Fuimos al Poble Espanyol con las expectativas del que espera vivir una de las noches más especiales de un verano recurrente en disgustos y la noche no defraudó. Bon Iver sorprendieron con una puesta en escena exhuberante, exhibición de músculo para un Justin Vernon que vive su gran momento y que inundó la sala con un derroche instrumental abrumador. Crónica de RUBÉN IZQUIERDO, fotografías de ART VANDELAY.
- Espectacular puesta en escena de Bon Iver para su regreso a Barcelona, ciudad que no visitaba desde su paso por el Primavera Sound 2008
- La banda exhbió fortaleza instrumental y edificó los pilares sobre los que Vernon ejecutó su triunfo, aunque se reservara necesarios momentos de intimidad con el público
- Antes de Bon Iver, Beth Orton presentó el que será su disco de regreso, tras un silencio de casi seis años
Justin Vernon sube al escenario y no puedo evitar el que me asalte una duda. El resto de la (copiosa) banda que le acompañará durante una de las noches más esperadas del verano barcelonés musical aún no ha ocupado su sitio, y el público observa con un silencio abrumador, que contrasta con el murmullo constante que impidió gozar de Beth Orton en su justa medida, los primeros instantes del concierto. Poco a poco, Justin Vernon nos introduce en el onírico ambiente que creará a lo largo de la noche mientras sus compañeros, ahora sí, ocupan poco a poco su sitio en el escenario. La duda que me corroe, mientras, sigue ahí, aflorando en los acordes de la Woods con las que Bon Iver nos da la bienvenida.
¿Imaginaba Vernon durante su exilio autoimpuesto en sí mismo todo lo que vendría después?. ¿Era consciente en su soledad, sus tres meses en la cabaña de Wisconsin sólo, acompañado de la brújula emocional que le llevaba a dibujar aquel seminal For Emma, Forever Ago que un día, apenas un puñado de años después, sería capaz de similar obra de trascendencia como las logradas con el díptico publicado hasta la fecha?. ¿Cómo recordará Vernon ahora aquellos días en los que la necesidad de escribir en solitario le llevaron allí para edificar los cimientos de una de las mejores propuestas musicales de la década?
Es probable que sólo el sepa la respuesta, y está bien que sea así. Es la intimidad necesaria con la que debemos apremiar a alguien que nos regaló aquella joya primeriza, partiendo del dolor personal -discos en reclusión en suma como aquel vibrante Hospice de The Antlers, que enriquecen nuestra sensibilidad musical- afloran sentimientos que sólo obras así son capaces de despertar.
Superado el momento Woods, ese pequeño instante, llamada a la trascendencia con la que entrar en materia, Vernon y los suyos -eran tantos los integrantes de la banda de acompañamiento que Bon Iver sonaron por momentos a otra cosa, una joya de orfebrería musical con la que resulta imposible no emocionar- nos regalaron el primer hit de la noche, la Perth con la que se abre Bon Iver, Bon Iver, hábilmente enlazada con Minnesotta, WI, dos instantes de magia con los que entramos ya de lleno en los dos discos de la banda.
Hubieron, claro, guiño sa su disco de debut, un For Emma, Forever Ago que nos regaló los mejores momentos de la noche, cuando Vernon regresaba a su vena más intimista, aparcando por momentos esa explosión (bendita explosión) de talento concentrado en los temas más expansivos, un constraste necesario que enriqueció la propuesta y que gustó por igual tanto a los que se dejaron llevar por la grandeza de los temas más exhuberantes como los que nos recogimos en los más intimistas.
Ayudó a ello una puesta en escena arrebatadora, una inteligentísima combinación de luz, colores y música que conmovía al tiempo que servía de marco pictórico para el lienzo de los sueños transmutados de Vernon, que pasó de la reclusión de sus primeros temas al estallido excelso aportado por la banda -imaginar como sonaría lo que vimos en el Poble Espanyol en un Auditori, por ejemplo, resulta simplemente arrebatador, por más que el escenario nos ofreciese a su vez mucho de bueno-.
