Recogiendo el legado de las generaciones precedentes en EE.UU., a mediados de los 60 las bandas británicas dieron una segunda vida a un género genuinamente americano como el blues y le dotaron de mayor potencia, distorsión y decibelios. Aprovechando el tirón de los Beatles, formaciones como The Rolling Stones, The Who o Cream desembarcaron al otro lado del Atlántico y cosecharon un éxito considerable en lo que popularmente se conoce como “la invasión británica”. Este período vio alumbrar a grupos irrepetibles como Ten Years After, y a músicos increíbles como su guitarrista Alvin Lee. Por ALBERTO J. PUYALTO

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Escuchando los primeros discos de esta la banda inglesa uno aprecia fácilmente que Alvin Lee tenía uno de esos talentos extraordinarios que sólo aparecen de vez en cuando. Su velocidad y capacidad de improvisación manejando la mítica Gibson ES-335 tienen difícil parangón en la escena blues rock de su época. Se le puede situar perfectamente a la altura de genios como Hendrix o Clapton.  Sin embargo, el grupo Ten Years After estaba compuesto por tres músicos más, Leo Lyons (bajo), Chick Churchill (teclado), Ric Lee (batería), que en conjunto formaban uno de las formaciones más sorprendentes de la onda británica. Como acertadamente los definió Mike Vernon –su productor en la discográfica Deram–, se trataba de “gimnastas musicales cuya gran capacidad inventiva era más excitante en el escenario, frente a una audiencia agradecida”.

No puedo estar más de acuerdo. Pese a no haber tenido ocasión de ver en vivo al grupo original –con la notable ausencia de Lee, Ten Years After siguen haciendo tours en nuestros días, aunque sea mediante una versión algo descafeinada de la banda–, resulta obvio que los álbumes de estudio tienen buenos temas, pero que ninguno consigue captar la verdadera energía que desprendían en los directos.

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Bill Graham, promotor del Fillmore Ballroom de San Francisco, debió sentir exactamente lo mismo cuando invitó al grupo a tocar en EE.UU tras haber asistido a un concierto durante la gira-presentación del primer LP. Los muchachos aceptaron entusiasmados, pero antes del desembarco la discográfica decidió lanzar Undead, un disco en directo que debía introducir al grupo en el mercado americano. El éxito fue tan rotundo y las protestas de los fans ingleses tan insistentes que tiempo después los productores decidieron publicar también una versión en el Reino Unido.

La actuación para Undead fue grabada en el Klook’s Kleek, una famosa sala situada en el Railway Hotel de Hampstead, al norte de Londres, donde habían actuado otros grandes del blues británico como John Mayall o Fleetwood Mac. Originalmente, el álbum sólo constaba de 5 pistas de 38 minutos de duración, pero con la reedición digitalizada en 2002 se incluyeron varios temas nuevos y un sonido mejorado.

Undead incluye una versión del que posiblemente sea el mayor éxito de Ten Years After: I’m going home. Se trata de una frenética canción al más puro estilo del rock donde Alvin Lee deja claro porque es una autoridad en el manejo de las seis cuerdas. Muchos podrán recordar el tema por la famosa interpretación que realizó el grupo durante el festival de Woodstock del 69; un instante memorable donde, ante 400.000 personas, Ten Years After y Alvin Lee se consagraron definitivamente.

Igual o más valiosa me parece la pieza I may be wrong but I won’t be wrong always, cuya fascinante mezcla de blues y jazz a toda velocidad define perfectamente los inicios del grupo y justifica su especial valía en los directos. La capacidad de la banda para improvisar en largos pasajes instrumentales es quizá su sello más característico: en Undead, las jams se suceden una tras otra dejándonos brillantes solos de bajo, teclado, batería y guitarra.

Imagen en directo del guitarrista Alvin Lee

El directo incluye también clásicos como Spoonful, escrita por Willie Dixon y Summertime, de Geroge Gershwin, además de versionar el tema de Al Kooper I can’t keep from crying, Sometimes. Estirando esta última canción, el cuarteto improvisa con el característico sonido de órgano de Churchill de fondo, y de pronto podemos reconocer el riff de Paint It Black de los Stones por unos segundos; un momento mágico tras el que la guitarra de Alvin nos lleva de regreso a la canción original.

Escuchando de nuevo este disco me resulta inevitable añorar esa época dorada en que los conciertos eran actuaciones irrepetibles, únicas, a las que uno podía enorgullecerse de haber asistido. Durante los años 60 y 70, las set list de los directos contenían muchas veces versiones de otros músicos, antiguos o contemporáneos, e improvisaciones nunca escuchadas, en una suerte de intercambio musical que hoy en día hemos perdido.

Otra actuación en directo, en una imagen de archivo

Salvo contadas excepciones, muchas bandas de cierto renombre se limitan actualmente a interpretar lo recogido en sus LPs, sin explotar apenas las posibilidades que ofrece el escenario. Seguro que no soy el único que ha salido más de una vez con una sensación amarga de la sala, pensando que podría haberme puesto el CD en casa sin necesidad de sudar y gastar dinero. Pues bien, creo que con el grave problema de la piratería y con las entradas a los conciertos más caras que nunca (especialmente tras la genial idea de subir un 12% el IVA de los espectáculos), convendrían recordar que los directos, además de una estupenda fuente de ingresos, pueden ser el momento para dar rienda suelta a la creatividad y demostrar al gran público que, lejos de los estudios de grabación, es donde reside el verdadero talento. Creo que este disco es un claro ejemplo de todo ello.

Portada original de Ten Year After