Apenas unas semanas después de regalarnos una de sus mejores ediciones, la gente del Faraday volvió a llenar de música su querida Vilanova con Faraday Major. Allí estuvimos para seguir disfrutando de las propuestas musicales lanzadas por uno de nuestros festivales favoritos. Una crónica de parte del equipo de In-Expertas Sonoras. Con ANDREA GÓMEZ y el menos sonoro pero más experto PAU RUMBO. Fotografía de cabecera de FARADAY
Llueven obstáculos y perdigones encima del mundo de la música, pero les festivales son como el pequeño pueblo de la Galia. Resisten, y aún más, hacen apuestas para seguir avanzando. El año pasado ya sorprendió el Faraday, festival por antonomasia de la gente de Vilanova, apostando por un segundo formato de medidas más reducidas pero no menor calidad: el Faraday Major. Y este año una nueva mejora, la localización. Bar de última generación, de modernez aplastante, blanco impecable, barras por doquier, el mar a mano derecha, las playas de Vilanova a tiro de piedra, brisa marina, y mucha cerveza. Sí, La Dorada, ha sido una buena opción. Y los sofás-cama y bocadillo de llonganissa de pagés, aún mejor. Si lo aderezamos con música de casa tienen nuestro voto como plan imprescindible de julio veraniego.
Falta gente por llegar, parejas desperdigadas por las mesas y primeras cañas dan la bienvenida a Beach Beach, banda mallorquina que dejó ojiplática a la crítica con el primer LP Tasteless Peace. Acento de las islas, juventud insultante, look moderno de vídeo añejo de vimeo y sonido tropical y relajado, son las trazas que desde primera fila uno percibe. Pero detrás de esta fachada tan perfectamente acorde a los gustos actuales, hay música de verdad. Temas bien cerrados, que juegan entre el punk ruidoso y el pop más relajado. Fueron interrumpiendo las canciones con alguna charla con el público, daban explicaciones de las canciones, del tema que hizo nacer el LP, de si «la boira aquesta que ens han posat dóna un toc misterios». Todo desde una posición cercana, muy humilde, de grupo con ganas de hacerse querer.
Pep Toni Ferrer y los suyos supieron sacar su lado más rockero y fronterizo. Una guitarra distorsionada, un batería contundente y unos teclados estridentes cuando se les requería.
A vueltas con otro grupo de Palma, será buscado o no, pero el aire fresco mallorquín combina a la perfección con la marinada de Vilanova. Ellos son Oliva Trencada. Era un concierto ante el que partíamos con cierto miedo, porque habiéndole dado unas cuantas escuchas a su Perleta Negra en Spotify, nos temíamos un show que se perdiera en su propio discurso psicodélico… Y pasó justo lo contrario. Pep Toni Ferrer y los suyos supieron sacar su lado más rockero y fronterizo. Una guitarra distorsionada, un batería contundente y unos teclados estridentes cuando se les requería.
Y, por encima de todo eso, Ferrer y su temblorosa y cuasi-marciana voz, escupiendo verdades y costumbrismo friki como en Ja no es veu jugar als al·lots: «Ja no es veuen bicicletes ni balons, a més sa crisi ha obligat que tanquin es Decathlon«. El temazo Bitxicletes Bronson, sonó de maravilla con la alocada colaboración de Beach Beach, que parecían contentísimos de estar de nuevo sobre el escenario. Lo mejor: Pep Toni Ferrer, su talento y sus discursitos entre canciones («Bauzá… ets un fill de ta mare«). Y lo peor: como va a haber lo peor en un concierto de verano.
En menos de dos minutos se llenan las primeras filas de jóvenes imberbes, papas con niños y fans de los ‘de siempre’. El directo de Els Amics de les Arts es como una gran fiesta, una monumental Fiesta Mayor donde cada letra es un a cappella del público desbocado. Y con el ambiente ya caldeado entró Mishima en escena. Pasaban la una de la noche, se había girado algo de aire pero el lleno total de La Daurada convirtió el recibimiento de Carabén en un grito colectivo. A decir verdad, repitieron el concierto del Pròxims. Pero eso no importa. Porque Mishima son el grupo de referencia del pop cantado en catalán, por mucho que la ola Manel y Amics de les Arts les haya catapultado hacia el gran público (esto es así). Pero ellos están desde mucho antes, y siempre han comandado la escena, tuviera esta escena un público de 500 o de 50.000 personas.
Esto ha tenido mucho que ver con la evolución de la propuesta de Mishima. Los que aún les recordamos en esos conciertos de la gira de Set Tota La Vida, con todos los miembros sentados excepto David Carabén, trazando su pop delicado y sus letras de orfebrería, plagadas de figuras lingüísticas, ahora encajamos con naturalidad el hecho que Mishima se hayan convertido en unos rockeros. Aunque nos duela un poco que Un tros de fang se haya convertido en un ruidoso sing-along… la verdad es que son demasiado buenos como para renegar de ellos ahora que son populares. Popular siempre como positivo, en el sentido de pasar del bar de barrio al festival con fans alocadas coreando todas las letras. Eso es el ‘progresa adecuadamente’ de la música.
Pero de nostalgia no vive el hombre, y Mishima son, como se vio en La Daurada, un grupo de presente, y de futuro
Sobre el concierto, poco que decir que no sea destacar su enorme calidad instrumental, su decidida apuesta por la contundencia en directo (los bajos de Xavi Caparrós suenan más fuertes que nunca), los trucos que ya nos conocemos pero que nos siguen emocionando (enlazar la inicial Tornaràs a tremolar con una coreadísima La forma d’un sentit, los estribillos extra de la inolvidable Qui n’ha begut). Sólo les pedimos una cosa: por favor. Sisplau, David, no os olvidéis de Sant Pere. No puede ser que el grupo que dispone de la mejor canción cierra-conciertos no la toque. Entre abandonar el recinto cantando «Potser sí, que n’està fins els collons de mi; sempre agafes el camí més llarg per tornar a casa» o la épica de «Ni res ni ningú podrà amb nosaltres, perquè demà ens pertany, demà és per a tu i per a mi«…, no hay color. Pero de nostalgia no vive el hombre, y Mishima son, como se vio en La Daurada, un grupo de presente, y de futuro. Un futuro en el que, de nuevo, en tercera fila volveremos a estar.