Hinmon X nos devolvió al segundo disco, de nuevo protagonista de los vuelos más altos, en lo escénico, del concierto, con Wash cerrando esta nueva triada antes de volver a la intimidad de Emma con Creature fear, mantenida con Team ya cruzado el ecuador de la noche.
Holocene volvió a emocionarnos, piel de gallina para coronar un concierto que se vio favorecido por la inclusión de violines, sección de viento y demás riqueza instrumental, elevadas a arte en momentos puntuales, sobre todo en unos bises que recogieron parte de lo mejor de la noche, por más que aún quedase mucho para ello.
El siguiente tramo de la noche siguió con la recuperada Blood Bank y re:Stacks, uno de esos momentos en los que Vernon se bastaba de sí mismo para volar y volar, tocando (casi) el cielo con Skinny love, uno de esos picos de intensidad que convierten a la música no sacra en algo litúrgico, ese algo más presentado a modo de sello personal, un Vernon casi pastor de la audiencia, entregada desde los primeros acordes, aquí en uno de sus momentos más felices.
Uno no puede evitar el preguntarse que pensaría el Vernon exiliado de si mismo durante aquellos tres meses de Wisconsin si viese por una rendija de aquella soledad creativa la explosión de talento mostrada en noches como la del Poble Espanyol
El tramo final no defraudó, con buena parte de la artillería pesada reservada para entonces. La ensoñadora Calgary, Lisbon Oh, con Beth/Rest para cerrar, quizá en una de las pocas decisiones con las que servidor no congenió. Que se cerrase con una Beth/Rest menos vibrante (o no tan vibrante) como las disfrutadas durante el resto de la noche se perdona si se cae en la cuenta de la tralla que aún restaba para el disfrute de los bises.
La maravilla de The Wolves (Act I and II), coros mediante para coronar al pastor, perfecta armonía vital con el público, otro de los picos emocionales de esa catarata sugerida por Vernon y los suyos, un tour de force con pocas concesiones (pero brillantes) a su versión más intimista, dejando para For Emma (no podía ser otra) la rúbrica necesaria para una gran noche, seguramente la más esperada del verano, concierto saldado a la altura de las infinitas expectativas que traía, lo que no es poco.
Bon Iver saldaban así la larga ausencia en su relación con Barcelona -no pasaba por aquí desde aquel concierto intimista en el Auditori del Primavera Sound 2008-, con Vernon coqueteando con una puesta escena quizá diferente a la imaginada en nuestros sueños, elevada con esa brizna de genialidad que nos hizo desear quedarnos ahí, en unos rushes finales -instrumentos de viento bañando el verano- en los que todos fuimos, si se me permite la cursileria, un poquito Emma.
Antes de la ceremonia del reverendo Vernon, Beth Orton certificó su vuelta a los escenarios en un regreso marcado por su derroche de simpatía y atrevimiento, al centrar buena parte del repertorio en el aún inédito Sugaring Season, con el factor añadido de acompañarse en el escenario únicamente por su guitarra.
Poco más necesitó para llevar a cabo un ejercicio de seducción con la audiencia, sobre todo con la que atendió sin formar parte del murmullo ahogado que llegaba a las primeras filas. Nada grave si atendemos a las muchas ganas de los que siguieron los inicios de esta musa del folk más electrónico tenían de reencontrarse con ella. A Orton no pareció importarle el tener que salir al escenario así, con un repertorio desconocido para el público en su mayor parte –Sugaring Season saldrá a la venta en octubre y apenas han trascendido temas hasta la fecha-, tirando de carisma y de una generosidad desbordante, en un ejercicio de simpatía que elevó nuestras ganas de disfrutar del disco en un escenario quizá más íntimo, acorde con la propuesta valiente, arriesgada, que llevó a cabo mientras las ganas por disfrutar de Bon Iver aumentaban sin remedio.
Orton alternó temas nuevos –Something more beautiful fue de las que sonó mejor- con algunos de sus grandes hitazos, como Stolen car o She cries your name, que reservó casi para el final, una finezza que nos hizo retroceder en el tiempo a los fulgurantes años de su ascensión, un regalo delicado que nos hizo sentir más felices. Un sentimiento cercano a la euforia cálida de las amistades reencontradas.
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