Hace algunas semanas se celebró el 40 aniversario del lanzamiento de uno de los discos más fascinantes de la historia: The Rise and Fall of Ziggy Stardust and The Spiders From Mars. Probablemente se trata de la obra cumbre de David Bowie y la responsable de la popularización del glam rock durante los años 70, género cuya principal virtud reside en combinar plumas, guitarras y provocación a partes iguales. Por ALBERTO J.P.
Ziggy Stardust and The Spiders from Mars es un álbum conceptual en el que, a través de 11 canciones, Bowie nos relata la llegada de un extraterreste a la Tierra con el pretexto de salvar al planeta mediante el rock and roll. Ziggy, sediento de fama, trata de cautivar a los jóvenes con su música, convenciéndoles para que le sigan en su camino suicida hacia el éxito
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Recuerdo que, tiempo atrás, un buen amigo me dijo: “No me gusta David Bowie… nunca me ha gustado. De pequeño me daba miedo”. Y no me extraña, a mi también me lo daba. Creo que nuestra mente infantil no alcanzaba a clasificar semejante figura en el orden preestablecido de las cosas. El Bowie de los primeros años era una criatura de extraña apariencia, mezcla andrógina de irreverencia y sexualidad, capaz de sonreír como un niño travieso y gritar como el mismo demonio mientras retorcía su cuerpo con posturas a caballo entre el Kamasutra y los calentamientos del más avezado contorsionista. Observando aquel rostro sin cejas, con los colmillos ligeramente afilados y un ojo de cada color, ¿puede reprochársenos que sintiéramos rechazo ante la imagen que aparecía en nuestra pantalla? Yo disfrutaba con los zombies de Thriller, pero las antiguas grabaciones de Bowie -e incluso las caracterizaciones contemporáneas de mi niñez, como la de la película The Labyrinth- sembraban en mí demasiado desconcierto.
Al parecer, lo que entonces me resultaba incomprensible había constituido pura fascinación para los adolescentes diez años atrás. A principios de los 70, Bowie había encarnado la lucha contra las convenciones, el azote de la diferencia de sexos; había sido gasolina para una sociedad sedienta de cambios, ansiosa por superar el conservadurismo y hallar líderes que señalaran el camino. Los jóvenes de la época habían respondido a la llamada, acudiendo a sus conciertos vestidos y maquillados como Ziggy, gritando enloquecidos al ver de cerca de a aquel ser que representaba todo lo prohibido.
Cuando fui más mayor, mi tío, fan acérrimo de Bowie, me legó su colección de vinilos y me habló apasionadamente de esta excéntrica figura que cobró fama durante su adolescencia. Afronté el reto con cierta reticencia y decidí iniciarme en la discografía del cantante con el que, según decían, era su mejor álbum: The Rise and Fall of Ziggy Stardust and The Spiders From Mars. Invariablemente, mis prejuicios se diluyeron ante la energía y originalidad de las canciones. Mi entusiasmo me llevó a visionar también el famoso documental de Pennebaker y la imagen de aquel salvaje extraterrestre de apariencia pansexual me dejó fascinado. Rápidamente me lancé a la escucha de otros discos: Hunky Dory y The Man Who Sold the World acabaron doblegando mis temores infantiles y haciéndome rendir tributo a una de las figuras más influyentes y enigmáticas de la historia del rock.
Ziggy Stardust and The Spiders from Mars es un álbum conceptual en el que, a través de 11 canciones, Bowie nos relata la llegada de un extraterreste a la Tierra con el pretexto de salvar al planeta mediante el rock and roll. Ziggy, sediento de fama, trata de cautivar a los jóvenes con su música, convenciéndoles para que le sigan en su camino suicida hacia el éxito; se trasviste para su público y enloquece a sus fans, que sueñan con acostarse con él. Sin embargo, superado por su descomunal pasión por el sexo y las drogas, acaba diluyendo la banda y hundiéndose en su propia miseria.
Semejante historia fue concebida en la imaginería de Bowie mediante ideas recogidas en lugares muy diversos, y cuentan que parcialmente basada en la figura de Vince Taylor, un extravagante cantante de rock que tuvo cierta repercusión en Francia durante los 60. La temática extraterrestre era, por otra parte, algo recurrente en la fecha de publicación del disco, aunque el cantante se encargara de darle su toque personal.
