Tras una larga pausa, Erika M. Anderson regresaba a principios de mes por la puerta grande con The Future’s Void, un trabajo mucho más reflexivo de lo que cabría pensar de entrada, y que bebe en parte de la respuesta con la que su autora se topó en su anterior trabajo. El disco confirma que había vida más allá de la titánica California y nos devuelve una EMA en plenitud, tanto en sus instantes de pausa como en los más acelerados. La reina ha vuelto para quedarse. Por ART VANDELAY
- El disco vio la luz el pasado 8 de abril de la mano de Matador
- Satellites fue el primer clip de presentación del álbum, del que se estrenaría después el de So Blonde
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Si con Past Life Martyred Saints EMA logró llamar la atención (sobre todo entre la crítica) lo que le aguardaba ahora con The Future’s Void suponía un reto aún mayor. Estaba en juego la consolidación de su propuesta, demostrar que había vida más allá de aquel bombazo llamado California, un reto en parte titánico para el que no ha escatimado esfuerzos, presentando ya dos videoclips (con la explosiva Satellites a la cabeza) y levantando de paso unas expectativas previas a la escucha del disco confirmadas posteriormente a lo largo de las 10 canciones que integran el álbum.
A Erika M. Anderson no le ha preocupado en lo que lleva de discografía encasillarse en un único género y ha preferido apostar por cultivar un sonido propio, explotado mejor que nunca en la ya citada California pero reconocible en todas sus canciones. Próxima a la experimentación, la cascada emocional con la que trufa sus canciones es una constante reconocible en su repertorio, y se lanza a ello desde el principio del disco, fijando el listón muy alto con Satellites, algo así como el California de The Future’s Void, no tanto en cuanto a estilo, hablamos de respuestas, generar emociones, lograr la misma conexión emocional que consiguiera entonces. Sería muy complicado mantener el tono a lo largo de todo el disco, aunque la fórmula se mantiene intacta y la propuesta, enérgica, todo fuego, sigue funcionando. Así lo hace en la desgarradora So blonde -tal vez la más lejana a lo que nos tiene acostumbrado- o en la más sentida 3Jane, un baladón en el que aparca la rabia y la furia del tracklist para emocionarnos en uno de los pocos momentos de pausa del álbum -brindando de paso interesantes reflexiones sobre los mass media-, junto tal vez a la otra balada del disco, la no tan perfecta pero igualmente aplaudible When she comes. Emoción, por cierto, que alcanza sus cotas más altas en la preciosa 100 years
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En ese díptico descansa la otra EMA, la que no desgarra a lo Neuromancer, la más explosiva del disco con permiso de Cthula, puro contraste respecto a sus baladas, en un disco que no entiende de líneas uniformes y que apuesta por los contrastes y las cascadas emocionales para trascender. Lo logra también con Solace, ya al final del álbum. Ahí reaparece la EMA emocionante para acabar de firmar su triunfo, el disco con el que ha logrado armar su discografía más allá del éxito anterior, aquel descomunal trabajo donde se daba cita todo el dolor del que pudo hacer acopio, un viaje-epopeya entre drogas y autodestrucción, no del todo entendido en la red, si atendemos a la pausa temporal marcada por su autora, que le ha servido para reflexionar sobre Internet, la fama y demás dramas.
Y así es como EMA cierra un disco ambicioso en su aspecto conceptual y sincero en cuanto a la exposición que hace de sí misma en el disco. Un trabajo que, sin llegar a avasallarnos, vuelve a aportar la furia marca de la casa cuando toca, brindándonos una fotografía de este tiempo nuestro, algo complementado con los videoclips presentados hasta el momento -otra baza que le suele funcionar estupendamente bien a nuestra protagonista- firmando un retorno digno de celebración Bienvenida sea su presencia.
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