Autor de culto, padre indiscutible del folk lo-fi, insignia ilustre del cassette en tiempos en los que el CD comenzaba a comerle la tostada, la figura de Daniel Johnston resulta clave para entender y asumir el legado musical de la cultura underground de las últimas décadas. The Devil & Daniel Johnston rescata un período decisivo de su vida privada, que ayuda a entender al autor por encima del personaje, situando su mito en un lugar privilegiado del underground norteamericano. Por ART VANDELAY
Ficha Técnica:
Título Original: The Devil & Daniel Johnston
Dirigida por Jeff Feuerzeig. 105 minutos, documental. USA, 2005
Si bien es cierto que su faceta de músico para minorías, así como el notable legado que deja -o dejará- en su faceta de ilustrador ya hablarían por sí solas, de no ser por los diferentes elementos paralelos que condicionan y marcan su producción artística, esos demonios mentales -la lucha interior tan bien plasmada en el documental- hasta hacer de Daniel Johnston una figura que va más allá de su propia personalidad.
Más que ningún autor, en Johnston las líneas que separan al mito de la persona, al autor del ser humano enfrentado a sus miedos y temores, destaca con una intensidad fuera de lo común, y es esa lucha la que centra el documental filmado en 2006 por Jeff Feuerzeig centrado en su persona, y el infierno interior al que tuvo que hacer frente en los años de mayor popularidad de Johnston en el underground norteamericano.
Como otros autores de culto, la figura de Johntson se vio marcada al principio de su producción artística por la fatalidad. En su caso, por los demonios interiores que le asolaron durante muchos años, un período oscuro en su vida personal donde las visitas a hospitales psiquiátricos de distinto tipo se tornaron constantes.
Mirada sentida al período más tortuoso en la vida de Daniel Johnston, un creador que quiso convertirse en mito y lo consiguió tras caer en los demonios de la enfermedad mental que lo recluyó en su tortuoso mundo interior
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Honesto y sincero -el documental apenas elude ninguno de los acontecimientos de aquella época, en los que Johnston se vio expuesto al extremo a su enfermedad, condicionado además su vida y la de gente de su entorno, como sus padres o la de su agente y protector, Jeff Tartakov– el film de Feuerzeig nos rescata ese período con todo lujo de detalles, tomando testimonios de primera mano, como sus padres o algunos de sus amigos más cercanos, así como de imágenes de archivo, obtenidas a lo largo de un minucioso trabajo de investigación por parte del equipo responsable del mismo.
El film recoge a su vez el peso de Laurie, el gran amor (platónico) de su vida, a quien dedicó un sinfín de canciones antes de que ella contrajera matrimonio con un empresario funerario- y ciertes aspectos vitales de su vida personal, como su obsesión por convertirse en un personaje de culto -algo que acabaría logrando, a nivel underground- o el enorme torrente creativo que plasmó desde siempre como ilustrador, y que sirve para conocer un poco más a fondo los múltiples demonios que le atormentaron en el período explicado en el documental.
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Con todo, se agradece la honestidad de la propuesta y la valentía de Jeff Feuerzeig a la hora de reflejar el tortuoso periplo vital de Johnston, artista, cantante, compositor e ilustrador depresivo, encerrado en su infierno particular en un período en el que la enfermedad mental y el abuso de ciertas drogas le llevó a padecer imaginarios encuentros con el mismísimo diablo. El documental se basa sobre todo en buena parte del legado gráfico que dejó Johnston en su infancia, con un sinfín de películas rodadas en Super 8, hábilmente alternadas con los testimonios de la citada gente de su entorno.
El documental nos ayuda a trazarnos nuestra propia imagen sobre un hombre que supo sobrevivir a su terrible odisea apoyándose en la música -brillante el momento en el que se recuerda como grabó un boceto de spot para su refresco favorito, sin que recibiese nunca respuesta- y que goza hoy de una reputadísima fama como padre del folk más lo-fi, tal y como demostró con su time out en fechas recientes en Barcelona y deja escenas para el recuerdo, como el encuentro con uno de sus ídolos, Matt Groening, a la finalización de un concierto.
Emotivo y exigente, el documental se antoja como un sentido homenaje a un creador en mayúsculas, inconsciente quizá del mito que ha generado tras de sí. Recuperarlo ahora, en un tiempo en el que el propio Johntson anda volcado en la grabación de nuevo material, resulta tan acertado como revelador.