¿Quién dijo que la mecánica cuántica era un tema reservado para los físicos? Lo que a los ajenos de este campo nos parece inalcanzable, y para los más escépticos es un cuento chino, es en realidad una dimensión estupenda para describir los entresijos que guían nuestro día a día. Martí Sales es el científico loco, con vocación de músico, poeta y escritor, que con su segunda novela nos hace patentes las cuestiones existenciales a través de paralelismos entre las teorías de la física y su propia vida. Principi d’Incertesa (Males Herbes, 2015) que lleva por nombre el Principio de Incertidumbre de Heisenberg, es una novela llana y accesible embarcada en la increíble misión de trasladar las alteraciones del mundo subatómico a sus experiencias y su particular manera de escribirlas. Una esquiva autobiográfica que hace patente que en tu vida van a pasarte muchas cosas que no sabrás muy bien por qué cojones te pasan. Ni el propio lenguaje puede describírtelo, pero mediante las artes oscuras de la literatura, podemos dibujar y compartir estas sensaciones que se nos presentan alejadas de las limitaciones de nuestras palabras. Martí nos hace partícipes de esta confusión con un experimento, que de tan sencillo, parece cosa de brujería. Parafraseando su opinión sobre la física cuántica, este libro es de la buena ‘food for our souls’.
Una entrevista de AÏDA CAMPRUBÍ para Shook Down UNDERZINE vol. 4. Fotografías extraídas del Facebook de EDITORIAL MALES HERBES.
¿Qué deberíamos leer, ver o escuchar antes de empezar tu novela, para que nos sirva de introducción?
Si un libro o un poema necesitan una introducción o epílogo antes de empezar a leerlo, ¡vamos mal! El libro debe explicarse por sí mismo. Un día a Gabriel Ferrater le preguntaron qué significaba uno de sus poemas y su respuesta fue: “Trata exactamente de todo lo que explico, con las palabras que utilizo, por este motivo me he esforzado tanto en hacerlo de esta forma, si pudiese hacerlo de otra, no lo habría escrito así.” Por lo tanto, si no es autosuficiente, no nos sirve.
¿Te refieres a que sirve cualquier aproximación que haga el lector?
Me refiero a que el libro no necesita explicación previa. Principi d’Incertesa no es una novela de Thomas Pynchon, aunque trata algunos temas que son bastante complejos. Pasa por ejemplo cuando hablo de la física cuántica, que es una ciencia que intenta explicar ciertos fenómenos del mundo subatómico, y esa realidad es compleja. No te molestes en comprenderlo: hay libros con los que he disfrutado muchísimo y los he entendido en un 20%. Una cosa es el placer del lector y otra bien distinta, la comprensión.
Pero muchas veces poder comprenderlo también nos da un mayor placer…
Muchas veces sí, pero no debe impedirte el placer de la lectura el hecho de no entenderla. No hay nada que se te escape, del mismo modo que no hay un todo que el escritor ponga en el libro para transmitirlo al lector. El escritor escribe algunas cosas y el lector recibe unas otras. No se trata de un proceso de comunicación, es un proceso de recreación: tú utilizas o no una parte del material. Aprovechando muy poco puedes llegar a una gran satisfacción y aprovechándolo mucho también puedes obtener una lectura mucho más anodina. Ambas acciones están trabajando en el campo de lo posible. Cuando escribes un libro no sabes lo que está pasando hasta que no lo has terminado, es una bestia que acaba por tener vida propia. La escritura es potente como las semillas, que contienen mucho más de lo que se ve. ¡Hay un posible dentro suyo que explota!
Principi d’Incertesa habla de la relación entre la vida –la experiencia- y la escritura. De hecho utilizas el verbo “escrivivir” (escriviure en catalán del original) que es un poco cursi…
Me gusta que me lo digas, este verbo me salió a la babalá. Rápidamente me di cuenta de su cursilería intrínseca y poco después vi que el poeta Ponç Pons lo había utilizado y pensé, ¡qué horror, debo eliminarlo! Pero en ese fragmento en concreto no podría hablar de lo que yo quería sin utilizar esta contracción, que sacada de contexto como está pasando, suena horrible. A continuación lo comparo con el cancerbero, que en vez de tener tres cabezas tiene dos, y es el guardián de las puertas del infierno. Relacionando el escribir y el vivir con un monstruo, éste se convierte en un concepto más interesante.
