Estuvimos en Londres. Esa ciudad que transpira música, la eterna factoría de artistas que no encantan. Tras una visita a Rough Trade, donde se pueden encontrar desde viejos recopilatorios de The Specials o Silver Apples hasta lo ultimísimo de David Lynch, Justice, M83, The Rapture o nuevas apuestas como Veronica Falls en CD, vinilo, bibliografía y, en resumen, todo lo que podamos imaginar, nos acercamos a Camden para visitar uno de los pubs con más renombre en la historia del indie pop y rock.
El Dublin Castle, en el 94 de la calle Parkway, es uno de los puntos de encuentro más míticos de la escena underground londinense. Lejos de los grandes y glamurosos clubs que se amontonan en el centro, este bar busca ser un homenaje a la música y a sus fans. En él, un pub reconvertido en 1979 en una sala de conciertos por Alo Conlon, tocaron siendo auténticos desconocidos Madness, Coldplay, Blur, Supergrass, Metallica o Keane.
El bar nos recibe como un típico pub inglés, con una iluminación y decoración rojiza y con un pequeño espacio flanqueado por una barra y unas cuantas mesas con sofás tapizados. Pero si llegamos hasta el final, descubrimos la sala de conciertos, en la que todos los días del año tocan por un precio más que razonable grupos emergentes que –quién sabe- podemos llegar a ver en un festival dentro de unos años.
Lejos de la pretensión, el pub no busca ser algo exclusivo o especial, lo es de forma natural. Tomando algo en la zona del bar, veremos sobre la barra grandes fotos firmadas de Madness, y muchas otras de Amy Winehouse, que además de actuar allí, fue, junto a Pete Doherty, una clienta habitual del pub. Entre el público Encontraremos jóvenes londinenses disfrazados de Hipster, pero también mucho turista aficionado al pop-rock que hace la visita de rigor al templo, y cómo no, aves nocturnas peculiares.
Después del concierto del día y tras unas copas en la zona de mesas, donde la gente se agolpa por donde puede y de fondo suenan clásicos patrios, (Beatles, Stones, Fleetwood Mac, Spandau Ballet…) la sala de conciertos vuelve a llenarse para bailar también grandes hits del punk, rock y britpop, hasta que suena You Know I’m No Good, de Winehouse, y de forma irónica y melancólica algo nos dice que aquello se termina… y son sólo las 2!
La magia se rompe un poco con un segurata que echa a la gente del bar a gritos, hay que cerrar. Pero el recuerdo de este templo de la música que acoge a todo melómano, y que mezcla a la perfección lo antiguo con lo nuevo, lo mainstream con lo indie, es indudablemente bueno. Volveremos! PICOTT GIRL.