Pablo Und Destrkution actúa el 12 de febrero en Sidecar presentando Vigorexia Emocional. Entradas anticipadas aquí
Texto: ANNA PACHECO | Fotografís: JAVIER BEJARANO Es la primera entrevista que le hacen por Skype. Me lo explica con marcado acento asturiano. Mientras, con movimientos tranquilos, se aposenta en lo que desde mi pantalla se parece mucho a una cama. Se enciende un cigarrillo, y me cuenta que se acaba de tomar el yogurín de después de la comida. No parece importarle que sea la hora de la siesta de un viernes. Luego, superadas las escuetas diplomacias que demanda Internet, dejo que Pablo Und Destruktion, alter ego del cantante asturiano Pablo García Díaz (Gijón, 1984), hable a esa máquina cibernética que simultáneamente me hablará a mí.
Cabe decir que la idea de que un ordenador se interponga entre nosotros me resulta incómoda e incluso anacrónica: su música, tan apegada a lo popular, propone un regreso sórdido a un pasado – presente. Una combinación genuina del folclore, de la música de autor con trazos latentes del punk y el hardcore. No faltan efectos ruidistas y esas letras dañinas y poderosas que hablan de líderes bolcheviques, de una España sucia, de revoluciones y amores fatales y hasta del rey Pelayo. La reivindicación de lo rural se hace eco en un discurso salpicado de influencias que van desde Neubaten, Gainsbourg, y hasta Nick Cave. Sus tonadas psicopoéticas guillotinan la cruel realidad para dejarnos desnudos, secos, tristes.
Nacho Vegas lo eligió de telonero para algunos conciertos de su última gira. Tienen en común su Gijón natal y esa visceralidad que impregna su música. Pero poco más. Con dos LPs a sus espaldas, Animal con Parachoques (Pauken Grabaciones, 2012) y Sangrín (Discos Humeantes, 2014); y un EP, Funeral de Estado, a pachas con Medievo, este cantautor agreste y gris parece haber bajado un poco de las montañas para recitarnos. Y gritarnos. Hablamos con él, a propósito de su último disco, Vigorexia Emocional (Marxophone, 2015).
TEXTO: ANNA PACHECO
FOTOGRAFÍAS: JAVIER BEJARANO
¿Cómo llegaste hasta aquí?
Mi principal influencia es el punk, es lo que descubrí de chaval. Después de que cerrara el centro social de Gijón, porque había mucho desmadre y estaban hartos de que se asociara anarquía con heroína, unos cuantos de la Universidad Laboral y yo creamos una especie de colectivo anarquista en el que organizábamos manifestaciones, conciertos, talleres y fanzines. Lo que hacen todos los grupos anarquistas juveniles. Duramos tres años. Luego yo me fui a Oviedo a estudiar veterinaria, fíjate (se ríe). Fui un poco por tradición familiar, mi padre es biólogo y mi hermana también estudió veterinaria. Pero mi segunda opción era filosofía y la tercera psicología.
Realmente me encontraba en ese punto de no saber qué hacer. Yo, sobre cuestiones artísticas, jamás tuve en casa la más mínima injerencia. Mi padre de vez en cuando escuchaba un disco suelto, pero sin más. Mi madre sí, me cantaba muchas asturianadas y nanas cuando era bebé, y me quedaron taladradas. De hecho, la primera vez que grabé una canción fue una versión de una nana en Barcelona.
Quizás por eso llevas la música tradicional en las tripas.
Para mí la música culta es un ejercicio de distinción mientras que la música popular es un ejercicio de comunión. Aunque pueda cambiar mucho de estilos en cada disco, intento hacerlo siempre desde lo popular.
Y eres autodidacta.
Eso me gustaría remediarlo, que ya tengo 31 años (risas). A veces me bajo tablaturas de Internet o me compro libros de armonía, pero la verdad es que cuando me pongo con eso me aburro profundamente. A veces me dedico más a cacharros electrónicos o cosas de circuit bending, pero lo intento controlar. No quiero caer en el mal de nuestra sociedad que, para mí, es el exceso tecnológico para todo, sobre todo en la música. Yo quiero que mi música sea humana, y espero que así lo perciba la gente.
