Cuando el pasado mes de Julio Katheleen Hanna anunciaba su regreso para liderar The Julie Ruin fuimos muchos los que nos alegramos con vehemencia y un punto de entusiasmo, salido de nuestra más sincera admiración hacia uno de los grandes nombres de nuestro santoral particular. The Punk Singer aún no había sido estrenada, y la ruptura del relativo silencio de Hanna con la publicación de su nuevo trabajo generó en esta casa un gran entusiasmo, convirtiéndose para nosotros en el gran regreso de la temporada con permiso de… ¿a quién engañar? En el gran regreso de la temporada, de manera indiscutible y por méritos propios. Por RUBÉN IZQUIERDO

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Imagen icónica de Katheleen Hanna

Imagen icónica de Katheleen Hanna

Es probable (sería de justicia que así fuera) que el merecido éxito de The Punk Singer sirva para volver a situar bien arriba el legado artístico y social de la primera Hanna y que refuerce lo que resta por venir, empezando por poner su retorno con The Julie Ruin en el lugar que se merece cuando llegue el momento, ya próximo, de recapitular sobre lo mejor y lo peor de la temporada. Su merecido triunfo en el festival Beefeater In-Edit 2013 y la enorme carga emocional que desprende el relato sirve para recuperar una era en la que el peso de una idea daba para alzar movimientos, todo ello con un enorme respeto hacia lo sugerido (en su caso trasladar la lucha feminista al mundo del punk y articular un discurso propio, nunca excluyente y cargado de un trabajo de base que arrancaba con la cultura fanzinera y que se vehículaba a través del punk para abarcar un mayor campo de actuación), sirviéndolo con un extraordinario servicio de documentación (las imágenes en VHS son una joya, un tesoro de incalculable valor) y con la plena implicación de su principal protagonista, una Katheleen Hanna que rememora su paso por Bikini Kill o la formación del movimiento riot grrrl, así como aquel glorioso impás que fue Julie Ruin o su primer retorno, escenificado con Le Tigre, seguramente su mejor propuesta musical a nivel artístico, por más que los tiempos de Bikini Kill recogen la mejor esencia del punk en clave femenina (y feminista), convirtiéndose merecidamente en una banda de culto, de gran importancia en su momento y con influencia clara en otras formaciones de espíritu riot grrrl surgidas a lo largo de estos últimos años.

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Fanzine de muestra de Riot Grrrl

Fanzine de muestra de Riot Grrrl

Resulta evidente que uno de los grandes aciertos de Sini Anderson, directora del film, aquí en su primer largometraje, haya sido la de lograr la plena implicación de Hanna en el proyecto, repasando en primera persona los capítulos más interesantes de su rica e inabarcable biografía, una trayectoria marcada por el compromiso hacia unos ideales propios, aquí universalizados a través de la música, los fanzines y un activismo incasable que le llevó a capitanear el movimiento riot grrrl con gran tino (“se expandió como un virús”, nos cuentan en el documental, gracias en parte a la sabia decisión de no patentarlo, permitiendo que en otras muchas ciudades de Estados Unidos jóvenes como ella se sumasen la revolución riot).

La presencia de Hanna en el documental resulta clave para entender los diferentes capítulos de su trayectoria profesional, hablando sin tapujos de otros elementos de su vida privada, ya sea de la familia, de su amistad con Kurt Cobain (ella apadrinó el lema Kurt smells like teen spirit) o de la enfermedad de Lyme, que a punto estuvo de acabar con su carrera, de no ser por un espíritu incansable que le ha hecho regresar con The Julie Ruin en fechas recientes. Hanna, de hecho, filma la mejor escena del film, cuando se graba a sí misma exponiendo los síntomas de su enfermad, en uno de los momentos más intensos y emotivos de la cinta.

Todo ello hace de The Punk Singer una cinta especial, en la segunda aproximación documental a la vida de Hanna, tras haber aparecido también en el film Who Took The Bomp!. En esta ocasión la aventura va mucho más allá que el repaso a una parte concreta de su carrera musical, planteándose como un recorrido vital por lo más granado de su biografía, desde que empezara a tomar consciencia feminista en sus tiempos de estudiante de fotografía en la Universidad pública.

El documental se sirve de vídeos de la época y de declaraciones de gran valor, como las aportadas por Sleater Kinney, Joan Jett, Kim Gordon o su marido Adam Horowitz, para captar la esencia de una época en la que Hanna y sus compañeras de Bikini Kill se propusieron trasladar la causa femenina al punk, tanto en las letras como en su actitud y la escenificación de su directo (“las chicas a primera fila, las chicas a primera fila!”, exclama durante un concierto grabado de la época en pleno auge de su sonido, justo cuando lograron convertirse en una banda de gran impacto, a pesar de moverse en un frágil equilibrio económico (las giras se seguían haciendo en destartaladas furgonetas, “durmiendo en suelos ajenos” sin poder pagar hoteles, mientras su popularidad crecía y crecía, impulsada sobre todo por su enorme compromiso social).

Kathleen Hanna, en una imagen de archivo

Kathleen Hanna, en  pleno concierto

Film vital para conocer a fondo las inquietudes de algunas de las grandes pioneras del riot grrrl, la película nos sirve también para recuperar aquellos conciertos de seguridad deficiente (impagable la imagen de Hanna cantando ante dos armatostes mientras ella misma lo rememora) donde consolidaron su nombre, al tiempo que ella misma desarrollaba sus inquietudes feministas, involucrándose de lleno en la cultura fanzinera (“mi habitación era mi mundo”) y trataba de universalizar su mensaje con una lucidez incuestionable, que deja patente su enorme carisma escénico y social, de enorme calado en su momento.

A celebrar también que Anderson reivindique aquel Julie Ruin publicado a caballo entre Bikini Kill y Le Tigre, un notable ejercicio lo-fi de reivindicación personal, publicado con pseudónimo después de la ruptura de la banda, sin el que seguramente Le Tigre no hubiese existido tal y como lo conocimos

Aunque resulta evidente que la música juega un papel importante en el film, The Punk Singer funciona también como retrato personal de la persona que habita en  el mito –“te enamoras de quien te enamoras”, recuerda mientras evoca los tiempos en los que empezó a salir con Horowitz-, una Hanna que tuvo que buscar siempre el equilibrio entre sus detractores y sus admiradores (“recibía cartas amenazantes, pero de vez en cuando te llegaba una de una chica que decidió no suicidarse tras escucharnos, y eso compensa”, viene a decir en un pasaje del film) y que hizo de su carrera un motivo de celebración permanente, hasta que las circunstancias propiciaron el fin de Le Tigre.

Hanna, en un momento del filme

Hanna, en un momento del filme

Notablemente dirigida por Anderson –productora, poeta y artista de perfomances hasta el momento, además de exdirectora del National Queer Arts Festival de San FranciscoThe Punk Singer es, en fin, el retrato definitivo de una figura carismática, generadora de un amplio legado musical, cultural y social a la que resulta imposible no admirar. El film acaba con la sensación de que este mundo nuestro tan jodido sería un poquito mejor si el talento, el carisma y la determinación de Hanna abundase más en la actual escena frente a algunas de las propuestas actuales que acaparan titulares y line-ups. Mientras eso no llega nos queda esta joya mayúscula, servida parcialmente en VHS e impregnada de una adictiva cultura fanzinera que nos hace sentir vivos y concienciados.

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