Mi vida en este punto es como un sedimento muy viejo en una taza de café y preferiría morir joven dejando varias realizaciones… en vez de ir borrando atropelladamente todas estas cosas delicadas…” Francesca Woodman.
Francesca Woodman (Denver, Colorado 1958-1981) nació en una familia de artistas. Su padre, pintor de cuadros abstractos. Su madre, ceramista. Ella, fotógrafa. Creció rodeada de arte, hasta el punto de no concebir el arte como acción, sino como clave de pensamiento y expresión. Sus primeras fotografías las tomó hacia los 13 años, la última, a pocos días de cumplir los 23. En tan sólo diez años, creó una colección de unas 800 fotografías, de las cuáles sólo 120 han sido expuestas. Por JESSE OAKS
La primera vez que ví una foto suya, allá por mis 20 pocos, me quedé impactada por la simplicidad con la que plasmaba su discurso. Muchos son los que le restan importancia a la crudeza de sus imágenes. Otros, los que justifican como algo emocional y adolescente su contenido, y pocos, los que simplemente escuchamos sus tomas y la veneramos.
Normalmente se auto retrataba fundida con la nada que decoraba sus habitaciones al principio, para después colocar algún objeto antiguo simbolizando la decadencia del espacio donde se ubicaba y/o complementar la percepción de la suya propia.
Utilizaba como constante la desnudez parcial o completa de su cuerpo o en otras pocas ocasiones de modelos, para plasmar la fragilidad que sentía ante los cambios que éste experimentada. En sus fotos podemos percibir la tristeza con dejes nostálgicos ante el inminente fallecimiento de la niñez, simbolizada por un lirio mortuorio colocado al doblar la esquina.
La negación, dándole la espalda el espejo (e incluso intentando ocultarse detrás de él) a todos esos cambios para los que, parecía no querer estar preparada para afrontar.
La materialización de la asfixia que todos hemos dicho sentir en algún momento, al encontrarnos encerrados en nuestra propia caja de cristal por algún motivo.
Su propia crucifixión ante el vacío de una presencia (puede que de ella misma o de alguna figura deseada) en la silla plantada en la mitad de nada.
El borde del precipicio materializado en escalera y lo que creemos que habrá al final: la rotura tan irreparable de uno mismo, como lo es la de un cristal.
O el desdoblamiento de dos yos: El muerto y el menos muerto.
Pero todo este abanico de emociones, tienen un puto en común: La búsqueda de la identidad a partir de su pérdida. Pocas son las imágenes en las que podemos ver el rostro de Francesca. Puede que, como muchos dicen, padeciera algún síndrome tipo «Peter Pan» y que se resistiera a crecer y a enfrentarse al duro trabajo que conlleva la edad adulta , o simplemente, sintió ese proceso de una manera tan vertiginosa y abrumadora, que la única vía de escape que encontró fue fotografiar cada paso.
Podemos deducir, que su arte es oscuro y melancólico pero, ¿quién no se ha sentido así en algún momento durante la transición comúnmente llamada «edad del pavo»?
Todas las fotografías son propiedad de Francesca Woodman