Da la sensación de que alrededor de tu música existe un discurso, una reflexión que trasciende la propia canción. Además de influencias musicales, ¿qué otros referentes tienes? ¿Lees mucho? ¿Te gusta el cine…?
No sigo mucho las novedades cinematográficas. Me gusta más el cine relativamente clásico. Y también algunos cineastas como Haneke o Lars Von Trier. Aunque he de decir que las dos películas que más me influyeron son También los enanos empezaron pequeños y Ocurrió cerca de su casa, un falso documental sobre un asesino en serie que vi con 18 años.
Y tampoco es que sea un gran lector. Ahora estoy leyendo un libro sobre panteísmo y alquimia en la España del siglo XVIII. La alquimia habla de la ciencia como un camino espiritual que se aleja de la mística religiosa para evitar el ensimismamiento, junto con la locura y la depresión que eso conlleva. Por eso llevan el proceso de tu evolución personal a la física o a la química, a elementos externos.
¿Te pasa algo parecido con la música?
Para mí la música es un camino espiritual y dentro de ella tienes la política, los sentimientos, la estética, la ética. Si no pudiera hacer música estaría fatal. Para mí la música fue un descubrimiento total: una forma de limpiar mi mundo interior. Pero corres el riesgo de ensimismarte. Además el problema de la música para alguien como yo, que no tiene técnica, es que necesito neurosis para hacer las canciones.
He leído que de pequeño te escapabas a misa.
¡En EGB! Mira cómo tenía que estar de girado que, a veces, en los recreos me iba a una iglesia de al lado con 7 años. La religión siempre me ha interesado mucho y me sigue interesando. Por supuesto, no me interesan el clero ni las grandes instituciones, pero sí que me interesa lo espiritual y la reflexión acerca de la condición humana. Hemos conseguido salir del mundo de las bestias por tener un cierto grado de conciencia. Para mí lo demoniaco no es lo bestial, las bestias están libres de pecado; lo demoniaco es cuando una persona consciente acepta la bestialidad. Siempre me interesaron estos temas. Y, de hecho, a veces todavía pienso si lo que yo tengo es vocación religiosa. En otra época sería cura seguro (risas).
¿Y de qué otra forma construyes el discurso que acompaña el disco?
En el proceso antes de tener la idea sí que tengo lecturas, sobre todo sociología, ensayos, y luego también poesía o teatro. No soy mucho de novela. Para Sangrín leí mucho al poeta Rodrigo García. Y para Vigorexia Emocional he tenido romanticismo del siglo XIX a tope. Para este disco quise jugar con la idea de Eros (amor) y Tánatos (muerte) pero no en una sola canción, quería que impregnara todo el disco. Y también quería cuestionar un poco la propia individualidad, y eso que mi propia música ya es individualista…
¿Individualista?
Creo que cuanto más individualista es el discurso más posibilidades tienes de llegar a todos.
¿Y llegas a todos? ¿Te molesta que algunos te clasifiquen como artista de “culto”?
Me lo pueden decir, pero no lo soy. Yo, por ejemplo, estoy notando en mis conciertos que no tengo un público “moderno”. Viene mucha gente de pueblo o gente que, por ejemplo, solo escuchaban bacalao y de repente les gustó esto. Tengo un discurso hostil respecto a un sector minoritario, pero respecto al otro quiero ser muy inclusivo. No quiero tener ese rollito de “culto”. Yo tengo claro que no pertenezco a eso, y que nunca pertenecí. Es lo bueno que tiene el folclore, que da igual que sea de Senegal, de Quebec o de Asturias, que llega a todo el mundo. Es un idioma que todos manejamos, es muy arcaico. A mí me interesa eso en lo musical.
¿Y eres individualista en “lo humano”? ¿Te gusta estar solo?
