Pocas veces el mundo de la música engendra un talento tan brillante y polifacético. Tim Buckley, joven cantautor estadounidense nacido en 1947, se erigió como uno de los más prometedores músicos de la década de los 60, rechazando etiquetas y modas que pudieran condicionar su inmensa obra.
Hoy por hoy, haciendo balance de su corta pero prolífica carrera, sería difícil asignarle un género en especial, pues experimentó con el folk, el rock, el blues, la psicodelia y el jazz sin caer en tópicos estilísticos. Lamentablemente, y como era frecuente en esa época, la muerte nos arrebató prematuramente su voz: el 29 de junio de 1975 Tim Buckley moría por sobredosis de heroína dejando tras de sí varios discos de arrebatadora belleza. Por ALBERTO J. P.
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Escuchando de nuevo su discografía, tal vez pueda afirmarse que Happy Sad sea una transición entre el estilo más folk de la primera etapa del cantautor hacia un sonido más complejo, donde las canciones ganan matices con la aportación de nuevos instrumentos
Happy Sad es uno de esos maravillosos ejemplos: 6 conmovedoras canciones que reflejan el alma de un muchacho de 21 años que parecía haber vivido ya cientos de ellos. Desde el punto de vista musical, los ritmos jazzísticos predominan en este disco de tintes melancólicos, donde la sorprendentemente versátil voz de Buckley se funde con las mágicas notas de un vibráfono en Love from room 109 at the islander o con los ritmos tribales de los tambores de Gipsy Woman.
Resulta difícil encontrar hoy en día álbumes con tantos matices sonoros, donde cada escucha suponga un nuevo descubrimiento. Casi todas las canciones transmiten una serenidad cautivadora, basada en esa perfecta combinación que supone la voz de Buckley sobre el trasfondo musical creado por los músicos Lee Underwood (guitarras, teclados), David Friedman (percusión, marimba, vibráfono), John Miller (bajo) y Carter Collins (congas). El resultado es un sonido rico e inspirador, que nos invita a relajarnos. Tal vez sea Dream letter, pieza clave del álbum, la que defina mejor ese aura especial que destilan las canciones de Buckley; basta con escucharla en algún lugar tranquilo, en silencio, tal vez apunto de conciliar el sueño, para comprobar que nos hallamos ante un músico extraordinario que poseía la habilidad de estremecer el alma humana.
Escuchando de nuevo su discografía, afirmaría que Happy Sad constituye una transición entre el estilo más folk de la primera etapa del cantautor hacia un sonido más complejo, donde las canciones ganan matices con la aportación de nuevos instrumentos. Pero el LP es simplemente una pequeña joya escondida, que ha pasado demasiado desapercibida a lo largo de los años, y que nos entrega lo mejor de este cantante fascinante.
Los que jamás hayan oído hablar de él repararán pronto en que su apellido no les resulta completamente desconocido. En efecto, Tim era el padre de Jeff Buckley, prometedor músico de los 90 que encontró la muerte ahogado mientras nadaba en el río Wolf en Memphis (Tennessee). Parece como si el destino hubiera sentenciado a padre e hijo a un fin triste y prematuro. Pese a todo, la relación entre ambos en vida fue prácticamente inexistente: poco antes del nacimiento, Tim Buckley se separó de su mujer Mary Guibert y apenas tuvo trato con Jeff. La letra de la canción que da nombre al álbum revela precisamente este cargo de conciencia que arrastraba el artista por su nefasto papel como padre.
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Tim Buckley, al igual que su hijo, tenía una voz portentosa, capaz de alcanzar un intervalo de octavas realmente notable. No obstante, su utilización siempre tuvo fans y detractores. Los habituales fraseos vocales que incluía en ciertos pasajes eran tachados de superfluos por la crítica, que acabó relegándole a un segundo plano en el panorama de la costa oeste. En realidad, la acogida que recibió Buckley durante todo su carrera fue dispar, y en ocasiones más bien discreta. Tras darse a conocer con algunos trabajos realmente notables, inició una serie de discos de experimentación cuyo escaso carácter comercial diluyó parte del éxito obtenido hasta entonces. Sólo sus últimos LPs recuperaron algo de relevancia, dando un giro hacia el funky mediante la formación de una nueva banda.
Sin embargo, para entonces Buckley había iniciado una carrera sin retorno contra sí mismo. El desencanto frente a los fracasos comerciales y sus tormentos personales le arrastraban en un espiral de drogas y depresión que marchitaría su vida. En verano del 75, tras haber consumido gran cantidad de alcohol durante una fiesta, el cantante acompañó a su viejo amigo Richard Keeling a buscar heroína. Una discusión entre ambos concluyó en un consumo mayor de lo habitual -del que se responsabilizó penalmente a Keeling-, provocándole a Buckley una sobredosis. Se trasladó a casa al cantante, pero falleció antes de que los servicios médicos pudieran llegar para socorrerle. Como acostumbra a suceder, las opiniones del entorno del artista sobre este último capítulo son bastante diferentes. Algunos afirman que Tim había consumido mayores dosis en otras ocasiones, y que probablemente su tolerancia había disminuido. Otros coinciden en que el desenlace era previsible debido a los peligrosos hábitos de vida que había adquirido el compositor en los últimos años.
Sea como fuere, sólo la muerte y el paso del tiempo parecen haberle otorgado a Buckley la notoriedad merecida. Recientemente se han remasterizado algunos de sus discos, se han publicado varios de sus directos (Dream Letter, Live in London o Live at Folcklore Center, NYC) y se ha lanzado un álbum de rarezas y grabaciones inéditas (The Dreams Belong to Me). Es sin duda un final triste para un músico marcado por la frustración, pero que nos dejó un legado que habla de su considerable talento.
Un auténtico placer leer a este «ALBERTO J.P.»…¡Felicidades! … A ver cuando te marcas uno con Jeff Buckley o Radiohead….come on!Can’t wait!!!