¿Por qué te interesaba relacionar la experiencia con la escritura?
Porque es lo que hago, vivir y escribir. Forma parte de mi vida y me parece un material de trabajo interesante. Me gusta investigar qué distorsión utilizan los autores que emplean componentes autobiográficos para una novela, y cuánta verdad se esconde en los que se sirven de la ficción, esta relación entre lo que dices y lo que no dices cuando escribes.
Justamente te quería hablar de este tema en concreto, porque creo que tiene más importancia en tu narración lo que escondes que lo que explicas. Por ejemplo, el fragmento donde estáis grabando en un pueblo y os encontráis con un personaje que os provoca una situación extraña, dejas en el aire lo que realmente pasa, ¡y me pareció crucial!
Lo que está en juego en este fragmento es exactamente esto. Las malas películas y las malas historias ponen delante de tus narices una serie de elementos sin que tú tengas espacio para imaginártelos o para que te pasen realmente. En este caso, yo quería hablar de esa sensación que tenía, no me apetecía hablar exactamente de lo que pasó. El mundo no puede ser narrado, porque es demasiado grande y siempre te pierdes detalles que ocurren fuera de campo. En muchas ocasiones, vives y no sabes muy bien qué está pasando o que te ha pasado a ti, en un caso o en una época concreta. Estás perdido, no das pie con bola, te sientes extraño. En vez de taxonomizarlo como un científico, puedes escribir de lo que no sabes, de lo que te tienes que imaginar o de lo que sospechas.
¿Entonces?
Hay dos formas básicas de tratar los temas. Por ejemplo, queremos hablar de un caballo y describimos exactamente como es, y otra forma de nombrarlo es hablando de todo lo que está alrededor, de todo lo que no es caballo. No dices la palabra caballo, ni la palabra equino, ni cuadrúpedo, pero como has descrito todo lo que hay en su entorno, el vacío del que hablas salta y es el lector quien le pone nombre. En este proceso de co-creación, el lector llega de un modo más radical a la conclusión, porque no le ha sido dada sino que la ha averiguado por sí mismo. Creo que es un método más potente para crear atmósferas, para no ser explícito. Esta es una de las reglas número uno de la escritura, nunca debes decir lo que le pasa al personaje, no puedes decir que está contento: debes demostrarlo.
Este es un libro que va sobre por qué todo el rato nos preguntamos sobre nuestra identidad, nuestro lugar en la vida, por qué hacemos lo que hacemos o queremos a las personas que queremos
Es un recurso que utilizas bastante. Dejas las historias inconexas o explicas solo el antes o el después. Creas muchos espacios distintos, porque viajas constantemente: ahora estás en Nueva York, luego en la residencia o de golpe apareces en Senegal. No cuentas cómo has llegado allí ni por qué hablas de ello.
Si encadenase de principio a fin todo lo que me pasa, siguiendo la relación de causa y efecto, tú verías las conexiones y no te las cuestionarías. Lo que quiero es que te las cuestiones, porque es lo que hacemos siempre: ¿Por qué hacemos esto? ¿Por qué estoy aquí o por qué me he ido allí? ¿Por qué me dedico a lo que me dedico? Es un libro sobre por qué todo el rato nos preguntamos sobre nuestra identidad, nuestro lugar en la vida, por qué hacemos lo que hacemos o queremos a las personas que queremos. En vez de escribir todo esto, que no tiene ningún sentido literariamente hablando, lo que hice fue una especie de artefacto que te haga, a ti, lector, preguntarte estas cosas. Precisamente porque echas en falta los nexos, te pones en la misma situación en la que yo realmente estaba, que es la de vivir a ciegas, siguiendo la inercia, haciendo cosas que no sabes por qué las haces… ¡pero las haces! Y eso es vivir, vaya. Y a lo largo de tu vida van a pasarte muchas cosas que no sabrás muy bien por qué cojones te pasan, y si quieres buscar la respuesta te darás de cabezazos contra la pared. Al final, los acontecimientos pasan porque sí: somos nosotros que pensamos en una estructura de causa y efecto. De fenómenos simples sacamos unas reglas simples que luego queremos aplicar al mundo, que no es nada sencillo. El mismo lenguaje que utilizamos es absolutamente incapaz de nada. Por eso nos expresamos de una forma tan limitada y tenemos tan pocos recursos cognitivos para entender a nivel lingüístico. Ese es el motivo por el que debemos utilizar atajos. Y los atajos son el arte, la poesía, los mecanismos literarios que no nombran y no describen, sino que van por los márgenes para que tú, saltándote el lenguaje, rehagas toda esa parte que yo escribiendo no he podido explicar, pero sí sugerir. Intento evitar esa incapacidad del lenguaje para decir lo que realmente nos está pasando.
