Inadvertida para el circuito de premios, salvo honrosas excepciones como los Satellite Awards, donde cuenta con tres nominaciones, Corazones de Acero –qué horror de traducción, ¿era necesario traducir el Fury original?- reafirma a su director David Ayer como uno de los grandes narradores bélicos del momento.
Brad Pitt se gusta como productor y asume todo el protagonismo absoluto en otro impecable relato bélico de David Ayer, lastrado tan solo por un final algo en disonancia con el relato explicado hasta su último tramo
PELÍCULA: Corazones de Acero
DIRECTOR: David Ayer
INTÉRPRETES: Brad Pitt, Logan Lerman, Shia LeBeouf, Michael Peña, Jon Bernthal, Xavier Samuel.
BÉLICA. Estados Unidos, 2014.
SINOPSIS: El film nos sitúa en los albores de la Segunda Guerra Mundial. Cinco soldados integran la tripulación de un frío tanque de acero, bautizado como Fury, cuya tarea principal es la de introducirse a través de costas europeas. El sargento Wardaddy comanda el grupo, al que se le encarga una última misión, para la que deberá mantener unido al grupo pese a la llegada de un nuevo y joven recluta.
DAVID AYER TOMA EL MANDO: Tal vez el pasado militar de David Ayer tenga que apuntarse como una referencia inmutable en su cine. Algo de eso había en su trilogía urbana (Vidas al Límite, 2005; Dueños de la Calle, 2008 y Sin Tregua, 2012), donde la violencia formaba parte del relato de manera constante. En su nueva película –entre medio habría que situar la más floja Sabotaje, puede que el primer lunar en su sólida carrera cinematográfica- la naturaleza misma del relato encaja de lleno en ese componente violento. Ayer centra su mirada en los últimos estertores de la guerra, dándole el protagonismo al pelotón comandado por el sargento Wardaddy, guía y líder de este grupo salvaje que se abre paso a cañonazos hacía el corazón de Berlín.
Contradiciendo lo que podría pensarse de inicio, uno de los puntos que más brillan en el film es un guión sólido, firmado por el propio Ayer, que nos sirve para comprobar la evolución vital del alter ego al personaje de Pitt, ese joven chico sin experiencia en el terreno militar que deberá cambiar el chip sin tiempo para ello, pasando de taquígrafo a integrante de un escuadrón letal sin atesorar ningún tipo de experiencia militar sobre el terreno.
La presencia del joven, encarnando tal vez a la nueva generación postbélica –hay que ver el destino de todo el pelotón para validar la metáfora- nos sirve para acercarnos a aquellos días de locura, los de los últimos coletazos del ejército nazi.
MISIÓN SUICIDA: La misión suicida del escuadrón del Fury se mece entre ráfagas de violencia –los principios son pacíficos, la historia es violenta-, cuchillazos en primera fila y claustrofobia, mucha claustrofabia, la misma que siente nuestro protagonista nada más que llegar, cuando debe limpiar el interior del tanque, lo que incluye los restos del hombre al que sustituye.
Su camino iniciático –ejecución a sangre fría– no obvia el amor inesperado ni la relación leal con su superior, quien le acoge por momentos como el hijo, y aquí nos ponemos cursis, que nunca tuvo antes de alistarse en el ejército.
REALISMO ANTE TODO: Hay que agradecerle a Ayer el realismo que logra inserirle a la propuesta. La violencia irracional no queda limitada a un único bando, y el cansancio físico y moral de esta parte de la guerra en parte oculta, la de los últimos coletazos del imperio nazi le lleva a retratar un ejército exhausto, sin apenas recursos y al filo también en lo moral y racional. Descarnada y violenta, Corazones de Acero huye del heroísmo y nos lleva al fango, centrando su mirada en un puñado de hombres cansados –el entreno casi marcial al que sometió a sus actores se refleja en sus relaciones internas– que nos deja imágenes para el recuerdo, como su incursión en un pueblo liberado, que da paso a una de las escenas más logradas del film.
Cruda y estupendamente interpretada por el comando del Fury –Shia LaBeouf, Jon Bernthal y Michael Peña secundan con tino a Pitt en el grupo- la película gana también cuando aleja el foco al conflicto bélico, beneficándose de esa relación casi paterno-filial desarrollada por el personaje de Brad Pitt y el de Logan Lerman, interpretando al novato Norman Ellison con credibilidad, desarrollando de paso los matices del personaje en las apenas 24 horas que dan vida al relato.
El terror físico transmitido por Ayer se beneficia también de la fotografía brindada por Roman Vasyanov. Oscura y azulada, su fotografía huye de triunfalismos y acentúa la fatiga del batallón de los hombres de Wardaddy, en pie hasta el heroico (y tal vez demasiado hollywoodiense) desenlace.