La necesidad de crear aquellas fotos y cuadros venía de un lugar real, un lugar de desesperación y soledad, y albergaba la esperanza de que algún día aquellos objetos, cuadros y fotos conseguirían llenar el vacío que sentía
Dennis Hopper

Estados Unidos, años 60: Martin Luther King, Kennedy, Guerra de Vietnam, Coca-Cola, luchas por los derechos civiles. Un país convulso. Una generación, sucesora de la de Kerouac, que se empieza a recuperar de los estragos de la Segunda Guerra Mundial y entra en un proceso de industrialización y del tan buscado «progreso» que marcaría el camino a lo que Estados Unidos es ahora, el camino hacia la moderna potencia hegemónica. La generación beat, la de Kerouac, era la de los hijos de la guerra, la de los deprimidos, los que comienzan el movimiento contracultural. Ésta, la de Dennis Hopper, se sigue sintiendo inadaptada, marginada, perdida, sin saber qué hacer y buscando una libertad que la sociedad le niega. Tal y como indica el nombre de la mítica obra de Kerouac, que es el mismo de esta exposición, es una generación que está en el camino. Pero, ¿en el camino hacia qué?. Por CARMINA RODRÍGUEZ

El Museo Picasso Málaga cumple 10 años este 2013, y esta exposición pone la guinda al pastel de una década no sólo de éxitos a nivel cultural, sino a una iniciativa que comenzó a revolucionar el centro de la ciudad. El museo se ha coronado con una grandísima exposición, de ésas que sorprende ver en la ciudad. Si bien la obra fotográfica de Hopper es reconocida y admirada y ha sido expuesta con asiduidad a nivel internacional, en España sólo habíamos podido verla en el PHotoEspaña de 1998. Un buen tanto que se apunta José Lebrero, comisario y director artístico del museo. Dennis Hopper. En el camino, es un paseo por la vida y obra del carismático y polifacético artista. Aunque el peso de la colección lo conforman 141 fotografías tomadas entre 1961 y 1967, el trayecto se ve acompañado, muy acertadamente, por parte de su obra plástica y otra serie de material audiovisual.

 Soy de las que piensa que, si uno se toma un poco de tiempo observando las fotografías, puede llegar a conocer a través de ellas más sobre la historia del fotógrafo que sobre lo fotografiado. Y ésta es la historia de Dennis Hopper con Easy rider como catilizador, con su antes y su después.

Falta poner descripción

Dennis Hopper, protagonista en el Museo de Málaga //  Jesús Domínguez ©  Museo de Málaga

La exposición se inauguró en abril y finalizará el próximo 29 de septiembre, por lo que no somos los primeros en hablar de ella. Sin embargo, queremos que esta exposición sirva de excusa para hacer un repaso por la figura y obra de Hopper, que bien lo merece. Como decía, multitud de medios, tanto nacionales como locales, ya se han hecho eco de la exposición. Como en todo, hay desde deliciosos artículos escritos con mimo, cuidado y rigor hasta otros en los que se nota que el redactor ni siquiera ha pisado la exposición, echando mano de la detallísima nota de prensa del Museo. Pero, lo que más me ha llamado la atención, es el repetido uso que, con respecto a la figura de Hopper, se hace de términos como «moderno» o «hipster». Es decir, Hopper era un moderno, un hipster, un tipo cool. Estamos aplicando etiquetas de 2013 a una obra realizada hace 50 años, cuando esos términos tenían una acepción distinta. Sobre todo la del tan manido «hipster» que, de repetirlo hasta la extenuación, ha visto desvirtuado cualquier significado que alguna vez tuvo. Hopper fue un artista con una trayectoria larga, compleja y digna de analizar. Tenemos una oportunidad única para hacerlo. Vamos a ello.

