Low son, en disco y en directo, una institución del mejor (minimalismo) rock. Y, a pesar de que el pasado martes presentaron el complaciente y algo tibio C’mon, su puesta en escena volvió a ser totalmente arrolladora. Por HR PREZBO

Son batería (sin bombo), guitarra y bajo, pero les bastan treinta segundos para convertir sus conciertos en una misa hipnótica y turbadora. Las voces al unísono de Alan Sparhawk y Mimi Parker tendrían que ser ya patrimonio de la humanidad.

El repertorio estuvo bien escogido. Algunos temas del último (como la estimable Try to sleep o la que cerró la noche, 20$), pero también significativos himnos de su larga trayectoria como Canada, Murderer, California y una imponente Sunflower capaz de convencer al más ateo.

Low, en una imagen promocional para su último trabajo

Como decía Nando Cruz en un tweet del día después del concierto: “Ayer, LOW tocaban Sunflower y leías en las caras del público: Qué bien estoy aquí dentro. En este concierto. En esta canción».

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Low volvieron a ser bálsamo, pero también tensión. Si en su último disco rezuman azúcar, su directo todavía es peligroso, con fugas al ruido y al crescendo (sin abusar, como otros). Su magia es inigualable: consiguen casar lo bello con lo oscuro, lo mínimo con lo grandioso, lo transparente con lo turbio.

El videoclip incrustado corresponde a un directo para KEXP