El Pròxims Barcelona se estrenó puntual en su primera cita en Barcelona (antes de Calonge) el pasado jueves 18 de julio. Un año más, volvía a reunir a amigos, familias, la niña con trenzas que no se está quieta y el padre del chico que toca en la banda, en primera fila. Unas 4,000 personas acudieron a este festival en el Poble Espanyol, que es ya una de las citas veraniegas más familiares y más locales del mes de julio. Y, atención, área protegida de guiris: no hay otro festival en Barcelona que actúe cual repelente de manadas de ingleses. Una crónica de ANNA PACHECO. Fotografia de portada de NAHUEL G. REBOLLAR
El Pròxims es el festival de estar por casa en alpargatas (entiéndase en el mejor de los sentidos). Muy próxim/o, y hasta aquí el juego de palabras. El momento del año de escuchar esas bandas tan manifiestamente catalanas hablando de la costa y del Maresme con ukeleles y gorritos de paja. Con un cartel que empezaba con Bremen y acababa con Manel, a las tantas, el proceso devino una sucesión de grupos, reconvertidos en la antesala del acto ‘grande grande’ de la noche, que no eran otros que Manel, claro está. Eso era lo innegable. Una verdad localmente aceptada. Todo el mundo lo sabía: artistas, visitantes y cervezamans. Aunque eso sí, esa gran sala de espera (con las bandas Bremen, Maine, The Free Fall Band y Dorian) era bien bonita, espaciosa, con buenas vistas y luz natural.
Y, solo así, como en el Pròxims, da gusto esperar.
BREMEN Tempraneros, les toca inaugurar el escenario y sobrellevar la ardua tarea de romper el hielo. Son las 20.00h. El público es disperso y aún algo remilgado, colocado a lado y lado del escenario en pose de disfrutar del sol y de pedirle poco más. Pero llega el quinteto barcelonés con su álbum debut bajo el brazo, Les Cançons Que Vindran (Fina Estampa). Y el tiempo se funde con ayuda de esa música del todo harmoniosa: mezcla de pop-rock, country y canciones que hablan muy del amor. “Aviam si aixequem això ja, a partir d’ara prometem fer hits”, advierten. Y así es. La pegadiza Ja ho veus reactiva la curiosidad de la gente, acercándose como hormiguitas, a las proximidades del escenario. Con la canción Liliana, se ponen guapos y Guillem Rodriguez (guitarra eléctrica) se acicala con el gorro del videoclip. Y, luego, Fugir endavant, canción preciosa que va creciendo y arranca con coros. Poco a poco, van llenando discretamente la salita. El público agradecido y más animado en un concierto muy amable.
Aún es de día en el Poble Espanyol.
MINE! Después de tres discos y dos EP autoeditados, los chicos de MiNE! presentan su nuevo disco, La Fi del Món, una propuesta diferente -de rock más oscuro, del intenso y del ruidoso- y, para regocijo de todos, un grupo en catalán que se aleja de la estela de Mishimas y Manels (¡viva!). Tienen sus momentos de psicodelia, voces graves y desgarradas y el teclista fumando, postureo del bueno aunque MUY respetable. Increíble canción La fi del món (“és una cançó que ja no és d’actualitat, perquè no s’ha acabat el món, però bueno aquí la tenim, com a souvenir”, dice el cantante) y también Ivori y Aelita. Se acaban ellos, pero no el mundo. Son casi las diez y la sala de espera cada vez está más llena de personas, vestidos y sombreros.
THE FREE FALL BAND Como los repetidores de la clase y con ese look tan insultantemente joven se presentaron (otra vez) en el Poble Espanyol, después de que justo la semana anterior telonearan al cantante Sixto Rodriguez casi a la misma hora y en el mismo lugar. Servidora repetía con ellos y tampoco tenía tantísimas ganas. Aún así, arrastraban bastante público. La banda que adora hablar en inglés se presentó como los de “una illa del Maresme a Michigan” y, así, entre los brincos del cantante y el saxofonista vestido con corbata y tirantes (como un señor del jazz, di que sí) empezaron a cantar canciones de su último disco: Elephants Never Forget. Panderetas, ukeleles, xilófonos y harmónica: son como la pandilla del insti pasándoselo muy bien. ¿El resultado? Un concierto que era, en realidad, un laaaargo spot de Estrella Damm a ratos chicle y naïf, de ser como muy felices a lo Miqui’s Two Nostalgic Punk Songs. Ladies & gentlemen, así se dirigían a nosotros, 70% en inglés, y mira que el público era aplastantemente local. Esa parte la archivaré en inquietudes-de-la-noche. Aún así, gusten más o menos, lo cierto es que The Free Fall Band son una de las bandas jóvenes más consolidadas de Cataluña, con un pop happy que ya es marca de la casa y un padrino de lujo, Miqui Puig.
