El séptimo álbum de estudio de la legendaria banda inglesa marca el inicio de una nueva etapa donde, bajo la producción de Jimmy Miller y ya sin el guitarrista Brian Jones, The Rolling Stones ofrecerían lo mejor de si mismos dando un impulso sin precedentes a su carrera discográfica. Por ALBERTO J. PUYALTO
Tras haber publicado en 1967 el disco Their Satanic Majesties Request como respuesta al lanzamiento del Sgt. Pepper’s de los Beatles, el grupo liderado por Mick Jagger se hallaba en el momento más delicado de su carrera. Su último LP había recibido fuertes críticas y Brian Jones, uno de los miembros más importantes de la banda, parecía tener serios problemas con las drogas que le impedían concentrarse en su trabajo. Saltaba a la vista que los Stones necesitaban poner orden en sus filas y realizar un cambio drástico en la producción. La época de grandes conciertos en estadios y auditorios estaba apunto de arrancar y el grupo debía encontrar un nuevo camino si quería que su tour por Estados Unidos fuera un verdadero éxito.
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Con el fin de dar un nuevo giro a su música de estudio, el grupo contrató al productor Jimmy Miller, conocido por haber trabajado con bandas como Spencer Davis Group y Traffic. Su aportación debía ser clave para hallar un nuevo sonido que otorgara un rasgo de identidad a la banda en aquellos momentos de zozobra. A mediados de febrero de 1968, el equipo se trasladó a la casa de Keith Richards en Sussex para trabajar en la pre-producción y acto seguido a un estudio ubicado en Surrey, donde pronto se comprobó que la elección no podía haber sido más acertada. En apenas unas sesiones, Miller demostró saber exactamente la fórmula mágica para engendrar los que, a mi juicio, serían los 4 mejores álbumes de la discografía de los Stones: Beggars Banquet (1968), Lead It Bleed (1969), Sticky Fingers (1971) y Exile on Main Street (1972).
En el conjunto de estos trabajos se aprecia tal homogeneidad sonora que bien podríamos hallarnos ante un único álbum. Las canciones que contienen son esenciales para explicar la razón por la cual los Rolling Stones son considerados la mejor banda de rock n’ roll de la historia. Temas como Stray cat blues, Gimme shelter, Can you hear me knocking o Tumbling dice definen un estilo potente, basado en una soberbia sección rítmica a cargo de Charlie Watts y un dúo de guitarras en las que el uso del fuzz y el overdrive resulta siempre equilibrado. La voz de Jagger, sin tener grandes cualidades, otorga una fuerza y energía inagotables; una vez escuché decir que Mick era el más perfecto de los cantantes imperfectos. No puedo estar más de acuerdo.
Pero volvamos al punto de partida. A principios de verano del 68 el grupo anunció públicamente el lanzamiento de un nuevo LP, y lo hizo publicando el sencillo Jumpin’ Jack Flash, tema que sin embargo no estaría incluido en el álbum. La canción alcanzó pronto puestos de privilegio en las listas de éxito, pero el disco se demoraría todavía un tiempo. Tanto Decca en Inglaterra como London Records en Estados Unidos habían rechazado la portada por considerarla ofensiva. En ella se mostraban las pintadas de un baño público donde algunos de los mensajes y dibujos no resultaban del agrado de las discográficas. Las discusiones impidieron cumplir con la fecha anunciada, circunstancia que obligó a sacar un segundo sencillo para que el público siguiera abriendo boca. Street fighting man sería también objeto gran controversia en EE.UU debido a su contenido revolucionario. Las autoridades americanas optaron por censurar la canción de las emisoras al considerar que suponía un elemento desestabilizador tras los recientes asesinatos de J.F.K. y Martin Luther King. En este extraño escenario, las negociaciones para sustituir la portada se prolongaron durante meses. Finalmente la banda aceptó adoptar una versión de carácter minimalista que recibiría ciertas críticas por su similitud con la del White Album de los Beatles. Beggars Banquet acabó saliendo al mercado el 6 de diciembre, pero la demora no había hecho más beneficiarle. Durante esos meses, los Stones habían reforzado su fama de grupo irreverente, y eso a final de los 60 era garantía de éxito.
Musicalmente hablando, el nuevo álbum recuperaba las raíces blues características de los inicios de la banda para mezclarlas con un country sureño de excelente factura. Esta combinación queda patente en canciones como Dear Doctor, Factory Girl o Prodigal Son. Además, la guitarra slide utilizada en los temas No Expectations o Jig-Saw Puzzle contribuye también a acentuar este carácter blusero, evidenciando la admiración de Keith Richards y Brian Jones por músicos como Son House, Howlin Wolf o Johnny Winter.
