«Todo el mundo tiene su propia idea de quien era Marilyn, para cada cual significa algo distinto. Ojalá pudiese seguir interpretándola el resto de mis días«. Quien habla es Michelle Williams, la última actriz en ponerse bajo la piel del mito , alguien que lo ha hecho desde la admiración de quien «cuando era pequeña tenía una foto suya en la pared de mi habitación«, y quien busca acercarse a Norma Jean «antes de convertirse en el mito que fue después«.

Michelle Williams, una imagen promocional de la película

Michelle Williams ha logrado con Mi Semana Con Marilyn una acertadísima vinculación al mito, algo que sintió en el mismo rodaje. «Caracterizada como Marilyn, andando como ella, sentí el placer que ese tipo de atención no el de ellos, el mío«, añade. La Marilyn Monroe de Michelle Williams nace del respeto y la devoción de la actriz y del deseo de su director, Simon Curtis, en huir del icono y centrarse en la actriz. Una reseña de RUBÉN IZQUIERDO.

Ficha Técnica: My Week With Marilyn, 2011
Dirección: Simon Curtis. Guión: Adrian Hodges 
Intérpretes
: Michelle Willias, Eddie Redmayne, Julia Ormond, Keneneth Branagh, Judi Dench.
Fecha de estreno: 25/02/2012

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En el deseo de ambos, la voluntad del director y la actriz em bucear en la mujer que vivía en el interior del mito, nace Mi Semana con Marilyn, se entiende su esencia  y se disfruta los pormenores del rodaje del film con la que se emparentó con Lawrence Olivier en un rodaje harto complicado que enfrentó sus respectivas cosmovisiones cinematográficas con una Marilyn muy tocada en lo emocional que puso en jaque al resto del equipo.

El film, tal y como cuenta su guionista Adrian Hodges en las notas de producción, termina por ser más una «ventana a la vida de Norma Jean que un retrato de Marilyn«, analizando como encaró el film -aunque su relación con Paula Strasberg, con el propio Olivier o con Arthur Miller daban quizá paro algo más- y como encaró un rodaje que afrontó con muchas inseguridades, reflejándose en el filme algunas de las inseguridades que sufrió a lo largo de su carrera como actriz sin que ello afectase el increible magnetismo que lograba desprender después -ojo al momento en el que Olivier disfruta en la intimidad uno de los momentos musicales ya editado del filme, en el que la fotogenia y el carisma de Marilyn inundan la pantalla y congracian al dramaturgo consigo mismo durante un breve instante-.

El film centra su mirada en el verano de 1956, seis años antes de su muerte, con la actriz en la cúspide de su carrera. Recién casada con Arthur Miller, Marilyn visita por primera vez el Reino Unido para unirse a una producción auspiciada por el propio Olivier, que buscaba su gran éxito comercial en Hollywood asumiendo además las tareas de realización. Cuando Miller abandona Londres para volver a Estados Unidos, el equipo de producción debe asumir el reto de cuidar a la actriz, conflictiva por sus propias inseguridades y atada a Paula Strasberg, rocosa seguidora del Método, algo que crispa a Olivier durante los ensayos y que vulnera la relación entre ambos prácticamente desde el primer día de trabajo. Marilyn encontró apoyo en el tercer ayudante de Dirección, un Colin Clark recién llegado al cine que se convirtió en uno de sus pocos apoyos y que introdujo a la actriz en el ritmo de vida británico, permitiéndole escapar del angustioso ritmo de trabajo perpetuado por Hollywood.

La caracterización de Williams como Marilyn, excelente

La relación entre Clark y Monroe -hay mucho de hagiográfico en ella, claro- se explica a través de los dos libros a modo de memoria que el propio Clark lanzó en su momento: El Príncipe, La Corista y Yo y el publicado años después Mi Semana Con Marilyn, que recoge buena parte de la relación plasmada entre el ayudante de dirección y la actriz durante el convulso rodaje de la película, rememorando una semana «mágica y el retrato fugaz de la mujer que había» bajo la imagen del mito, según se refleja en las Notas de Producción de la película, algo a lo que la interpretación de Eddie Redmayne, visto en Los Pilares de la Tierra, ayuda, visto el aturdimiento constante en el que transita.

El filme homenajea también a un cine que, como el The Artist, dejó de existir hace mucho. Aunque la película se centra más en la figura de Norma Jean que en la filmación en sí de la película, el filme de Simon Curtis nos acerca al cine en Technicolor de finales de los años 50, a sus texturas y colores y al modo de trabajar -del dramaturgo Olivier a la metodista Monroe- que caracterizaba la época. La apuesta de Curtis logra sus frutos al mostrarnos las diferentes texturas, diferenciando los momentos en los que se introduce dentro del film -la reproducción del Technicolor es sublime- de la acción que transcurre fuera de ella, cuando todo queda sujeto a la por otra parte excelente caracteritzación llevada a cabo por Williams.

