Las expectativas estaban  muy arriba y cuando eso pasa el riesgo de descalabro es elevado. Por eso conviene festejar el triunfo absoluto de un álbum llamado a perdurar: The Pain is Beauty se destapa como un disco atemporal, cuyo mito debería crecer y crecer con el tiempo. Chelsea Wolfe, en cualquier caso, se consagra en paralelo a  Julia Holter. Lo que se cuece en California no tiene parangón. Por RUBÉN IZQUIERDO

  • Esperado tercer disco de estudio para Chelsea Wolfe, aquí en su vertiente más densa y atmosférica
  • Disco sin concesiones para reafirmar un estilo decididamente reconocible, una oscuridad densa que brilla en sus tramos más asfixiantes

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Chelsea Wolfe ha logrado con su tercer álbum algo de entrada muy complicado: que un disco sin puntos muertos donde nada sobra brille con luz propia un tema. Hablamos, claro, de The waves have come, su tema cumbre hasta la fecha… en una carrera que por ahora carece de techo. Disco a disfrutar, atemporal y brillante, emotivo y formidable,  que no debería pasar inadvertido cuando, finiquitado el curso, los fastos se centren en los dos o tres discos de corte mediático destinados a acaparlo todo.

La senda transitada hasta la fecha por Chelsea Wolfe era lo suficientemente densa como para hacer de este un álbum esperado. Si en Unknown Rooms: Collection Of Acoustic Songs se había presentado en sociedad con su vertiente más intimista, en Apokalypsis se empapaba en una oscuridad aclaparadora, que fija definitivamente su universo musical en la cúspide del goth-folk, acrecentando las sensaciones de estar ante algo grande. Y en esa grandeza fijábamos las expectativas de su esperado tercer disco de estudio, Pain Is Beauty, trabajo que llega tras algún coqueteo con lo electrónico

Quizá consciente de ello, para este nuevo trabajo ha optado por delegar la producción en Lars Stalfors y Chris Common, rompiendo así la pequeña tradición de sus obras anteriores, cuando ella misma se puso al frente de dichas tareas, lo que ha terminado por variar la mecánica de su trabajo, además de incluir ciertos toques electrónicos, fruto de sus coqueteos con la electrónica, que da como resultado un perfil más experimental en su sonido, si bien mantiene y retiene ese deje místico que tan bien sabe impregnar a sus canciones, ya en la oscura Feral love o en la mucho más envolvente House of metal, presentes ambas en el inicio del disco.

Y eso es algo que hay que agradecer. Allí donde podía haberse ido hacia nuevas vías, Wolfe apuesta por seguir fijando su discurso en ambientes densos, adquiriendo tintes casi espirituales en la citada House of metal, un tema trufado de dulzura y de elementos extrañamente acogedores, en contraste con la mucho más contundente e industrial We hit a wall, situada entre las dos canciones ya comentados.

El estado vital del álbum se marca ya de inicio, dibujando un crescendo emocional que deriva en un cierre descomunal, pura y oscura intensidad musical

El primer tramo del álbum le sirve a Wolfe para fijar el estado anímico de Pain Is Beauty -cuyo título ya nos hacia indicar que no estábamos, precisamente, ante un trabajo optimista y estival-. Una de las pocas concesiones que realiza al respecto es en The warden, una islita de luz, hábilmente instrumentada, donde más evidencia los coqueteos con la electrónica de estos últimos meses, donde sigue envolviéndonos con melodías de gran belleza vocal.

Mediado el álbum, antes de recuperar su vía más próxima al folk gótico marca de la casa nos regala Destruction makes the world burn brighter, puede que la más variada a nivel temático y estilístico antes de sumerginos en la oscuridad de Sick y Kings, dos de los temas donde nos reunimos con la Wolfe más «Chelsea Wolfe» del álbum. Como si ante un puerto de primera categoría se tratase, la cascada emocional dibuja entonces un crescendo constante, que acabarán por derivar en Reins, cinco minutazos donde se manifiesta la mejor Wolfe, oscura y densa, aquí (casi) en la cumbre de su cascada oscura y bella. Simplemente sensacional.

El tema abre en parte la recta final del disco. They’ll clap when you’re gone es un canto añorado y nostálgico situado justo antes del tema, seguramente, que hará de este un álbum trascendente, digno de recordar en cursos sucesivos. The waves have come y sus ocho minutos dibujan pasajes musicales repletos de dolor y melancolía, un track emocionalmente intenso, de los que duele escuchar, donde hay que resistir para alcanzar la épica que da sentido al álbum, un trabajo concebido para perdurar, sin apenas respiros -tal vez Lone sea nuestro consuelo, la concesión tras la cascada de emociones dibujadas por Wolfe en su soberbia canción anterior- que nos da aquí justo lo que anuncia en el título del álbum: pinceladas de belleza partiendo de un dolor inabarcable, un dolor lánguido, marchito, llamado a perdurar en el tiempo.

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