Si existe alguna canción representativa de este álbum ésta es Sympathy for the devil. Escrita por Jagger en un período durante el cual el cantante sentía gran interés por temas filosóficos y ocultistas, se ha especulado mucho sobre las fuentes de su inspiración, señalando libros como El Maestro y La Margarita de Bulgakov o Las flores del mal de Baudelaire. La letra constituye una narración en primera persona donde Lucifer se jacta de haber participado activamente en algunos de los acontecimientos más oscuros de la historia (las guerras religiosas en Europa, la Revolución Rusa, la muerte de Kennedy, etc.). Desde el punto de vista de la sociedad puritana que aún imperaba en el mundo anglosajón, aquello era un nuevo escándalo. El LP anterior ya había tratado temas vinculados con el Diablo (la banda había reconocido la influencia de las obras del escritor y ocultista Aleister Crowley en su música), así que los Stones fueron automáticamente acusados de fomentar el satanismo. Se levantaron rumores sobre su vinculación con extraños grupos religiosos y se les culpó de fomentar conductas impropias entre la juventud.
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Pese a todo, la banda continuó con sus trabajos de promoción, y los días 10 y 11 de diciembre grabó un programa de televisión llamado The Rolling Stones Rock and Roll Circus donde se presentaban algunas de las nuevas canciones. En el show aparecen como invitados grupos tan importantes como The Who o Jethro Trull, pero destaca especialmente la participación de John Lenon, Eric Clapton y Mitch Michell, que junto a Keith Richards integran el grupo ficticio Dirty Mac. Tras una cómica entrevista de Mick a Lenon, esta banda improvisada interpreta el tema Yer blues de los Beatles en un momento verdaderamente histórico. El programa de TV nunca llegó a emitirse y fue estrenado en los cines durante 1996, aunque actualmente puede adquirirse en DVD.
Actualmente podemos degustar Beggars Banquet en su versión remasterizada y sin la insulsa portada de sustitución. Uno echa un vistazo al listado de pistas y queda impresionado: todos los temas son ya canciones legendarias de un grupo que en 2012 ha cumplido ni más ni menos que 50 años de historia.
Beggars Banquet destaca también por ser considerado el último LP donde Brian Jones colaboró formalmente con los Rolling Stones. Desde hacía tiempo, los problemas que el músico tenía con las drogas habían derivado en una creciente inestabilidad emocional que afectaba a sus relaciones con el resto de la banda. Brian había sido detenido varias veces por posesión de estupefacientes y esta circunstancia dificultaba la obtención de permisos para entrar en EE.UU. Por estos motivos, los Stones se vieron obligados a expulsarle del grupo el 10 de junio de 1969, en plena grabación de su siguiente álbum, Let It Bleed. La despedida al parecer fue bastante amistosa; Brian mostraba discrepancias sobre el rumbo musical que había tomado la banda y se mostraba deseoso de trabajar en solitario. Pese a todo, un mes después de que esto sucediera, el músico fue encontrado muerto en la piscina de su casa. Las causas de la muerte nunca fueron completamente esclarecidas. Tenía tan sólo 27 años y su pérdida causó una gran conmoción en el grupo. La ausencia de Brian fue cubierta posteriormente por Mick Taylor hasta 1975, año a partir del cual Ron Wood pasaría a ser la segunda guitarra de la formación definitiva.
Hoy en día, y pese a la edad de sus integrantes, los Rolling Stones siguen encarnando el espíritu del rock n’ roll como hace medio siglo, haciendo suyo aquel dogma de “los viejos rockeros nunca mueren”. Sería difícil negarles el cetro de la música moderna si no fuera por la eterna comparación con los Beatles. Los melómanos parecen condenados a posicionarse a un lado o al otro. Por mi parte, y expresando de antemano mi admiración por el cuarteto de Liverpool, debo confesarme profundamente “stoniano”.
Las comparaciones, no obstante, se me antojan absurdas. Bajo mi punto de vista, los Beatles y los Stones son como la noche y el día. Mientras los primeros nacieron del rock clásico, revolucionaron la música pop e hicieron incursiones en la psicodelia, los segundos han estado siempre asentados en un blues y un rock políticamente incorrectos, y por ello opuestos a la música legada por McCartney, Lennon y compañía. El sonido de los Rolling siempre ha tenido esa innegable crudeza, esa rabia existencial que despliega sus raíces en la música tradicional americana. Basta tan sólo con escuchar Beggars Banquet para darse cuenta de ello.