¿Haces partícipe al lector?
Quiero hacerte partícipe de la confusión y que se te haga evidente que la vida no es una cosa que está encaminada, que no tiene un final o una explicación clarísima. Hay una imposibilidad clave en el hecho de saber qué pasa, y puede ser muy frustrante o muy liberador, una de dos: la gente que se frustra porque no entiende de qué va todo, y se deprime y suicida, o la gente que entiende que no se puede saber nada y levita y se convierte en un buda. Después estamos los que nos encontramos en medio de estas dos posibilidades antagónicas.
Con esta respuesta me has contestado la pregunta de por qué no encadenaste la novela como un dietario.
Bueno, los dietarios no me interesan, y además mi vida no es interesante. No creo que lo que yo esté viviendo sea más importante que lo que vive otra persona. Simplemente es la manera en la que lo escribo la que puede ser interesante. Todos tenemos nuestra vida: la literatura es cómo la explicas.
¿Y crees que esta novela la podrías haber trabajado con otros momentos autobiográficos? ¿Por qué son estos los elegidos?
Porque estos los tenía más digeridos. Si buscamos un símil, ¿sabes que el pulpo es muy duro? Debes golpearlo antes de cocinarlo, porque sino te queda fibroso. Hay partes de la propia vida que son duras como un pulpo o la carne de un rinoceronte y es difícil trabajarlas. Cuando trabajas con un material, sea autobiográfico o no, debe ser moldeable como la argila, debes poder atravesarlo, estirarlo, convertirlo en una sábana o ponértelo sobre la cabeza, y si es una roca no puedes hacer nada. En cambio, esta parte de mi vida que aparece en la novela era más argilosa, la había trabajado, había pensado en ella y la tenía más digerida. Me era mucho más fácil que cualquier otra.
También utilizas recursos de información, como por ejemplo el escritor Flann O’Brien del que usas un fragmento en tu artículo “Uno de los nuestros” publicado en el nº 5 del fanzine La Escuela Moderna. ¿Por qué elegiste hablar de O’Brien en vez de cualquier otro?
Hablo de Flann O’Brien o de Beckett porque no hubiese podido hablar de Patricia Highsmith o de Italo Calvino. De Beckett hablo porque le pasa un acontecimiento muy bestia: le apuñalan, está a punto de morir y el hombre que lo ha atacado —que para más inri se llama Prudente— en el juicio alega que no sabe por qué lo apuñaló, dice “no sé por qué lo hice, je m’excuse!” Para mí, este es el desencadenante de toda la literatura de Beckett. Su obra al completo es un gran interrogante: “No sé qué cojones hacemos aquí, casi me muero en manos de un zumbado, que no es que me quisiera matar, sino que no sabía qué hacía.” Esta sensación de impotencia frente a la posibilidad de saber qué pasa vertebra la obra del autor y está relacionado con lo que te he ido contando. El caso de Flann O’Brien va relacionado con el alcoholismo y los peligros de la literatura, y encadena con Francisco Casavella. O’Brien es un ejemplo del proceso de escritura que te vuelve majara y que te expone al mundo. Te metes de lleno en temas complicados y puedes llegar a obsesionarte. Al trabajar con todas estas cosas te abres y te expones, entonces el mundo te hiere y te drogas para que te duela menos.
Entonces tanto Beckett como O’Brien forman parte del primer grupo de personas, de las que se preguntan el porqué de todo y se torturan.
Ambos tenían mucho sentido del humor y eran irlandeses. Los irlandeses son una mezcla entre el primer y el segundo grupo de personas. Evidentemente el buda, el que se ilumina, es el que no escribe, no hace nada, porque no tiene ningún problema. Ha sobrepasado el estado humano, que es el del torturado, en el sentido de que vive en un interrogante. La curiosidad y la pregunta incesante es lo que nos hace humanos. Estos dos personajes estaban atormentados en este sentido. Sí que parecían bastante depresivos y bebían. Es un pez que se muerde la cola, cuanto más bebes, más te deprimes. Es un círculo vicioso, pero sale muy buena literatura de él.
