El anuncio del inminente cierre de CD Drome en Barcelona (nos) ha sentado como una punzada en el alma a los que dedicamos parte de nuestro tiempo y ahorros al coleccionismo de cd o vinilos, y a las que no podemos entender el ocio sin el consumo masivo de música. El adiós de la histórica tienda apuntala la temible tendencia que aboca a las pequeñas tiendas especializadas a un futuro negro, y nos hace ver con preocupación a sus consumidores más directos el estrecho margen de actuación con el que cuentan para volver a boquear oxígeno con relativa holgura.
Escribía Nick Hornby en 2002, a propósito de su 31 Canciones, los problemas que los pequeños locales de venta de música padecían entonces. En aquella época, los grandes rivales de este tipo de comercios eran otros, así que su mera supervivencia durante tanto tiempo resulta casi milagrosa. A los problemas de entonces, como la competencia (casi) desleal de las grandes superficies comerciales o el fin de la inocencia de la gran masa consumidora, abocada cada vez más a productos prefabricados que no requieren de vinilos ni de ediciones especiales -¡un saludo, Justin Bieber!- hay que añadir los consolidados en los últimos tiempos, tales como la piratería, las nuevas plataformas de escucha que no requerien de soporte físico (iTunes, Spotify, etc) o la mera crisis económica que repercute directamente sobre nuestro patrimonio reservado al ocio y a la compra de música.
Ya hace mucho tiempo que la batalla se centra en el coleccionista/fetichista. «¿Para qué voy a comprarme un disco, si tengo Spotify?» es un argumento demasiado fosilizado en el imaginario colectivo para cambiarlo a estas alturas de la trama, así que el gran centro comercial vuelve a erigirse como un riesgo para el pequeño local especializado. Nosotros ya hace algún tiempo que decidimos comprar mis vinilos o cds en tiendas como Revolver o la propia CD Drome. Para películas (en libros me pasa lo mismo, no lo puedo evitar) o productos electrónicos me refugio en las superficies habituales, pero considero que vale la pena alejarse cuatro calles del centro y bucear por Tallers para seguir apostando y defendiendo por tiendas en las que no te miren como un marciano -siempre hay excepciones en los grandes centros, pero prefiero no arriesgar- por pedir lo último de Zola Jesus o por hacerte con vinilos de The Rural Alberta, Flight of the Conchords o La Sera que sólo he encontrado en esa pequeña Ruta del Vinilo que es Tallers.
Decía Hornby en aquella entrada de 31 canciones que algún día «echaremos de menos cuando cultura entera se venda en un solo gran centro comercial y una sola cadena de tiendas que se llame Borderstones«. Añade, con gran ojo crítico, que cómo diantres encontraremos material nuevo «entre las pilas de Jennifer López«, remarcando lo deprimente de «encontrarse siempre delante de las mismas listas de bestsellers vayas donde vayas, las mismas ofertas de 3×2» y todo lo demás.
Por todo ello, esta editorial acaba con un ruego. Si quien quiere que lea esta editorial tiene pensado comprar un disco, que arrope al pequeño comercio o llegará el fatídico día en que no tengamos donde comprar más allá de Pablo Alborán.