La Dama de Hierro no es una película fácil. No lo es sobre todo por la dimensión del personaje que analiza, ni por el período de su vida que toma como eje vertebralizador. Margaret Thatcher, uno de los personajes más funestos para la izquierda británica, la mujer que dejó morir de hambre a un puñado de mineros durante las célebres huelgas de hambre de los años 80, la primera mujer en alcanzar el cargo de Primera Ministra en el Reino Unido, con un gobierno estricto que se movió entre lo reaccionario y conservador es el personaje escogido por Meryl Streep y Phillida Lloyd para reencontrarse tres años después de la mucho más liviana Mamma Mia!, y el resultado es uno de los mejores papeles interpretados por la mejor actriz del cine norteamericano contemporáneo, que no es poco. Por RUBEN IZQUIERDO
Ficha Técnica: La Dama de Hierro, 2011.
Dirección: Phillida Lloyd. Guión: Aby Morgan
Intérpretes: Meryl Streep, Jim Broadbent, Iain Glenn, Harry Lloyd, Antonhy Head, Richard Grand, Alexandra Roat.
Fecha de estreno: 05/01/2012
El punto de partida de La Dama de Hierro, firmada por la prestigiosa guionista Abi Morgan, autora de The Hour -puede que la única serie de televisión de los últimos años capaz de mirar mínimamente de cerca a Mad Men– o de la notable Shame nos muestra a una mujer anciana comprando leche en el supermercado. A la mujer la vemos algo perdida, tratando de abrirse hueco entre un ejecutivo de pose altiva y un joven que apenas la deja pasar. La anciana es Margaret Thatcher, recluida en su domicilio desde que el fallecimiento de su marido acentuase su demencia y permanentemente bajo custodia, aunque ella se las apañe para ganar algo de libertad a costa de ganarse alguna reprimenda de su hija y del personal encargado de su custodia. Poco queda, en la anciana Thatcher, de la Dama de Hierro que actuó de azote de la izquierda británica, protagonizó sonados encontronazos con los sindicatos y se enfrentó a la peor crisis económica vivida hasta entonces por el Reino Unido, de la que salió a costa de llevar a cabo brutales recortes económicos y la privatización de la gran mayoría de servicios públicos del país, teniendo que hacer frente además a los continuos ataques del IRA -algunos le tocaron muy de cerca- y a la impopular Guerra de las Malvinas, de la que salió victoriosa a costa de pagar un altísimo peaje por el camino.
El film juega bajo dos líneas temporales. En el primero, asistimos al día a día de la Thachter actual, una mujer enferma y cansada que lucha por dejar de un lado las constantes alucinaciones en las que cree ver a su difunto marido -espléndido Jim Broadbent como Denis Thatcher, fantasmagórica presencia que articula los recuerdos de la protagonista. En el segundo, un repaso a su ascenso al poder, desde su entrada en Oxford cuando era la «hija de un tendero» a su escalada progresiva en la política que hizo de ella la primera mujer en ocupar el cargo de Primera Ministra en la Europa Occidental. Los recuerdos que trufan el día a día la Thacther anciana, casi siempre a raíz de las discusiones mantenidas con el espectro de su difunto marido, le sirven a Lloyd para dibujar el perfil político de la exgobernanta, si bien a Lloyd parece preocuparle más el perfil humano de la política inglesa que realizar un balance político de su polémica gestión al frente del Reino Unido, si bien se tratan temas de marcadísima vigencia, como el debate sobre la conveniencia de entrar o no en el Euro y las dudas de Thatchter sobre la eficacia de la Comunidad Europea o su obstinada voluntad de recortar el defícit a través de una austera política económica centrada en los recortes permanentes y en las pugnas constantes con los sindicatos, lo que dio paso a todo tipo de huelgas, algunas con trágicas consecuencias para algunos de los manifestantes.
Dejando de lado la dirección algo plana de la autora de Mamma Mia!, lo que engrandece a La Dama de Hierro es la lección de cine que ofrece Meryl Streep. La actriz de Memorias de África o Kramer contra Kramer demuestra que, más allá de un buen maquillaje, para caracterizar a un personaje histórico del calibre de la propia Thachter y salir airoso se necesita ante todo talento, y eso es algo que a día de hoy en lo que Streep no encuentra ningún tipo de competencia entre sus compañeras de profesión. Streep hace suya la película y la eleva sobre la dirección discreta de Lloyd a niveles de altos vuelos, hasta el punto de fundirse con el personaje desde el respeto y la comprensión hacia una figura de enorme incidencia política en el pasado siglo a pesar de situarse en las Antípodas de su ideario político y personal.
16 veces nominada a los Óscars y ganadora de dos estatuillas, su triunfo por La Dama de Hierro se da por seguro a pesar de las grandes interpretaciones ofrecidas por Glenn Close en Albert Nobbs o Michelle Williams caracterizada como Marilyn Monroe, Streep ha declarado en varias entrevistas que, aún admirando todo lo que consiguió Thatcher como mujer, el modo en el que lo logró se sitúa lejos de su modo de entender la política, lo que no implica que el film no se ha haya hecho desde el respeto y con un claro interés divulgativo sobre su legado. «Me gustaría que la propia Thatcher viese el film como un intento entusiasta de tratar de entender lo que ha sido su vida«, declaró Streep en una reciente entrevista a Fotogramas a propósito del estreno del filme.
Streep comenta en la misma entrevista que si «la película funciona será porque concede la misma importancia a la los momentos de alta tensión política y a los personales«, algo que en efecto sirve para conocer el lado más humano de una gobernanta por lo general innacesible pero que lo hace a costa de no acentuar en exceso la trama política, fijando la cámara más en el ascenso (y posterior caída) al poder que en el ejercicio del mismo.
Se echa de menos un poco más de análisis en los efectos de la ola conservadora que Thacther aplicó sobre algunos de los servicios públicos privatizados en pos de la crisis, su incidencia sobre el National Health Service, la descentralización del sistema sanitario y la caída en picado de la atención ofrecida al ciudadano, por no hablar de los ya citados choques frente a los sindicatos -el tema se trata sólo de manera superficial en el film- o los aspectos más reservados a la política internacional citados unos párrafos más arriba.
Thatchter, la mujer que llegó a afirmar que «la sociedad no existe, el individuo es el principio y fin de todas las cosas» (Historias de Londres, página 94) marcó a los mineros durante su huelga a un tremebundo acoso policial aparece más como la mujer que ya no es quien fue, la afable anciana que lucha contra sus demonios, que existen, y que trata de ganarle la partida a la demencia que arrastra al tiempo que se aferra a ella para mantener con vida el recuerdo de su añorado Dennis.
Pero si en esa falta de revisionar la historia y el legado de Thatchter encontramos un punto negativo para el film, a Abi Morgan hay que reconocerle los méritos a la hora de enfrentar a la protagonista -en un punto de no retorno ya en vida- a sus propios demonios, dando como resultado una pieza de cámara en la que brilla Streep para acercarnos a la persona que ejercició el thatcherismo, aunque éste haya quedado algo desdibujado.
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