¡Sacamos buena literatura a costa de mortificar a personas!
¡No! Míralo de una manera distinta. La gente se torturaría igual y ahora, con la literatura, aparecen libros que te alegran la vida, te dan en que pensar, sobre que reír y consiguen que la humanidad sea mejor. ¡Sus obras nos enriquecen muchísimo!
Ha llegado el momento de pasar a temas aún más peliagudos. Tu segunda novela lleva por título un concepto de la física cuántica, el Principio de Incertidumbre, ¿me lo explicas?
El Principio de Incertidumbre de Heisenberg postula que no puedes ver el mundo sin modificarlo. Él se refiere a un hecho muy concreto, está estudiando los átomos. Cuando los mira por el telescopio debe iluminarlos, porque si no no los ve, y la misma luz que utiliza excita a los electrones. La luz es energía y por lo tanto modifica sus órbitas, así que es imposible saber cómo se mueve un átomo porque tú al mirarlo ya lo estás condicionando. Esto tiene unas consecuencias muy fuertes a nivel filosófico, ya que significa que nunca sabremos cómo son las cosas en realidad si nosotros no las miramos, provocando una fuerte desafección hacia el mundo que nos rodea. “Tío, nunca entenderás de qué va la película.” Y de allí proviene todo el existencialismo francés del siglo XX, el nihilismo, esa especie de “Bah, ¡Total, pa’ qué! Nunca conoceré la auténtica verdad.”
Me interesa cómo has trasladado las alteraciones del mundo subatómico a la vida cotidiana, incorporando conceptos de la física dentro de tus experiencias y tu manera de escribirlas. ¿Qué relación tienes tú con la física cuántica?
Soy de ciencias, estudié para ser ingeniero industrial antes de matricularme en Literatura Comparada, y mis colegas son físicos. Siempre me ha quedado la filia por la física y creo que la ciencia es un discurso con un inmenso grado de ingenio y de inventiva. Me alucina que tantas personas construyan estos discursos catedralicios como sistemas de sentido enormes. Es un mundo inacabable, en permanente ebullición con la excitación y el entusiasmo de todos los científicos locos que están allí metidos, lidiando con cuestiones absolutamente demenciales que necesitan más de diez años para entender hacia dónde van. Tengo un amigo que está estudiando los jets, que son una especie de chorros de energía que expelen los agujeros negros. Está investigando en el Instituto Max Planck de Heidelberg, con un científico armenio, que es el mejor en este campo. Un verano se fue al desierto de Nigeria junto a un japonés y con un telescopio gigante. Estaban los dos solos y solamente hacían turnos nocturnos, mientras escuchaban a los chacales aullar. Un poco más y se vuelven locos, allí dejados de la mano de Dios.
¡Es una historia brutal!
Solo lo haces si eres un científico loco, es por esto que toda esta locura de la ciencia y los científicos me parece apasionante.
¿Por este motivo decidiste incorporarla dentro del libro?
Es uno de mis centros de interés. Creo que a nivel conceptual, de pensamiento, de discurso y filosófico, son herramientas espectaculares para trabajar, ¡es ‘food for our souls’! Como comerse unas vitaminas buenísimas, te tomas un plato de ellas y puedes correr durante días por las montañas. Todo el rato hay veinte millones de cerebros que están pensando en lo mismo, es una especie de pensamiento colectivo en forma de red que funciona por encima nuestro. Es una energía que está muy bien tener en cuenta y conectarse a ella de vez en cuando, para saber el estado de las cosas y ver por donde va el pensamiento humano científico en su proceso para intentar entender el cosmos. Es la empresa de la conquista del universo. Puedes ir andando o con naves o a través del coco. Ellos van a través del coco y el entusiasmo es el mismo que el del astronauta o el de Cristóbal Colón. Tienen un espíritu vikingo pero son unos esmirriados.
Es como una película, los astronautas, los vikingos y de golpe… ¡los científicos! en sus despachos blancos que no tienen ningún tipo de paisaje épico.
¡Es cerebral! Y claro, yo soy muy cerebral y muy neurótico, por lo tanto me gusta estar conectado con los demás cocos que se dirigen demencialmente hacia una misma dirección.
¿Y cómo has trasladado estos conceptos a tu escritura?
Cada fragmento responde a una teoría que pone título al capítulo.
En el primero “La Teoría del Caos” es muy evidente, pero… ¡cuéntame más relaciones!
