Hubo un tiempo, ahora ya no, en el que Björk era importante para mí. Su estupendo disco de lanzamiento, Debut, me pilló en plena adolescencia, y para el estreno de Dancer In The Dark, su imposible asociación con Lars Von Trier, su aportación artística era vital para mí como consumidor cultural.

Recuerdo ver Dancer In The Dark, entre semana, en el entonces llamado Club Doré -hoy Aribau Club- con una compañera de clase. Y aunque la sala estaba prácticamente vacía, el tremebundo rush al que nos sometió Von Trier nos llegó al alma. Vista con el tiempo, cuesta menos apreciar los trucos utilizados por el cineasta danés para manipular nuestros sentimientos a su antojo, y aunque sigo le sigo teniendo una gran estima a la película, la última vez que la vi no me emocionó tanto como la primera vez. Esas cosas pasan.

Sigue habiendo una escena, no obstante, que me conmueve hasta el infinito. Hablo, claro, de I have seen it all, la secuencia que transcurre en el tren. En ella, la protagonista nos explica el avance de la ceguera que sufre -uno de los ejes centrales de la película- y lo hace a través de un montaje musical de primer nivel en el que talento de los dos creadores estalla al fin, de la mano, para ofrecernos algo único.

[youtube id=»62pLY5zFTtc» width=»600″ height=»350″]

I have seen it all es una canción dura para una película aún más dura. Una historia tremebunda, en la que la cantante islandesa narra la resignación del que pierde la capacidad de ver –ya lo he visto todo, canta presa de la nostalgia, alternando momentos bellos y naturales como otros de más dolorosos, como el de ese hombre asesinado por su mejor amigo– y que se enfrenta a su destino sin falsos (en apariencia) tremendismos. He visto lo que fui, nos canta Björk antes de proclamar, con toda crudeza,  que sabe en que se va a convertir.

El juego de cámaras que ofrece el cineasta danés, los largos paseos de Björk en ese tren que nos lleva a todos -y sí, puede que la metáfora del tren esté algo trillada, pero pocas veces habrá funcionado tan bién como en esta ocasión-, potencian una letra a la que acompaña sin pisar, una feliz asociación de talento cantada a dos voces -¿hará Peter Stormare de Von Trier en la canción, es la voz del cineasta la que acompaña a la islandesa en su trayecto hacia el fin de los días?- que la Academia de Hollywood supo reconocer nominándola a los Óscars. No ganó, pero como lo hizo Bob Dylan por Things Have Changed se lo perdonamos.

No mucho tiempo después de ver la película y escuchar compulsivamente la banda sonora, comprada en la tienda de discos, ya extinta (sí, nos hacemos mayores), de la calle Pelayo- Björk vino a Barcelona en el, puede, momento cumbre de su carrera para actuar en el Liceo. Fue una gran noche que compartí con la misma amiga con la que había ido a ver la película, y creo que la velada ofrecida por la islandesa fue la marcó el punto de inflexión en lo referente a lo que siento por su música.

Fue un concierto espléndido, en un marco excepcional y en el que la artista lució sin rubor el inigualable momento de forma que atravesaba por entonces. La cita llegó en un tiempo en el que no era nada habitual ver música contemporánea en directo: el Liceu. Música pop, no ilustrada, según rezaba la crítica que El País realizó de su brillante actuación. En aquella noche mágica -lo fue para todos los que sentíamos devoción por ella, y para todos los que, como yo, no habían pisado el célebre teatro barcelonés en su vida- la islandesa presentó Vespertine, aunque incluyó en su repertorio algunos de sus hits, y I’ve seen it all sonó para mi regocijo.

Contaba Luis Hidalgo en la citada crónica del diario de PRISA que el concierto tuvo mucho de simbólico, aunque los arreglos hubiesen sido también aptos para otras salas. Ignoro hasta que punto es verdad y cual es la incidencia real de aquel concierto en la particular infrahistoria que el Liceu ha tenido desde entonces. Han pasado diez años de aquello -la efeméride se produjo el pasado 4 de noviembre- y desde entonces sólo he ido una vez más al recinto para ver a Marlango. Decía antes que todo lo que sucedió allí marcó para mí un punto y a parte en mi relación con Björk. Fue tanta la explosión de belleza, tan elevado el simbolismo de aquella actuación, que puede que mi subsconsciente optase por dejar allí a la islandesa. En el trono inalcanzable de las noches míticas, amplificadas por el paso del tiempo. Disfrutadas como un recuerdo al que evocar de vez en cuando. Las cosas de la nostalgia, supongo. R. IZQUIERDO

Bjork actuará en el Primavera Sound 2012 el próximo mes de mayo. Fechas por confirmar