De Will Oldham nos gusta su aspecto solemne.Tiene algo de reverendo del folk, de leyenda asumida a golpe de música seca, letras poderosas que le revelan como autor entre autores. Por encima de la media y ajeno a las modas, Oldham es un mito barbudo, puro desaliño, que no parece tomarse demasiado en serio a sí mismo. A Will Oldham, puede que el mejor cantautor de la década, le precede una discografía que, por inacabable, escapa a la etiqueta formal de nuevo rey de. El suyo es un reinado simbólico, sin corona ni artificio. Natural.

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A Oldham, Bonnie «Prince» Billy de aquí en adelante, le importa poco el que dirán. Con fama de enigmático y solitario, se prodiga poco en entrevistas y se vuelca en la música, completando un catálago de vértigo en un tiempo casi record. El pasado 22 de octubre, antes de su paso por el Casino de L’Aliança del Poble Nou -en una reciente entrevista para Shook Down Maria Rodés habló de su concierto como uno de los mejores de la temporada, actuó en el ExpoCoruña de Galicia y, lejos de hacer lo que mandan los cánones, presentar los temas de su nuevo trabajo –Wolfroy goes to town salió al mercado este 2011- reinterpretó su obra más reciente repasando parte del legado facturado desde 2009. Fue un show, dicen, hipnótico y reverencial en el que dejó clavados en la butaca a las 300 personas que llenaban el recinto. El concierto apenas incluyó dos temas de su nuevo trabajó. A nadie le pareció importar. Pródigo como pocos, su discografía ha asumido tal volumen que puede permitirse actos como éste sin que alce un sólo reproche. A Bonnie «Prince» Billy, nuevo rey del folk, se le rinde pleitesía por lo que es, la figura más decisiva del folk norteramericano de la última década, más de lo que por presenta.

Actor antes que cantante -debutó con un pequeño papel en Matewan, film del icónico John Sayles en 1987 interpretando a un abnegado reverendo y en 2005 retomó su faceta como actor en Junebug (Phill Morrisson, 2005), film de culto injustamente maltratado en nuestro país-, «Prince Billy» muestra hoy un prestigio creciente que tiene como punto de inflexión simbólico la versión que Johnny Cash hizo de su  «I See Darkness» allá por el año 2000, cuando le incluyó en su American III: Solitary Man. Desde entonces, la comparativa es recurrente, y la tendencia en incluir a «Prince» Billy y los que siguen su evolución natural, a cada nuevo disco que edita, recurrente.

Solitario hasta el paroxismo y de vuelta a su Louisville natal,su fama de  uraño nos sirve para tejer su un retrato que se extiende en quince álbumes repartidos a través de sus diferentes apariciones artísticas (de Palace Brothers a Palace Music, pasando por PalaceWill Oldham y Bonnie «Prince», nombre artístico que tomó en 1999 y del que no parece dispuesto a separarse en próximas fechas.

El suyo es un folk con ecos de country y algo de americana. Tiene un alma desgarrada, trufada de sarcasmo puro, y desprende el humor corrosivo de los genios multifacéticos que conjugan su obra al margen de la crítica. Parte de ese cinismo se dejó ver en dos de sus trabajos más recientes como actor. En Tripping with Caveh (Caveh Zahedi, 2005) se dejaba grabar consumiendo setas alucinógenas junto a a su director, Caveh Zahedi, mientras que en Old Joy (Kelly Reichardt, 2006) daba vida a un ex adicto a la marihuana que decide pasar unos días en compañía de un amigo practicando deportes de aventura.

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¿Qué más podemos decir de Will Oldham?. Lo tiene todo para heredar tronos vacantes. Letras poderosas, voz privilegida y melodías por encima de la media. A veces, cuando acumulas un talento ilimitado y lo liberas, el experimento sale rana. Otras, la lógica se cumple sale bien. Es el caso de Oldham. El de Bonnie Prince.

Un reportaje de Art Vandelay