En “Cuarenta días en un acelerador de partículas” estoy en una residencia de escritores que es como un acelerador de partículas, porque es un lugar cerrado, donde con unas condiciones determinadas, se inyecta energía a unas partículas y se las hace acelerar y golpearse contra un muro, para que de la misma partícula salgan otros elementos que no sabemos cuáles son. En la residencia, las partículas éramos los escritores y el proceso de escritura era la aceleración. El libro es el elemento que sale al explotar, y no sabes por qué ha salido así, es un hecho imprevisible.
¡Más! ¿La materia oscura?
Los cuerpos del universo se están alejando los unos de los otros, lo que significa que el universo se está expandiendo. Si tenemos una masa y tenemos una aceleración, debe haber una fuerza. Los astrofísicos observan y no entienden lo que empuja a los cuerpos: esta incógnita es la materia oscura.
¿Y cómo trasladaste la materia oscura a tu capítulo?
Es todo aquello que nos mueve sin que sepas que es. Vives movido por unos intereses, unas fuerzas que no sabes muy bien cuáles son. Quizás crees que conoces el motivo, pero en tu subconsciente hay razones que nunca te atreverás a descubrir, esto es la materia oscura.
Siempre digo que no tengo un ‘master plan’, la propia escritura segrega un pensamiento, se piensa a ella misma. Escribir no es comunicar un elemento que tengas en la cabeza, sino que es un proceso que genera discurso, al menos en mi caso.
La idea de englobar los conceptos de la física cuántica con tus hechos autobiográficos ¿cómo salió? ¿Antes o después de escribirlo?
Durante el proceso. Siempre digo que no tengo un ‘master plan’, la propia escritura segrega un pensamiento, se piensa a ella misma. Escribir no es comunicar un elemento que tengas en la cabeza, sino que es un proceso que genera discurso, al menos en mi caso. Escribo desde un impulso que no conozco, desde cualquier estímulo o sensación. El campo es inmenso y es muy divertido trabajar en él, porque terminas por ser un explorador de ti mismo. La excusa es lo de menos, empieza por donde quieras, lo importante es tirar bien del hilo y saber tejer un jersey.
En muchos casos, los músicos cuando sacan un disco, lo hacen para cerrar una etapa de su vida. Publicas un disco y cierras esas canciones que llevas un año ensayando. ¿Te ha pasado lo mismo con el libro?
Yo sacaba discos porque me apetecía que la gente escuchase las canciones que había compuesto, no para pasar una etapa. Pero en el caso de la literatura, ¡me pasa cada vez que saco un libro!
Para terminar, me gustaría que me hablases de Francisco Casavella, a quien le dedicas el libro. Leí que os conocisteis en un bar, durante un año os hicisteis muy amigos y tú no sabías que era escritor hasta que tu tía te lo dijo. Me gustaría saber cómo te marcó él en vida y después, con su muerte.
En vida era alucinante estar con él, porque era una persona inteligente, muy divertida y un sabio absoluto. Conocía todas las fechas, había leído todos los libros y escuchado todos los discos. Además, era tozudo y le encantaba discutir y enseñar, porque él también había aprendido de otras personas que sabían más. Creía que la oralidad azarosa de una barra de bar o de la calle es muy importante. Cultivaba las conversaciones como un fuerte medio de conocimiento, se pasaba el día hablando con otras personas y era un maestro de ello. Una vez fallecido, me quedan su recuerdo y sus escritos. Su libro de artículos Elevación, Elegancia y Entusiasmo (Galaxia Gutenberg, 2009) es el más parecido a él. ¡Es como la Biblia! En un único volumen hay todos sus artículos sobre literatura, música y cualquier cosa. Lo puedes abrir por cualquier lado, es lo que hago yo. Como articulista era el mejor por como escribía y por su sentido del humor. Es todo lo contrario a los articulistas pesados, pedantes y autocomplacientes. Francis era ligero y luminoso, como una estrella fugaz: tenía mucha potencia, pasaba como un rayo, iluminaba el cielo nocturno y te iluminaba a ti. El título del recopilatorio viene de una frase que utilizó John Coltrane en el libreto de A Love Supreme para describir su propia música. Eso es lo que caracterizaba la escritura de Casavella y es lo que a mí me gustaría, como a cualquiera, conseguir con mi escritura; que sea divertida, que puedas aprender de ella, que la disfrutes y que te entusiasme.