Me ha pasado sólo con un puñado de libros, y Cosas que los nietos deberían saber . Cada x años me topo con una obra que me obliga a caer en un bucle interminable de lecturas y relecturas, empapándome de su contenido y disfrutando de cada arista escondida como si no quedase más literatura nueva por abarcar.

La primera vez que caí en el hábito de la (re)lectura fue, y sé que aquí me adentro de lleno en el terreno de los tópicos, con El Guardián entre el centeno. Lo leí por primera vez en Segundo de BUP, por segunda aquel mismo verano y por tercera en Tercero. Creo que fue el libro que me acompañó durante todos los largos veranos previos a la Universidad, y sólo tras leer, a propósito del estreno de aquella joyita que fue Inocencia Interrumpida, que a Winona Ryder también le había pasado consideré que no estaba loco del todo, por más que compartir rutinas con alguien del (frágil) equilibrio de la Ryder no sea garantía de nada.

Mark Oliver Everett, E., en una imagen de archivo // EELS

Desde entonces el hábito de la relectura se ha mantenido con muy pocos autores. Es algo que me sucede siempre con Enric González y (casi) siempre Nick Hornby, por lo que cuando me sorprendí a mí mismo leyendo por tercera vez la autobiografía de Mark Oliver Everett no me quedó más remedio que abrir el pequeño panteón de autores de cabecera a un nuevo e ilustre miembro.

Más allá de la épica vida que Everett narra en su novela -y conviene apuntar que no estamos ante una hagiografía, es el relato en tercera y persona de un nombre tocado con un don, condenado a su vez a la pérdida constante de todos los seres próximos de su alrededor- creo que lo me atrapó del libro fue la clarividencia con la que explica algunas de las canciones clave de su discografía, canciones indispensables para mí y por las que siento un amor tan incondicional como inexplicable.

Cosas que los nietos deberían saber es, además de un libro, una canción. Things the grandchildren should know es el cierre epifánico -epifánico y fóbico, aleccionador track número 33 de un álbum doble, en palabras de Roberto Fresán, prologuista del libro de marras-  de Blinking Lights & Other Revelations, un compendio de canciones «felizmente tristes o tristemente felices«, citando nuevamente a Fresán.

Things the grandchildren… es una joya que se va más allá de los cinco minutos, un tema de esos que surgen cada muchos y que sirve para enmarcar una vida, el tipo de canción al que uno le gustaría poner en su funeral, cuando llegue el momento.

Blinking Lights and Another Revelations es sobre todo la obra cumbre de un artista -artista en el sentido más amplio de la palabra-, un trabajo épico y enorme en el que abocó buena parte de sus energías en un momento crucial de su formación como persona y música. Siguiendo con el libro, el propio Everett explica cómo se las ingenió para presentar la canción en París. Interrogado por una periodista gala sobre tan peculiar título, el autor de Losing streak contestó a la pregunta «¿tienes hijos?» con un lacónico «creo que voy a pasar directamente a los nietos«, una genialidad que la reportera no acabó de entender y que resume bien la postura de E. a la hora de enfrentarse a la promoción comercial de su trabajo, si bien en aquella ocasión lo hizo de buena gana vistos los múltiples problemas que tuvo para lanzarlo al mercado.

El tema confirma a E. como el magnífico letrista que es. Es una canción de reclusión –I don’t leave the house much/I don’t like being around people/Makes me nervous and weird– canta casi en acústico mientras nos cuenta sus preferencias a la hora de quedarse en casa para advertirnos que sí, que puede que suene estúpido, pero que se sabe en el sitio correcto –I do some stupid things/But my heart’s in the right place/And this i know-.

Tiene el epifánico corte número 33 del mejor álbum de EELS mucho de personal, la reconciliación definitiva con su padre –I’m turning out just like my father/Though i swore i never would/Now i can say that i have a love for him/I never really understood/What it must have been like for him/Living inside his head/I feel like he’s here with me now/Even though he’s dead– y consigo mismo en un rush final de lo más emotivo. Si tuviera que hacerlo todo otra vez, canta al final, es algo que me gustaría hacer, nos dice a modo de cierre, una conclusión casi lumínica en un período no precisamente eufórico de ciclo vital.

[youtube id=»1mD4jpZwTmY» width=»600″ height=»350″]

Cosas que los nietos deberían saber -el libro, pero también la canción- habla de la perseverancia, de la fe en el talento de uno mismo a pesar de las circunstancias que puedan rodearnos, del hacer frente a los demonios familiares y salirse con éxito del entente, a pesar de que en su caso el reto era titánico, tan grande como la canción que terminó por facturar. Everett escribió aquel álbum, también esta canción, en un momento de gran intensidad anímica y existencial y la resolvió con la autodeterminación que da un título como el aquí presentado. Hablando de esa fase de su vida, Everett escribía en el libro que había llegado a un punto en el que, si muriese mañana, podría decir que ha vivido una buena vida. «Menuda vida he vivido«, dice repasando los buenos y malos momentos a los que se ha tenido que afrontar. Después de superar los múltiples obstáculos que le llevaron a la edición de aquel disco, es cuando al fin pudo considerar que «ahora es cuando de verdad vivo«, un éxito personal del que salió esta canción, de la que rescatamos, a continuación y un párrafo más arriba, dos de las versiones que circulan por la red.

[youtube id=»HZACwCFsjlU» width=»600″ height=»350″]

Nunca he visto en directo a EELS. Caí en un bucle con este álbum pronto hará tres años, cuando hice un viaje a la ciudad rumana de Timisoara por razones de trabajo y aquel era el único álbum que tenía en el mp3. Escuchar los temas de Blinking Lights and Another Revelations a miles de kilómetros de casa, cerca de la célebre plaza de la Revolución, tuvo mucho de revelador, y haberme perdido el concierto que realizó poco después, teloneado por Alondra Bentley, es una de aquellas cosas sin perdón que esperan compensación. Me queda el recuerdo brumoso de una noche plácida a cientos, miles de kilómetros de cualquier conocido. Y la sensación de, pese a ello, estar bien con uno mismo. En paz.