El Museo Picasso nos recibe con una Harley Davidson que ya nos transporta automáticamente a Easy rider. Subimos a la primera planta y lo primero que vemos es un retrato de grandes dimensiones de Andy Warhol pintado por Hopper. De fondo, escuchamos la voz de Hopper repetir una y otra vez «I remember…«, en un breve documental realizado por él mismo en 2008 en el que Hopper, a dos años de su muerte y acompañado por imágenes históricas, nos relata los momentos clave de la historia que guarda en su memoria: desde la muerte de Jimi Hendrix hasta Marlon Brando en El Padrino, pasando por la dimisión de Nixon, las guerras de Irak y Afganistán o el «I have a dream» de Martin Luther King.

Autorretrato // © The Dennis Hopper Art Trust

Y de repente empiezan las fotos. Un blanco y negro potente nos atrae y nos lleva de viaje por la vida de Hopper entre 1961 y 1967, un periodo que abarca desde su primera salida forzada de Hollywood hasta Easy rider. Costaría un poco entenderlas sin saber algo sobre su vida, sobre el contexto en que fueron realizadas. Y el museo se encarga de ayudarnos a entenderlas. Hopper, nacido en el midwest americano, fue un artista vocacional, con interés por la creación desde bien pequeño. No tardó demasiado en entrar a Hollywood, pegado en sus inicios a la figura de James Dean, con quien protagonizó Rebelde sin causa y Gigante, y quien fue su mentor y el que le animó a perseguir la fotografía. Sin embargo, su repentina muerte fue un durísimo golpe para él y empezó a tener graves conflictos con la industria. Durante el rodaje de From hell to Texas (1958) tuvo numerosos enfrentamientos con Henry Hathaway, quien por aquel entonces era un influyente director de westerns. Después de este episodio (definitorio para su carrera como fotógrafo) un Hollywood que años después volvería a buscarlo, le cerró las puertas y lo desterró. En este momento, Hopper agarra una Nikon que le había regalado su primera esposa, la carga con carretes en blanco y negro, se echa a la carretera y se pone a fotografiar. Entre 1961 y 1967 se hizo con un cuerpo fotográfico impresionante que dejó una huella muy evidente en Easy rider, estrenada dos años después.

La temática de las fotos es variada, pues Hopper disparaba de manera obsesiva y llevaba la cámara consigo allá donde fuera. Desde fiestas de Hollywood hasta viajes por carretera, el de Kansas fotografiaba todo lo que se le ponía por delante. Sus primeras fotos tuvieron que ver con el mundo de la música. Por su cámara pasaron músicos que luego formaron parte de las bandas sonoras de sus películas como Ike y Tina Turner, The Byrds, Jefferson Airplane o The Greatful Dead. No son sus mejores fotografías ni las más representativas, pero sí que fueron las que le empezaron a otorgar cierto reconocimiento.

Pero el gran grueso de su obra fotográfica está conformada por fotos de calle o street photography, un género que se caracteriza por la espontaneidad pero que en su caso roza muchas veces la delgada línea que lo separa del documentalismo. Las imágenes están llenas de obreros, luchas sociales (destacan los movimientos de liberación de los afroamericanos en el sur), moteros y otra serie de personajes anónimos y paisajes urbanos que conforman la que era su visión más personal de la época. Son fotografías cándidas (esto es, no posadas) que reflejan una época convulsa, un momento de cambios y de movimientos sociales encendidos. Aunque hay fotos tomadas en muchas ciudades diferentes, Hopper tiene especial fijación con mostrarnos escenas cotidianas de Los Ángeles, Nueva York y Londres, así como paisajes urbanos o numerosas fotos realizadas en Durango, México. También, y como reflejo de la importancia que tanto para él como para su época tuvieron estos dos personajes, destacan dos fotografías: una de Martin Luther King dando un discurso y una serie de instantáneas de la comitiva funeraria de John F. Kennedy. Ésta es la esencia de la fotografía de Dennis Hopper. El ojo avezado, el dedo preparado para disparar. La facilidad pasmosa para componer y contar historias cotidianas, hechos históricos, enseñarnos paisajes urbanos sin necesidad de grandes florituras ni artificios. En pocas palabras: el testimonio de una década.

