Tiene Bored to Death, la genial serie producida por HBO e ideada, escrita y dirigida por Jonathan Ames una pátina de nostalgia (post)moderna que encaja con enorme precisión en la cosmovisión de Jason Schwartzman, actor al que da vida el personaje principal de una trama protagonizada por… Jonathan Ames, en un ejercicio de metatelevisión plagada de elementos autoreferenciales que refuerza la personalidad de una serie que ha ido haciéndose con el tiempo un hueco propio en las mejores series de la actualidad, hasta convertirse en un espacio de culto al nivel de las grandes propuestas de la cadena.
Bored to Death, que acaba de finiquitar su tercera y última temporada temporada y ya la echamos de menos, arrancó hace ya tres temporadas con un Ames de bajón por el platón que le da su novia, cansada de sus inseguridades, su ritmo de vida y su afición (usemos eufemismos) por el vino blanco y la marihuana.
La ruptura causa una honda impresión en Ames, escritor bloqueado, incapaz de volver a escribir nada decente tras una prometedora carrera amparada por George Christopher, su editor, interpretado por un genial Ted Danson, convertido a medida que avanza la trama en su mejor aliado, un sosias de segundo padre para él y tercer eje de una trama que cobija también a Ray Hueston, interpretado por Zach Galifianakis, en el papel de su vida.
El punto de partida es simple. Ames, muy tocado anímicamente por la ruptura, decide poner un anuncio en Craiglist ofreciendo sus servicios como investigador privado, en un intento de recuperar la inspiración dentro del género de novela negra, al que quiere consagrar su siguiente trabajo literario. Del anuncio llegan las primeras llamadas, casos imposibles en los que Ames aplica unos conocimientos derivados de su afición por el género, y que dará pie a delirantes capítulos en los que los tres protagonistas irán reforzando un microuniverso deliberadamente moderno, una fábula intelectualoide en la que Brooklyn brilla como nunca y que revela a Schwartzman como un Don Quijote indie –Galifianakis sería Sancho Panza-, con la novela negra sustituyendo la obsesión del hidalgo caballero por la novela negra.
El trío protagonista desprende ternura –en la tercera temporada la complicidad entre ellos ya es total-, transmutando en una suerte de losers elitistas en una Nueva York que probablemente no exista, aunque la amemos de forma incondicional gracias al particular (particularísimo en realidad) sello de Ames.
El gran mérito de Bored to Death es la solidez del trío protagonista, lo bien engrasado que está el resto del reparto –sobresale Leah, la novia de Ray- y a la capacidad de Ames (el real, no el personaje) de engancharnos a través de casos relativamente simples, importantes no por lo narrado, sino por el modo en el que se llega a esa narración. En varios casos Ames (el personaje, ahora sí) es contratado por su torpeza, como si el director y guionista fuese consciente de las limitaciones detectivesca de su hidalga creación, aunque los casos logren una resolución positiva tan inusitada como fascinante.
Ya ha quedado dicho, pero conviene resaltar que los personajes, y también el casting, son los grandes aciertos de la serie. El modo en el que George va poco a poco integrándose en las alocadas pericipecias del dúo principal –Ames considera a su editor un padre espiritual, y en esa relación paternofilial reside uno de los ejes de la trama, reforzados por la búsqueda de Ames de su propia identidad-, la evolución de Ray en su relación con Leah (y con el propio George, su amistad avanza a cada capítulo), y los miedos y fobias del personaje de Schwartzman generan una adicción constante que provoca que los ocho capítulos por temporada nos sepan a poco.
Y como guinda, unos créditos maravillosos, pura delicia pop, avezados por el tema principal cantado por el propio Jason, solista de Coconut Records y segunda alma máter de un proyecto sostenido por dos Jonathan Ames que terminan por fusionarse de un modo (casi) imposible. Milagros de la postmodernidad.
[youtube id=»uPSb8yFGZ-E» width=»600″ height=»350″]
Un artículo de ART VANDELAY