Hoy arranca la primera entrega de Bulevard, sección mensual en la que Rubén Izquierdo repasará obras imperecederas sin conexión aparente entre ellas. Un recorrido vital por obras literarias, cinetográficas y artísticas que gozaron de gran repercusión mediática en el momento de su estreno.  Por RUBÉN IZQUIERDO

A principios de los años 30, una estrella de cine cobraba prácticamente lo mismo por hacer programas de radio en los que la publicidad contaba un papel importante que por participar en una película de un gran estudio

Hubo una época en el que la radio lo dominaba todo. Hablamos de los años 30 estadounidenses, cuando la Gran Depresión azotó con fuerza el día a día de la sociedad norteamericana. «A lo largo de 1932 hubo más de trescientos programas de radio. La mayoría de ellos apena era digerible para el consumo humano«. La queja es de Cyrus Fisher, redactor de la revista Forum en pleno balance y análisis de la parrilla radiofónica del país en 1933. Cierto o no, el potencial comercial y mediático de la radio era gigantesco, con más de quince millones de audiencia potencial, y un puñado de grandes marcas comerciales a la pesca de la mismas.

Si para las marcas el magma radiofónico era un inmenso océano en el que extender sus redes, para los actores que actuaban como ganchos radiofónicos la oferta era todavía más apetecible. El interés de las grandes compañías del momento elevaba sus cachés como la espuma, y para una notable mayoría de actores resultaba más rentable tener un programa propio en la radio que actuar en el cine, por no hablar de las comodidades que suponía el medio, sin necesidad de memorizar los guiones ni de someterse a largas sesiones de maquillaje.

Detalle de la portada del libro // Tusquets

En el prólogo del libro que aquí comentamos, de hecho, explican como el salario de una estrella como la Garbo en MGM era casi el mismo que el podían ganar otros nombres en programas radiofónicos en el prime time, con el único peaje de tener que cantar las excelencias del sponsor en directo, de pasta dentríficas a aceite refinado.

En esas estábamos en 1932, cuando Standard Oil y Colonial Beacon Oil unieron sus fuerzas para patrocinar una serie de programas de lunes a viernes con los que patrocinar a dos de sus productos estrella, la gasolina Esso y el aceite de motor Essoluble.Las dos compañías lo dejaron todo en manos de la agencia de publicidad McCann-Erickson (que tiempos, cuando las agencias publicitarias llevaban los apellidos de sus socios!) y estos idearon el Five Star Theatre, un macro-programa de variedades que ofrecía cada día de la semana un programa diferente, cada uno con sus propios presentadores y secciones.

La niña bonita del mismo fue Beagle, Shyster y Beagle Abogados, serie que tenía como protagonistas a dos de los hermanos Marx -la presencia de Harpo en un programa de radio carecía de sentido- en un momento en el que el por entonces cuarteto estaba comenzando a hacerse con un nombre, gracias al éxito de Los Cuatro Cocos, El Conflicto de los Marx, Pistoleros de Agua Dulce y Plumas de Caballo, primera tetralogía antes de los grandes éxitos de los hermanos -reducidos ya a tres en sus films más destacados- habían logrado en la escena cinematográfica.

Chico y Groucho, sin caracterizar

Sin Harpo ni Zeppo, que fue poco a poco reduciendo sus colaboraciones con el resto de los hermanos, Grouco y Chico asumieron el mando para tomar los roles del abogado Waldorf B. Beagle (Groucho) y su incompetente pasante Ravelli (Chico), personajes con los que se repartieron los cerca de 6.500 dólares semanales que las dos compañías publicitarias destinó para el programa.