Williams se ha sumergido en el mito Marilyn de un modo excepcional

Después de interpretar a Marilyn o me retiro o sólo me dedico a Chejov o Ibsen, ha sido como volver a nacer como intérprete.

Michelle Williams, admiradora «desde niña» de Marilyn Monroe sale airosa en su reto a la hora de dar vida al mito, y lo hace tanto como la interpreta fuera del set a cuando se mimetiza con ella en el interior del relato. La actriz ha comentado en varias entrevistas que la devoción que sentía como ella de niña se debía más a su imagen que a sus propias películas. «De niña no las conocía, pero sentí una gran atracción por su imagen física», ha comentado en varias ocasiones al tiempo que indica que «para entonces, no había visto ningún film suyo».

Uno de los grandes aciertos de Michelle Williams es del acercarse a la figura de Marilyn bajo diferentes ópticas. Williams capta su vulnerabilidad en el plató -la escena del primer ensayo es simplemente magistral, con Olivier atónito ante los miedos de la diva- y se crece en los números musicales con los que Monroe dejó sin aliento al set, algo que Williams también consigue en los momentos en los que el torrente visual de Marilyn se desboca ante la pantalla.

Un filme complicado
Visto con el tiempo, El Príncipe y La Corista resulta una película extraña. Hay un momento en Mi Semana Con Marilyn que Lawrence Olivier -magistral Keneth Branagh interpretando a uno de sus grandes ídolos- señala derrotado que quiso acercarse a Marilyn para rejuvenecerse y que, visto en pantalla, se siente mucho mayor que antes de conocerla.

La reflexión resume bien la imposibilidad de unir dos estilos de entender el cine -la vida, en realidad- de manera acertada, y el intento baldío de Olivier en lograr adentarse en la cosmovisión de Norma Jean/Marilyn Monroe y hacerla suya. Ello se deja sentir quizá en la propia película -quien esto escribe vio El Príncipe y La Corista hace apenas un mes y conviene apuntar que el film ha envejecido mal, a diferencia que algunas de las obras maestras en la que participó la actriz, cuyo gran éxito llegó de hecho justo después de participar en la película de Olivier con Con Faldas y a Lo Loco, sufriendo un cierto sentido naïf que le dejó, en cambio, sus primeros grandes reconocimientos como actriz. Marilyn logró de hecho con el film de Olivier un David de Donatello italiano, además de ser nominada al Globo de Oro -que acabaría ganando con la citada comedia dirigida por Billy Wilder– y al BAFTA.

Julia Ormond y Kenneth Branagh, en el film

Una apuesta personal. ¿Una lucha de clases?
En su excelente Enciclopedia de Marilyn Monroe, Adam Victor reflexiona sobre la colisión de «la clase alta con la baja dentro y fuera de la gran pantalla» en la que fue la primera -y de hecho última- producción de Marilyn Monroe Productions, algo que también queda reflejado en el film con una reflexión en voz alta de Olivier, quien se pregunta si la actriz llegará puntual «al rodaje que ella misma está pagando«.

Es probable que a Olivier le costase horrores saberse bajo las órdenes, es un decir, de una actriz a la que nunca llegó a tomar en serio durante el rodaje, y ante la que sólo se rendía viéndola en pantalla. El célebre dramaturgo ya había interpretado el texto en los escenarios teatrales junto a su mujer Vivian Leigh -uno de los pocos reproches al film aquí analizado sea lo poco que se trata al personaje de Leigh, presente en el rodaje y autora eso sí de algún pequeño gran momento en el film, cómo cuando capta el deseo de Olivier hacia Monroe– y sólo aceptó participar en el proyecto a cambio de figurar como Director y coproductor del mismo. ¿El resultado? La asociación imposible entre el gran tótem de la escena londinense con la última sirena de Hollywood, hielo sobre fuego edificado sobre algunos de los problemas que acostumbró a rodear a la propia Marilyn a lo largo de su carrera como actriz: absentismo laboral, impuntualidad y un nulo entendimiento a la hora de entender la aproximación a sus respectivos personajes.

Según cuenta Adam Victor en la citada obra, algo que por otra parte también vemos en el filme, Olivier apenas soportaba a Paula Strasberg, quien interfería constantemente en sus órdenes como director y a quien no le dirigía la palabra. El resultado fue una escalada de tensión entre Marilyn y el resto del equipo -algo que pesó sobre la conciencia de Monroe al acabar el mismo- y una película desigual en la que terminó por robarle todo el protagonismo al intérprete británico, logrado cierto reconocimiento por parte de la crítica -diarios como New York Post, Los Angeles Times la dejaron bien, aunque The New Yorker o The New York Times fueron menos amables con su recepción- en una película que no pasó a la historia del Séptimo Arte pero que sirvió para definir bien el sentido mismo de una época ya pasada que puso en jaque a un mito como Olivier en su deseo de domar a la leyenda que ya por entonces era Marilyn Monroe.

Williams confiere a Marilyn un marcado acento nostálgico