Hoy hablamos de rock n’ roll con mayúsculas, y lo hacemos de la mano de uno de los pioneros: Chuck Berry. Las grabaciones del músico de St. Louis durante los años 50 siguen constituyendo la esencia más pura de un género que transformó para siempre la música moderna, influenciando a un sinfín de generaciones. Por ALBERTO J. PUYALTO
Si Elvis encarnó la actitud arquetípica y popularizó el género el rock entre los oyentes blancos, podemos decir que Chuck Berry fue ni más ni menos que su creador. Él mejor que nadie definió el ritmo y la temática de las canciones, captando el espíritu adolescente de la década y trasladándolo a la música. Sus temas han sido versionados por infinidad de grupos, desde los Beatles a los Rolling Stones, pasando por Status Quo, los Byrds o los Kinks. Además, músicos como Jimi Hendrix, Jerry Lee Lewis o Bruce Springsteen han manifestado sentir por él una profunda admiración. Se trata probablemente del rockero más longevo en ejercicio; pese a sus 86 años de edad, Berry sigue dando conciertos alrededor del mundo, con una agilidad considerablemente mermada pero con las mismas dosis de simpatía que en sus inicios.
Chuck Berry nació en 1926 en St. Louis (Missouri) y ya durante su adolescencia empezó a tocar la guitarra en diversas formaciones locales. Durante esta primera etapa interpretaba country y blues, inspirado principalmente por la técnica del célebre T-Bone Walker. Tiempo después, en 1955, Berry viajó a Chicago para ver tocar a Muddy Waters, quien trabó amistad con él y le sugirió que se pusiera en contacto con la discográfica Chess Records.
Caracterizado por un espectacular dominio de la guitarra y una dicción ejemplar, los éxitos del joven artista se sucedieron uno tras otro a partir de ese momento. Debido a su gran popularidad en las listas negras, tardó poco en dar el salto a las emisoras blancas y llevar su música a un público mucho más amplio. Las canciones de Berry mezclaban patrones del blues con ritmos más acelerados y propios del hillybilly, un tipo de música tradicional procedente del sur de los Apalaches -que daría origen también al country moderno-. Las letras, algo ingenuas en nuestros días pero provocadoras para los años 50, hablaban sobre cadillacs, chicas y, ante todo, diversión. La fórmula se extendió rápidamente y fue explotada por muchos otros intérpretes como Carl Perkins o Eddie Cochran, revolucionando las pistas de baile de todo el país.
Pero el éxito de Berry no sólo se limitaba a la música. En el escenario, el cantante demostraba tener también un carisma poco común. Su sentido del humor y sus constantes muestras de flexibilidad hacían de sus conciertos todo un espectáculo. Fue él quien popularizó el legendario “duck walk”, una curiosa forma de moverse mientras tocaba la guitarra, imitada después por otros intérpretes como Angus Young. Berry generaba un magnetismo opuesto al de Elvis, pero que cautivaba con la misma facilidad. Pese a todo, el hecho de ser un cantante negro seguía impidiéndole alcanzar la notoriedad que los artistas blancos conseguían durante esa misma década.
El verdadero carácter de Chuck Berry era, sin embargo, bastante distinto a lo mostrado en el escenario. Sus biografías describen un personaje con frecuentes arranques de ira, una notoria incapacidad para exteriorizar sentimientos y un carácter sumamente huraño. ¡Resulta casi imposible de creer cuando uno ve las buenas vibraciones que desprendía sobre el escenario! Pero existen algunos incidentes que dan fe de ello: es especialmente conocido un capítulo en el que Keith Richards, gran admirador de Berry, fue expulsado por éste del escenario durante una actuación. Se afirma que en un segundo encuentro llegaron incluso a las manos. Pero dejando a un lado las polémicas, lo cierto es que el guitarrista de los Stones siempre se ha deshecho en elogios hacia el que considera el músico más influyente de su carrera.
Pese a la fama conseguida, o tal vez debido a ella, la vida de Chuck Berry sufrió un duro revés cuando agonizaban los 50. Sus problemas con la justicia habían comenzado ya en la adolescencia cuando fue encerrado en un reformatorio por robar armas, pero en 1959 fue denunciado por tráfico de menores al contratar a una joven apache y trasladarla desde México a EE.UU. La finalidad era ofrecerle empleo en uno de los clubs del cantante, pero la chica de 14 años acusó a Berry de abusos sexuales (difícil saber si se trató de un chantaje o hubo algo de verdad en todo ello). El asunto le traería serias complicaciones.
Antes de que esto sucediera, Chess Records publicó el LP Chuck Berry Is On The Top, una especie de recopilatorio de los grandes hits grabados durante la década, y entre los que se encontraban piezas legendarias como Maybellene, Little Queenie, Carol o Sweet Little Rock & Roller.
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La joya central del álbum, Johnny B. Goode, sigue siendo uno de las más mejores canciones de rock n’ roll jamás escritas. Según el propio Berry, la letra es en parte autobiográfica. Su mítico riff de apertura –utilizado en forma similar en otros temas– es una reproducción casi exacta del inicio de Ain’t That Just Like a Woman, grabada en 1946 por Loui Jordan. Como curiosidad, cabe destacar que Johnny B. Goode tuvo el privilegio de ser incluida en el disco de oro que se creó para viajar a bordo de la sonda espacial Voyager en 1977. En él se recogía música de distintas regiones del planeta con el fin de lanzarla al espacio y ofrecer información sobre la Tierra. Resulta cuanto menos curioso imaginar a seres de otras galaxias repetir aquello de “bye bye Johnny…” con fascinación.
El recopilatorio de Chess se completaba con otros temas de menor calado, como la instrumental Hey Pedro, en el que Berry toca sobre ritmos latinos, o la pista inédita incluida como colofón: Blue For Hawaiians.
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Como decíamos, tras la publicación de este disco, Berry se vio enfrascado en un largo proceso judicial que le acabó conduciendo a prisión. Cuando en 1963 salió de la cárcel, comprobó que el panorama musical había cambiado considerablemente. Los grupos de masas y la psicodelia estaban fraguando una revolución que culminaría en el movimiento hippie, sin embargo, el cantante supo adaptarse a las circunstancias y retomar su carrera con energía. Su obra, lejos de oxidarse, se había revalorizado mediante la promoción que de ella habían hecho bandas como los Beatles o los Stones, así que aprovechando el tirón, el genio de St. Louis empezó a realizar nuevas giras. Desde entonces prácticamente no ha dejado de tocar.
Durante todo este tiempo, músicos consagrados como John Lennon, Neil Young o Springsteen han compartido actuaciones con Berry. En realidad, todos los grandes han deseado en algún momento tocar junto al verdadero rey del rock n’ roll. Un hombre salpicado por los escándalos, pero cuya influencia en la música moderna no tiene parangón en el pasado siglo. Esperemos que semejante leyenda viva nos dure aún muchos años. ¡Larga vida al rey!