Musicalmente hablando el disco es sorprendente. Resulta difícil destacar alguna canción sobre el resto, pues no hay ninguna que no sea digna de mención. La primera cara del LP está dominada por medios tiempos donde Bowie hace mayor gala de sus dotes vocales, y la segunda presenta piezas de corte rock con tempos más rápidos, que captan el verdadero espíritu del género glam.
Puede que las pistas más representativas de la trama que contiene el LP sean Starman (cuya famosa interpretación en directo en el programa familiar de la BBC Top of the Pops catapultó a Bowie hacia el estrellato) y Ziggy Stardust. Una de mis debilidades es, sin embargo, Moonage Daydream, tema que recrea esa especie de rock espacial que marca la tónica general del álbum, y en el que la guitarra de Ronson deja un solo magnífico e infinito, después de que el bueno de Bowie haya cantado con afectada entrega aquello de: “I’ll be a rock ‘n’ rollin’ bitch for you…”.
Podemos imaginar el escándalo que este tipo de letras supondrían para algunos oyentes durante aquellos años. Pero tras el ascenso y la caída de Ziggy Stardust la música había dado un paso sin retorno hacia la modernidad, y de nada valdría ya ruborizarse. Hoy en día podemos afirmar que sin Ziggy Stardust no hubieran existido muchas de las bandas que aparecieron durante los 70 y los 80, estética y musicalmente hablando. El personaje ha inspirado a un sinfín de generaciones, e incluso hoy en día, en pleno siglo XXI, Bowie sigue siendo un poderoso icono contra los formalismos y su personaje, Ziggy, el arquetipo de los espíritus grotescos de rebeldía.
La razón para este éxito imperecedero cabe buscarla en el hombre oculto tras la máscara. Parece imposible negar que David era la figura ideal para representar la naturaleza deshumanizada que requería este ególatra ser interespacial. Sólo una hombre como él podía hostigar con impunidad los preceptos morales británicos bajo el disfraz de la ambigüedad. Creó un personaje ficticio a su medida, y en su vida personal desplegó unas innatas aptitudes para la provocación; pese a estar casado con Angela Barnett, en 1973 anunció públicamente su homosexualidad ante la prensa, cuando tan sólo 4 años atrás ser gay estaba legalmente perseguido en el Reino Unido. De este modo se aseguró estar en boca de todos de la noche a la mañana.
Mucho se ha debatido sobre los gustos del artista desde entonces, y aunque resulte difícil afirmar nada con certeza, creo que al final la verdad carece de importancia. La orientación sexual de Bowie siempre ha sido una mera impostura, una herramienta que, al igual que el vestuario o los juegos de luces, ha formado parte del espectáculo. Ya fuera desde su papel de gay, “hetero” o bisexual, durante su primera etapa el cantante utilizó los prejuicios ajenos a su antojo con el loable fin de la provocación, y semejante actitud acabó por crear escuela, convirtiéndose en una infalible fórmula para el éxito.
Exprimiendo además sus habilidades para la interpretación, y bebiendo de las influencias de sus ídolos Iggy Pop y Lou Reed o de contemporáneos precursores del glam rock como Marc Bolan, Bowie creó un show de monstruosas dimensiones durante la gira de Ziggy Stardust and The Spiders from Mars. Entre el ’72 y el ’73 mezcló sin reparo la ciencia ficción, el teatro japonés y el travestismo de los círculos de Andy Warhol y creó una sensacional puesta en escena de la mano de otro músico de gran talento: Mick Ronson. Sin embargo, cuando su figura se hallaba en la cresta de la ola tras haber alcanzado repercusión internacional, el cantante sacrificó a Ziggy en el altar de la fama. Superado por la vorágine del éxito e instado por unas irrefrenables necesidades de renovación, Bowie decidió destruir a su hijo predilecto y convertirlo así en eterna leyenda.
Los discos inmediatamente posteriores fueron bastante más discretos para mi gusto, pero debe resultar difícil continuar una carrera discográfica cuando uno pone el listón tan alto. Todo lo demás corre el inevitable riesgo de sonar a mediocridad.