El programa no escondía secretos. Vivía de la (magistral) verborrea de Groucho y de los golpes de genio (estudiadamente italianizados) de Chico, y recogía parte de la esencia de los mejores Marx, los ya vistos hasta entonces y los que quedaban por venir. Sirvan de ejemplo algunas frases sueltas, extraídas de los guiones

CHICO: ¿Qué que hago aquí? Yo vigilo los regalos y Mr. Flywhel me vigila a mí, pero no tenemos a nadie que vigile a Mr. Flywhel

GROUCHO: Va a quedar una carta primorosa. Ravelli, quiero que haga dos copias con papel carbón y tire el original. Y cuando termine, tire también las copias de papel. Envíe sólo el sello.

CHICO: ¿Cuánto me va a pagar? Cuesta mucho no robar nada…

GROUCHO: ¿Cantá usted de oído? Intente usted usar la boca. Notará una mejoría.

CHICO: Hay que darse prisa en construir la casa porqué me parece que la pintura está dentro.

GROUCHO: ¿Jubilarme? Siempre he pensado que mi jubilación será una de las mayores contribuciones a la profesión que el mundo haya conocido jamás

Y así, cada semana, desde el 28 de noviembre de 1932 al 22 de mayo de 1933, 26 hilarantes capítulos que pueden escucharse desde Archive.org, cuyo contenido aquí destacados.

Groucho y Chico, Abogados, como elemento literario, tiene un valor relativo y volcaba parte de su suerte en las caracterizaciones vocales de sus dos protagonistas. La totalidad del texto son las transcripciones de su hilarante guión, que tenía en el modo de ser narrado un importante activo. Fueron textos para ser hablados más que recitados o intepretados, y no por unos cualquieras, sinó por dos de los más brillantes charlatanes -en el mejor sentido de la palabra, de la gran comedia americana-. Aún así, supera en mucho la media de casi cualquier obra humorística de hoy, por no hablar de la vigencia del texto.

Transportado en el tiempo, el guión de la serie parece escrito ayer. Su protagonista es un abogado sin fondos acuciado por las deudas -para ser más de nuestro tiempo tendría que ser periodista, supongo- y algunas de las situaciones parecen, convenientemente pasadas por el filtro marxista- sacadas de las noticias de hoy. Flywheel acuciado por el casero, Flywheel sin poder pagar las nóminas, Flywheel sin llegar a fin de mes. Parte de los gags del programa se apoyaban en el contexto social de su época, la Gran Crisis, quizá la única que podría competir con las miserias del hoy.

Esa sensibilidad suya a la hora de hacer arte de las penurias de la época (¿puede ser ser el Arte así, en mayúsculas,  un ejercicio de Humor?) se dejó ver también en parte de su cine. Los tres hermanos siempre acababan envueltos en una trama de lo más recambolesca por evitar el cierre de un circo, un deshaucio o salvar una compañía de Ópera. Justicieros del humor, la carga social no escapaba de Flywheel, letrado cantamañanas y vividor, experto en eso llamado supervivencia y de torear a Ravelli, personaje que incluía casi todos los tics del imborrable Chico, una relación embaucador/embaucado que explotaron a lo largo de su carrera. Valga como muestra Un Día En Las Carreras.

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Decir si era mejor el Groucho radiofónico o el cinematográfico seguramente no lleve a ningún lado. En el cine, Groucho podía potenciar una comicidad física a la que supo sacarle partido -sus andares, los arqueos de ceja e incluso algunos de los a menudo criticados números musicales insertados en sus films son la mejor prueba-, mientras que en la radio lo confiaba todo a su labia, seguramente su mejor arma. Pero hubo también otro Groucho, el literario, que dejó obras imperecederas. Quizá no sea necesario hablar de Groucho & Yo, su autobiografía y obra más conocida, y convenga centrarse en Hola y Adiós, precioso epitafio biográfico escrito por Charlotte Chandler, en el que una joven redactora de Playboy acabó convirtiendo en libro la entrevista pactada con el ya por entonces octogenario Groucho. Algunas de las reflexiones incluídas ahí nos ayudan a acabar de trazar su hoja de ruta emocional. Pequeños reflejos de un genio.