera de toda duda, que eleva a Payne a la categoría de gran narrador. Hawai condiciona la relación de Matt con sus primos, involucrados como están en la posible venta de los terrenos que heredaron de la aristocracia hawaiana, supone un vínculo casi final con sus dos hijas -Scottie, la pequeña, se queja de que es la única que no ha acampado en sus terrenos- y le sirve al propio Payne como metáfora perfecta. Si como decía Dylan «cada hombre es una isla«, Payne utiliza las islas hawaianas para teorizar sobre la soledad del individuo y la necesidad, casi vital,  para tender puentes comunicantes que envuelve la trama.

Presente en todas las quinielas para los Óscars, favorita indiscutible en los Independent Spirit Awards y premiada ya en los Globos de Oro, Los descendientes mejora todo lo apuntado en sus dos excelentes antecedentes y confirma a Payne hasta un notable, y notorio, climax final en el que todo converge con maestría.

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