Este quinto disco de Bob Dylan es especial en muchos aspectos. En primer y destacado lugar porque constituye el inicio de la transformación del genio de Duluth hacia la electrificación. Surgido de las raíces del folk y de la música tradicional americana, Dylan rompió parcialmente con su habitual imagen de cantante intimista y comprometido, conectó su música a los amplificadores y aumentó considerablemente los decibelios para sorpresa y disgusto de muchos. Por Alberto J.P.

Tres canciones tocadas a todo volumen con guitarra eléctrica (entre las que se encontraba una frenética versión de Maggie’s Farm) provocaron la indignación de la muchedumbre que se había acercado para escuchar al joven cantante

Dylan, en una imagen de archivo

Todas las biografías y documentales hablan de este hecho como uno de los más decisivos en la carrera del compositor, rememorando los abucheos que recibió en el festival de folk de Newport del 65. Tres canciones tocadas a todo volumen con guitarra eléctrica (entre las que se encontraba una frenética versión de Maggie’s Farm) provocaron la indignación de la muchedumbre que se había acercado para escuchar al joven cantante. Su actitud impasible y la atronadora guitarra del soberbio Mike Bloomfield suponían toda una provocación. Y aunque, según cuentan, Dylan quedó sumamente afectado por la reacción de su público, el incidente no le impidió seguir progresando como músico y ampliando sus horizontes.

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Tal vez esta fue la primera ocasión en la que el artista demostró que no existirían etiquetas para clasificarle. Hombre de las mil caras, capaz de cambiar del judaísmo al catolicismo más devoto sin apenas despeinarse, pese haber concedido centenares de entrevistas nadie ha conseguido comprender aún quién demonios es en realidad Bob Dylan. Cuando un amigo me regaló el libro de Jonathan Cott Dylan sobre Dylan, traté de dilucidar algo sobre tan enigmático personaje. Sin embargo, tras leer las 31 entrevistas que recorren diferentes etapas de su vida, me quedé con más preguntas que al principio. Encontré fragmentos con reflexiones brillantes, pero también pasajes prácticamente indescifrables. «Al final concluí que Dylan es un mito que hemos creado en base a un hombre que disfruta desconcertándonos. Su don para la ambigüedad fascina y crispa a partes iguales». Si bien su capacidad para renovarse y sorprender es identificada por muchos con la genialidad, esa actitud esquiva y displicente que le caracteriza ha irritado a muchos otros a lo largo de su carrera.

El lanzamiento de Bringing it all back home fue un claro ejemplo de esta dualidad de opiniones. No dejaba de resultar paradójico que la presunta traición del músico hacia sus orígenes le reportara en aquel momento el mayor éxito comercial de su carrera, alcanzando el puesto nº 6 de las listas Billboard de USA y posiciones aún mejores en las listas británicas. Dylan se asentaba como músico de masas y sus giras por Inglaterra se convertían en un contrasentido; mientras algunos le gritaban “¡Judas!” al subir al escenario, centenares de fans le perseguían a la salida de los conciertos o le esperaban frente a su hotel. La célebre provocación no había dejado indiferente a nadie. El single Subterranean Homesick Blues se convertía en un record de ventas y la famosa grabación del año 67 -donde vemos a un Dylan mudo mostrando carteles con fragmentos de la letra- es hoy considerada uno de los primeros videoclips de la historia.

Dylan, en una imagen de la época

Todas las letras del disco destilan sin excepción ese descarnado ingenio dylaniano que revolucionó la música de finales de los 60. El talento del cantautor en esta época era, además, un manantial inagotable de inspiración para tantos otros músicos; en pleno auge de la beatlemanía, y con McCartney, Lennon, Ringo y Harrison asistiendo a los conciertos de Bob como fans entregados, el joven de Duluth parecía tener todas las respuestas para las generaciones futuras. Con el lanzamiento de los posteriores Highway 61 y Blonde on blonde completaría una trilogía que le reinventaría a sí mismo y demostraría al mundo que el rock puede ser un medio igual o más efectivo para entregar temas llenos de contenido.

Si escuchamos el LP una sola vez podemos advertir ya esa transición hacia un nuevo sonido con acompañamiento eléctrico sin renunciar a los orígenes. Tras iniciar el álbum con enérgicos temas de blues-rock como On the Road Again o Outlaw Blues (notablemente versionado por los White Stripes en Under Blackpool Lights) la cara B del vinilo regresa al estilo tradicional de Dylan, con canciones de corte folk como Mr Tambourine Man o It’s all over now baby blue, que adoptan aquí una nueva dimensión en lo que a composición se refiere.

El nombre Bringing it all back home hace referencia a las influencias recogidas por el autor en sus anteriores viajes por las islas británicas. La portada contiene también algunos detalles sugerentes; en ella podemos apreciar varios discos de cantantes influyentes como Robert Johnson o Eric Von Schmidt, e incluso uno del propio Dylan, todos ellos esparcidos en una cama en la que yace la mujer de Albert Grossman, el manager de Bob durante aquellos primeros años.

La grabación del álbum tuvo lugar en dos únicas sesiones de dos días consecutivos, sin apenas ensayos. Según explican los músicos Al Gorgoni, Kenneth Rankin y Bruce Langhorne, se aprovechó la primera toma de la mayoría de las canciones y las sesiones se desarrollaron de forma espontánea e intuitiva. El inicio de la canción Bob Dylan’s 115th dream es un buen ejemplo: tras soltarse Dylan con la primera frase, rompe a reír al ver como toda la banda le observa perpleja sin saber cómo acompañarle. Los métodos del cantautor eran por entonces bastante desconcertantes y poco sistemáticos; un caos que, pese a todo, le llevó a engendrar algunos de los mejores LPs de la música moderna.

Portada de nuestro segundo disco de Vinilos, una sección de Alberto J. P