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Paul Newman // © The Dennis Hopper Art Trust

Otra buena parte de la colección está formada por fotografías del mundo de Hollywood. Actores como Jane y Peter Fonda, Paul Newman (de quien tiene un maravilloso retrato durante un descanso del rodaje de La leyenda indomable) o escenas de rodajes y fiestas ocuparon buena parte de su fotografía durante los años 60. Llaman particularmente la atención artistas como Andy Warhol, Roy Lichtenstein, Ed Ruscha y otras grandes figuras del pop art, que pujaba en aquellos años. Hopper no se limitó a fotografiarlos, sino que tenía una estrecha relación con muchos de ellos. Le fascinaba la posibilidad de convertir un objeto cotidiano, popular, en arte. La botella de Coca-Cola es recurrente en muchas de sus fotos, en lo que él llamaba «existencialismo abstracto«. A nivel fotográfico son quizá obras menos relevantes, no así en su obra plástica, donde cultivó este género con mayor dedicación.

La lata de sopa y la venta agresiva de Norteamérica. Nuestra educación, nuestros cómics, las vallas publicitarias por todas partes

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Sala de Estar en 1712 (dos vistas) // © The Dennis Hopper Art Trust

A partir de aquí, a partir de estas fotografías, comienza la búsqueda de la libertad tan ansiada por el Capitán América y Billy en Easy rider, estrenada en 1969. El marginado, el apartado, usó la fotografía como un tremendo entrenamiento para dirigir la película. Sus instantáneas, todas hechas con luz natural, le sirvieron a la hora de dirigir la película, rodada casi en su totalidad de esta manera. La influencia de estas fotografías no se queda aquí, sino que podemos ver gran influencia tanto en la temática como en la estética. Así como recorrer la Ruta 66 fue el germen de En el camino de Kerouac, estas fotografías fueron el germen de Easy rider.

 The only people for me are the mad ones, the ones who are mad to live, mad to talk, mad to be saved, desirous of everything at the same time, the ones who never yawn or say a commonplace thing, but burn, burn, burn like fabulous yellow roman candles exploding like spiders across the stars
Jack Kerouac, En el camino.

Estos dos locos moteros que, paradójicamente (o quizá no tanto), acaban en llamas, como preveía Kerouac, representaban la contracultura de la época. Easy rider se convirtió rápidamente no sólo en una película de culto, sino en un himno a la libertad de la época, un canto a la rebelión. En el que quizá sea el diálogo más brillante de la película, George (un jovencísimo Jack Nicholson que recibiría una nominación al Óscar por este papel) explica a Billy (Dennis Hopper) por qué le persiguen, por qué lo marginan:

 They’re not scared of you. They’re scared of what you represent to them […]. What you represent to them is freedom […]. It’s real hard to be free when you are bought and sold in the marketplace. Of course, don’t ever tell anybody that they’re not free, ‘cause then they’re gonna get real busy killin’ and maimin’ to prove to you that they are. Oh yeah, they’re gonna talk to you, and talk to you, and talk to you about individual freedom. But they see a free individual, it’s gonna scare them

 Y estos rebeldes convulsos, en llamas, como estaba el país en aquella época, no acaban bien. Según el propio Hopper, la moto pintada con las barras y estrellas del Capitán América (Peter Fonda), que acaba en llamas en la última escena de la película, es América. América estaba en llamas y estos marginados, los locos, los soñadores, que buscaban llevar al límite el sueño americano y encontrar la libertad, acabaron estrellándose. Como dice el cártel de la película, «A man went looking for America and couldn’t find it anywhere«. Es el sueño americano hecho pedazos.