DORIAN Entre concierto y concierto, casi se nos olvida la existencia de Manel al final de la noche. Dorian se hace suyo el escenario con motivos triangulares color blanco nuclear (son unos modernos). Enfundados en riguroso negro y camisas abrochadas hasta el último botón, saludan y parecen contentos. Con su estética futurista y sus canciones hipnóticas hasta el fin, hacen un concierto -mejor dicho, conciertazo- alternando los dos discos: La velocidad del vacío (2013) y La ciudad subterránea (2009). Increíbles ellos e increíble canción El temblor, homenaje a su querido D.F (ahí, en México, los quieren tanto o más que nosotros). Ya, entre el público, se escuchan hilos de voces de groupies impacientes que dicen “a cualquier otra, a cualquier otra parte”. Y A cualquier otra parte llega como esa canción que SIEMPRE apetece y le sigue Paraísos artificiales y Tormenta de arena. Entonces te preguntas por qué has dejado de escuchar Dorian en los últimos meses, o incluso años, y te prometes que vas a cambiar. Dorian fue el dejà-vu más maravilloso del Pròxims. Un placer reencontrarlos en casa.
Y ya nadie se acuerda a qué o a quién estábamos esperando.
Hasta que llegan ellos.
MANEL. Después de algunos preámbulos y de habilitarse el escenario con unas luces en forma de torres -que nadie sabía para qué iban a ser- y, lógicamente, después de esos minutos de rigor de hacerse esperar, aparecen en el escenario aclamados por un Poble Espanyol, ahora sí, a reventar. Y sin decir nada, como en las mejores ceremonias, empiezan a tocar Ves, bruixot. Saludan. Guillem Gisbert (voz) ya empieza en su mejor versión de cuentacuentos acelerado dice hola, hola, hola por triplicado y se pone a explicar no sé qué historia más. El público expectante, a la espera de oír más temas que, en el caso de Manel, equivale a decir todo-hits. Dan paso a Ai, Yoko (unas doscientas veces más bella en directo) y Ja era fort, para morirse de pena si acaso se quiere, ambos temas de su nuevo disco Atletes baixin de l’escenari! (2013). Luego, aunque no por este orden, vuelta a los clásicos con El gran salt, Boomerang y la cover de Pulp, La gent normal. Pero como el nuevo disco funciona tan y tan bien y la gente ha hecho muy bien los deberes, a penas se distingue qué es lo nuevo y qué es lo viejo. Da igual si tocan A veure què en fem o Banda de Rock (una balada que no es de amor), porque el público se las sabe de memoria y las celebra como si llevaron años escuchándolas. Lo de que Manel están más que curtídisimos sobre el escenario y que el concierto fue tan redondo que hasta pereza da explicar, nos lo vamos a saltar. Con Mort d’un heroi romàntic nos ponemos solemnes, de luto radical y asistimos al funeral más asombroso que podamos imaginar. Brillante, de aquellas canciones que sobre todo puedes ver como un película con su introducción, nudo y desenlace. Y encadenada con Imagina’t un nen, cantada por Roger Padilla, otra historieta fantástica de un padre con su hijo y un cóndor gigante. Para mi, dos de los mejores temas del nuevo disco. Mientras, ese cantante tan alto y tan serio, que es Guillem, va explicando anécdotas y chistes con la boca pegada al micro mientras el resto de la banda hace que no lo conoce de nada. Le siguen Mentre desaparexíem lentament y La cançó del soldadet, esa especie de canción de cuna que despierta la nostalgia entre el público. Sin embargo, amigos, llegados hasta este punto del concierto, está muy bien pensar que la mejor parte aún está por llegar. Así que luego, como una sucesión divina de cosas buenas, traen el buenrollismo de Quien feia dia, amics… y Ai, Dolors, para bailar con quien tengas en tu perímetro más cercano como si fuera la última noche de verano en la plaza del pueblo. Se acerca la canción que esperas. Sabes que está llegando, la notas. La siempre necesaria Benvolgut, se abre paso entre trompetas y ya no hay tiempo para respirar. Coreada cual himno de vida, absolutamente todos los seres humanos de ahí (incluidos los “benvolguts” que hemos sido o seremos alguna vez) empiezan cantarla de pe a pa con cierta rabia, aceptación y contundencia, porque así es como se canta esta canción, como si tuvieras que hacérsela entender alguien. Y llega, por fin, el tema, Teresa Rampell con perfomance incluida y unas luces eléctricas en las que se lee la palabra amor. AMOR. ¿Qué? ¿Cómo se os queda el cuerpo? Todas las Teresa Rampell de la sala ya se sienten guapas. No eres consciente de la grandiosidad de esta canción hasta que no las has escuchado en directo. Así, como un tornado llega y pasa dejándote con el gusanillo y la necesidad de escucharla otra vez más. Guillem Gisbert nos pide una de sus cosas raras: “que fem moviments estranys”. Lo intentamos, pero no nos salen, nada que ver con los del videoclip. El público haciendo acrobacias y un poco desinhibido. ¿Qué es el amor sino esto? Acaban con Un directiu em va acomiadar y En la que el Bernat se’t troba (otra maravilla siempre necesaria) hasta cerrar épica y previsiblemente con Al mar!, la canción del verano más perenne, porque es julio y se está muy bien aquí y, maldita sea, qué calor hace, menudo bochorno, pero qué buenos son!
Te vas con sonrisa de bobo y teniendo muy claro que esto es a lo que venías