El segundo álbum publicado por Don McLean en 1971 está considerado como uno de los discos fundamentales del folk americano. Lo cierto es que, además de su célebre y homónimo single, este American Pie contiene pasajes de una belleza difícilmente equiparable a la alcanzada por otros autores de la época. Por ALBERTO J. PUYALTO
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Como todo cantautor de folk que se precie, los inicios de Don McLean estuvieron marcados por la figura de Pete Seeger. Tras sus primeras incursiones en los círculos del Greenwich Village –ambiente que pronto veremos recreado en la nueva película de los hermanos Cohen–, McLean necesitaba encontrar un sello con el que publicar su primer trabajo. El joven músico había sido ya rechazado por la mayoría de discográficas, pero las audiencias del Bitter End o el Gaslight Café empezaban a quedársela pequeñas. Fue Seeger quien, advirtiendo un talento incipiente, le apadrinó y trató de procurarle un público más amplio. En 1968, le enroló en su proyecto Clearwater y le ofreció el apoyo que necesitaba, animándole a no tirar la toalla.
Durante esa época McLean escribiría la mayoría de las canciones que conformarían su primer trabajo, Tapestry (1970). Este debut, publicado por un sello de nueva creación llamado Mediarts, consiguió buenas críticas pero poca repercusión en los círculos folk. Afortunadamente, United Artists Records acabó tomando el control de la pequeña discográfica y proporcionó a McLean la posibilidad de editar un segundo LP con una promoción a escala mucho mayor. El resultado fue American Pie, un disco de corte más melancólico que el anterior pero plagado de letras hermosas, donde el cantautor hacía gala de una depurada técnica a la guitarra y una voz de profunda sensibilidad. Se daba la circunstancia de que durante aquellos años McLean atravesaba momentos difíciles tras haberse separado de su primera mujer, y este hecho tiñó de nostalgia algunos de sus temas, dando forma a un estilo intimista que le acompañaría lo largo de su carrera.
El primer sencillo, publicado bajo el mismo nombre que el álbum, evoca perfectamente esta etapa vital del cantante. McLean dedicó el tema central de su LP a Buddy Holly, Ritchie Valens y “The Big Bopper” Richardson, fallecidos el 3 de febrero de 1959 en un accidente aéreo, y lo hizo mediante una larga reflexión de más de 8 minutos en la que recordaba los momentos vividos al leer la fatídica noticia en los periódicos, cuando apenas era un chiquillo. “The day the music died” reza la letra. Sin embargo, la triste temática no impedía que el estribillo resultara tremendamente contagioso y acabara teniendo un seductor sabor a rock n’ roll.
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Poco después de su publicación, el single American Pie alcanzaría el nº 1 en EE.UU, convirtiéndose en la canción de mayor duración en conseguir el primer puesto en las listas de éxitos. Con ella, Don McLean no sólo había rendido tributo a un ídolo de su niñez –de hecho, el álbum entero estaba dedicado a Buddy Holly–, sino que también había creado uno de los temas icónicos de la banda sonora americana. La canción se hizo tremendamente popular a principios de los 70, y varias décadas después fue versionada por Madonna, quien le otorgó una segunda juventud.
El siguiente tema en salir al mercado tuvo también una excelente aceptación: Vincent se quedó en la posición nº 12 en EE.UU. pero se hizo con el primer puesto en las listas del Reino Unido. La pieza, inspirada en la obra y vida de Van Gogh, es una auténtica joya, uno de esos temas que descubres casualmente y te cautivan para siempre. No exagero al afirmar que se trata de una de las canciones más bonitas que jamás se hayan escrito. En ella, los versos del cantautor despliegan una envidiable capacidad para evocar imágenes conmovedoras; de hecho, las palabras recorren los trazos del pintor con tal vivacidad que resulta imposible no visualizar sus obras al escuchar la música.
Además de reflejar su admiración hacia los trabajos del artista holandés, la composición de McLean incluye referencias a las frustraciones de Van Gogh por el escaso reconocimiento obtenido en vida y su agónica lucha contra la enfermedad mental. Unos versos desgarradores, que estremecen desde la primera escucha:
Now I understand what you tried to say to me/
And how you suffered for your sanity/
How you tried to set them free/
They would not listen, they did not know how/
Perhaps they’ll listen now
Cuenta el cantautor que escribió la letra tras haber leído una biografía de Van Gogh que le impresionó fuertemente. Poco después, consiguió sintetizar aquel tormentoso relato en un tema mágico, de una belleza abrumadora, que ha sido admirado y versionado por tantos otros intérpretes a lo largo de los años.
Complementan el LP otras pistas de relevancia lírica como Winter Wood, Empty Chairs o Sister Fátima, en las que el cantante sigue demostrando una amplia gama de recursos vocales mediante interpretaciones sobrias, que transmiten una serenidad fascinante, y se combinan equilibradamente con temas más rítmicos. Las melodías, sin ser excesivamente originales, poseen una riqueza que las aleja de los clichés del género, aportando elementos muy interesantes. No obstante, es la poesía que destila cada una de las letras la que convierte el álbum en un clásico del folk rock y la que ensalza a McLean como uno de los compositores clave al otro lado del Atlántico.
La repercusión obtenida con American Pie permitió al cantante cimentar una sólida carrera que se ha prolongado hasta nuestros días. Sin embargo, su talento pareció vaciarse tanto con este trabajo que nunca volvería a grabar un LP semejante. Pese a tener un buen puñado de discos a sus espaldas, American Pie sigue siendo hoy por hoy su obra más destacada. Los amantes de género que no hayan tenido ocasión de degustarla descubrirán un disco imprescindible que revisar cada cierto tiempo; el resto, un sonido inspirador y de placentera escucha. Espero que lo disfrutéis.
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