Cartel de un film de culto: Easy Rider

Cartel de un film de culto: Easy Rider

Hopper no volvería a coger la cámara hasta 20 años después. Abandonó la fotografía y cayó en el abismo. El papel terapéutico que él le presumía a la fotografía se esfumó. Un par de años después de Easy rider volvió a la dirección con The last movie, éxito en taquilla pero fracaso en crítica. Una vez más, Hopper quedaba marginado de la industria cinematográfica y pasaba sus peores años en el pozo de las adicciones. Con la gran excepción de Apocalypse now, no fue hasta 1986 cuando, ya sobrio, volvió a deslumbrar en Blue velvet, de la mano de David Lynch. Después de esto nunca dejó de trabajar hasta el final de sus días, e interpretó algunos papeles que seguramente nos sonarán a todos, como los villanos de Speed (aquella del autobús con Keanu Reeves y Sandra Bullock) o Waterworld (sí, la de Kevin Costner). Pero Hopper nos dejó, al menos, un par de pequeñas joyas más, ambas de 2008: Palermo shooting y Elegy, de Isabel Coixet, en la que comparte cartel con Penélope Cruz y Ben Kingsley.

La exposición se completamente con una gran cantidad de material que pone acentos y matices a las fotografías. Tenemos, por una parte, una pequeña muestra de su obra plástica, cercana al pop art. Y, junto a ella, una sala dedicada a los artistas consagrados del pop art, de cuyas obras él era un gran coleccionista. Aquí podemos ver obras de los ya mencionados Warhol, Lichtenstein y Ruscha, así como de Claes Oldenburg y Tom Wesselman. Y un poco más allá entramos en un espacio oscuro, lleno de televisores y auriculares. Nos rodean extractos de películas y series de televisión en las que participó, anuncios, y hasta algunos de los famosos screen tests realizados por Warhol en 1964. Podemos también ver algunos de los cárteles de sus películas, el guión anotado de Easy rider y, sobre todo, escuchar a músicos de la época como Jimi Hendrix o The Byrds. Se puede escuchar la lista de reproducción en Spotify, creada por el propio museo, aquí:

Pero la exposición nos reserva una última sorpresa. Justo cuando ya vamos a salir, nos encontramos unas fotos tomadas en Japón que, a decir verdad, aparecen un poco descontextualizadas. Son de 1991 y son las únicas de la colección que no se tomaron entre 1961 y 1967, básicamente porque Hopper abandonó la cámara cuando se puso a gestar Easy rider. Sin embargo, en un viaje al país nipón en 1989, decidió hacerse nuevamente con una Nikon, y así continuó fotografiando hasta su muerte. Con este material llegó a publicar un libro, Dennis Hopper, a tourist in Kyoto. Esperamos que la fotografía llenara ese vacío y aliviara esa soledad de la que tanto hablaba.

No pude evitar salir del museo con una cierta sensación de desconcierto. Hay en la obra y en la vida de Hopper una mezcla entre lo marginal y lo elitista, entre la búsqueda de la libertad y el hecho de ser esclavo de Hollywood. Su obra fotográfica, maravillosa en su globalidad, guarda ciertas contradicciones internas que probablemente se reflejaban también en su vida. Las imágenes de las luchas raciales en Alabama chocan con las de Jane Fonda practicando tiro con arco en la playa. Pero ésa fue la vida de Hopper, la de la fama y la del rebelde, con todas las contradicciones que eso puede encerrar. Espero haber podido transmitir esto con mis palabras porque, desafortunadamente, las fotos que el museo pone a disposición de la prensa son, con alguna excepción, las de la fama, las de las fiestas, las de Hollywood. Es la imagen que han querido vender de la exposición y es, desde un punto de vista comercial, comprensible, pero no lo es desde el cultural.

Afortunadamente, han publicado un libro maravillosamente editado que se titula Dennis Hopper, en el camino, que nos ayuda a comprender mejor no sólo la exposición, sino la persona. En él, además de las fotos que conforman la colección y algunas otras más, hay varios textos y entrevistas de gran valor. Es muy recomendable para el que quiera profundizar en la fotografía de Hopper y en su persona, sobre todo en sus opiniones relativas al arte. Pero claro, como decía Banksy, hay que salir por la tienda de regalos. Por otra parte, se puede ver algo más de material en la web de The Hopper Art Trust. Y claro, siempre nos quedará internet.