Me dice Jabo, el gaitero de la banda, que soy un “depredador social”. Necesito estar solo, pero disfruto mucho de estar con gente, sobre todo cuando es gente muy distinta a mí con la que tienes la capacidad de descubrir. En todas las personas que uno escoge en la vida hay un grado de selección, así que la realidad que te rodea es una proyección de ti mismo. Me gusta conocer gente muy dispar para llegar a dimensiones de mí que de otra forma no podría llegar. Pero eso sí, cuando me empieza a subir el trueno, necesito retirarme y estar varios días solo.
Decía Thomas Bergan que iba alternando el pueblo y la ciudad. El pueblo para vaciarse y la ciudad para llenarse, y estoy bastante de acuerdo con eso.
También en la música. Vigorexia emocional lo grabaste tú solo en casa.
Sí, fue muy rápido. El proceso de hacer las canciones lo hice yo solo en mi casa, pero luego fuimos con la banda a Peón (Villaviciosa) a la casa de un amigo para grabarlo en directo. Sin estudio, fue muy barato. Creo que conseguí el objetivo de hacer un disco en directo en el que las estructuras de tiempo no estuvieran claquetadas, y que tuviera duende. Creo que en este disco doy un paso más. Con Sangrín sufrí la de dios, porque estaba construyendo el discurso. En Vigorexia Emocional ya lo tenía. Y en Animal con Parachoques –el primero– lo consumé y lo grabé todo yo solo también en Villaviciosa, que para mí es tierra prometida.
No has grabado ningún disco tuyo en estudio. ¿Nunca lo harás?
Si alguna vez grabo en un estudio, será en el estudio de un amigo. Pero eso de tener que estar mirando el reloj para que no se te pasen las horas, porque tienes que pagar el alquiler de la sala y estar en un entorno hostil… eso no me gusta. En un estudio al final tú estás haciendo una transacción económica y a mí me gusta que haya una comunión real.
Hablando de grabar, vais a desenterrar Pauken Grabaciones, tu viejo sello.
Sí, ahora lo retomaremos. El siguiente disco lo sacaré bajo el sello de Pauken. Pero más que un sello para mí es un grupo de apoyo mutuo. Nos ayudamos a sacar los discos: primero uno ayuda al otro, cuando el otro tiene pasta, monta la gira de otro más… y así. Mi experiencia con sellos me ha ido bien, pero nunca he dejado de autogestionarme. Para mí es importante que haya coherencia entre los grupos en el sello, estoy pensando en gente como Alberto Acinas, Fee Reega, Víctor Coyote, Krapoola… Todo personas con las que me unen vínculos fraternales musicales. Así sí tiene sentido montar un sello.
¿Qué queda del Xixon Sound?
Nada, del Xixon Sound no queda nada. Ahora hay una escena muy guapa en Oviedo alrededor de la Lata de Zinc. Por eso me mudé ahí entre otras cosas. Pero lo de Oviedo no tiene nada que ver con el Xixon Sound. Yo cuando estaba en Gijón no caté el Xixon Sound, caté los conciertos de hardcore, punk, el movimiento okupa. Es verdad que el Xixon Sound introdujo otros grupos que aquí no habían llegado, grupos americanos de noise, por ejemplo, pero para mí tenía un poso de distinción. Yo cuando hablo mal del underground, hablo mal de ese underground, del underground como ejercicio de distinción. Sobre todo cuando es popular porque, al final, son como los centinelas judíos, tú perteneces a una clase que está jodida, están destrozando todos los sectores y la escena musical por medio de las industrias, y encima vas y te vuelves más listillo y clasista que nadie. A mí me parece que eso dinamita la propia escena. Y eso es lo que ha pasado, de hecho, en Gijón: que la propia escena está dinamitada.
¿Y de las crónicas astur-psicodélicas?
Ojalá pudiera hacer una peli entera algún día (risas). El último videoclip que hemos sacado de “Califato” es muy crónica astur-psicodélica. Pero no tengo tiempo, en dos años y medio hemos sacado dos LPs, un EP, y hemos hecho más de 100 conciertos. No paro ni un segundo. Y si paro, me deprimo. Lo tengo comprobado. Johnny Cash decía que los perros solo mean en las ruedas de los coches parados, así que procuro que no se me meen.
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