Nick Cave & The Bad Seeds. La fórmula, por conocida, nos evoca a una de las asociaciones más felices de la música de un tiempo a esta parte. Las malas semillas han vuelto con Cave para regalarnos un disco que evoluciona a cada escucha, un regreso crudo que llega acompañado de algunas polémicas y mucha expectación y que culmina una gran semana en lo referente a novedades musicales, tras las primeras escuchas ayer de Atoms For Peace. Por RUBEN IZQUIERDO
El de Nick Cave fue uno de los nombres que dio lugar a vítores y aplausos en la Gala Primavera Sound, cuando la organización incluía su nombre en su cartel para #bestfestivalever. El entusiasmo evidenciaba la relación intacta que Cave mantiene con su público pese al paso de los años, un tiempo que ha sabido invertir en reforzar su rol dentro de la actual escena internacional hasta convertirse en un icono sin que ello disminuya su enorme torrente creativo
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¿Qué puede añadirse de Nick Cave a estas alturas de la partida? Absolutamente nada. Su rol fundamental en la historia reciente del rock, la carga icónica de un personaje que ha sabido mantener su esencia más allá de la construcción icónica de lo realizado antes, durante y después del gran estallido de su nombre habla por sí sólo. Ante tal tesitura, ante lo nuevo de Cave, sobre todo siempre que dichas novedades lleguen en compañía de los formidables Bad Seeds sólo pueden ser recibidas entre aplausos y expectación.
Sea como fuere, Nick Cave ha logrado que cada publicación, con malas semillas o sin ellas, que saca al mercado se convierta en uno de los acontecimientos del curso, copando lineups y rankings de manera más que merecida. Push The Sky Away llegaba con el punto a favor de ser el primer trabajo junto a los Bad Seeds entendido como tal desde 2008, rompiendo un paréntesis que le ha servido para dedicarse a Grinderman o a la realización de bandas sonoras. El disco cuenta además con la añadida carga emocional de ser el primero sin Mick Harvey con alguna polémica de por medio.
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A la marcha de Harvey se unió un single de adelanto cuanto menos especial. aquel We know who U R en el que añadía algún que otro toque electrónico con el que Cave confirmaba que volvía con ganas de guerra, lejos de adoptar posturas conformistas. ¿El descanso del guerrero? Eso no parece ir con él, para mayor regocijo de sus fans, sobre todo aquellos que se temían un descenso en su actividad musical tras el parón de Grinderman. Sobresaltos al margen, el Cave que ahora nos ocupa se situa tal vez en su rol más melancólico, una melancolía cruda y aspera, con una profundidad de campo mayor a la que podríamos suponer en primera instancia.
El tono lo logra en temas como Mermaids -baladón destinado a conmover y emocionar a partes iguales-, el enfático Higgs Boson Blues -seguramente el momento más vívamente rockero del álbum- o Breathless, un rayito de luz dentro de un disco rotundo, marca de la casa en Cave, empeñado en darle al disco ciertas aristas que permiten redescubrir pasajes a cada nueva escucha que afrontamos del álbum, el primero en cinco años con The Bad Seeds -por más que con Grinderman sí que hubiese aparecido material de manera previa-, en un retorno tal vez más cálido de lo que algunos podían haber esperado en primera instancia.
El retorno de Nick Cave da sobre todo para un encuentro en primera persona con la belleza musical, una belleza a veces fría -la fantasmagórica Finishing Jubilee Street-a veces embriagadora -valga la vibrante y ensoñadora Jubilee Street, puede que una de las más sentidas del álbum, remachada con uno de esos coros que tanto gustan a Cave, con el que logra arrollarnos y ganarnos allí donde quería. Larga vida al manejo óptimo de los tempos.
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