L’Ocell, de Joan Colomo.
No deja de ser curioso que la primera vez que escuché en directo una de mis canciones preferidas de Joan Colomo, que es como decir una de mis canciones preferidas de siempre, fuese a través de Maria Rodés y no del propio Colomo. De las tres o cuatro veces que he escuchado a Rodés en directo, en un par obsequió al público con una versión dulce y emotiva de una de las canciones más dulces y emotivas del exmiembro de Célula Durmiente. Y lo hizo genial, dándole una connotación muy sentida, pura nostalgia, que ya aparecía en la versión original, aunque confieso que en las dos ocasiones el escenario, sobre todo en el segundo caso -els Jardins de la UB, con el verano llamando a las puertas- elevó el momento a la categoría de especial.
No descubro nada si apunto que Els Vespres de la UB representan una plaza idílica para realizar un concierto de verano. Aquel día, además, la tarima desde donde cantaban los músicos estaba engalanada con luces de fiesta mayor, y la noche nos premió con una buena velada estival. La canción ayudó a darle al momento un balanceo entre la tristeza de la letra y el placer de estar disfrutando de un instante único y breve, que es como es la canción en realidad. Creo que hubo un momento, con los fanalillos moviéndose al compás de los acordes de guitarra de la cantautora barcelonesa, en que todos los que estábamos allí nos sentimos contentos de haber asistido a aquel concierto gratuito con el que metafóricamente abríamos el verano. Supongo que en parte eso es lo que persigue la música en directo: hacer sentir al que la escucha que está en el sitio adecuado en el momento oportuno. Y María lo consiguió, llenando de un silencio reverencial el jardín de la Universitat durante el breve minuto y medio que duró la canción.
L’Ocell, decíamos, es una canción triste, llena de matices y registros que juega con una tensión narrativa, que no para de crecer al ritmo en el que lo hace su protagonista. Éste arranca la canción sin saber volar -«vol, però no pot, perquè sap que caurà al sot«, y la acaba enfrentándose al destino con dignidad y aplomo «sap que un dia ell deixarà de ser un ocell, escampara les seves plomes en el vent, el vent»-. Como metáfora de la vida, resulta sensacional.
Aquel día, cuando acabó la canción y María recibió la ovación del público, aunque a mi me costó aplaudir, como siempre que una canción me gusta y me atrapa, no podía imaginar que despediría el verano escuchando la misma canción, cantada ahora por el propio Colomo, en una versión con un tono deliberadamente más festiva dentro del concierto de presentación de su nuevo disco celebrado en el Moog. Allá donde ella había creado un escenario bucólico y nostálgico, en el que no costaba ver al ocell aún en sus primeros pasos, triste por no volar, él ofreció una versión lúdica y traviesa, jugando con los cambios de registro de su voz y su música, decidido a hacer de su concierto una celebración de la vída en sí misma. Y pasamos, claro, de las luces de fiesta mayor y la brisa de las noches de julio, a la oscuridad de la sala, abarrotada, en la que Colomo presentó Producto Interior Bruto. Como despedida del verano recién finiquitado, el ejercicio resultó memorable.
No sé hasta qué punto es significativo que la versión de los dos estuviesen al inicio y final del verano respectivamente. Al arrancar el verano, cuando escuché la primera versión, el verano se presentaba espléndido, pletórico de oportunidades y cargado de noches por llenar. Cuando disfruté la segunda, con la depresión postvacacional a cuestas, comprendí un poco a l’ocell que no pot témer a res i a ningú. Como él, estamos condenados a plantar cara a a la vida y a buscar calor cuando el frío llamaa la puerta. Canciones como esta ayudan a que lo hagamos de un modo más o menos digno, como nos ayudan a que escampem les plomes en el vent. El vent. R. IZQUIERDO
Joan Colomo presenta hoy Producto Interior Bruto en la sala Music Hall de Barcelona.
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