Mientras en la Costa Oeste el movimiento hippie alcanzaba su máximo auge, a mediados de los 60 nacía en Nueva York una música experimental, cruda y sin concesiones, cuyas oscuras letras hablaban de temas jamás escuchados como el travestismo, la heroína o el sadomasoquismo. Bajo el mecenazgo del excéntrico Andy Warhol, The Velvet Underground lanzaban su primer álbum e iniciaban una corta carrera discográfica que, sin embargo, les llevaría a ser considerados como verdaderos precursores de nuestra actual música alternativa. Por ALBERTO J. PUYALTO
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Hace ya algunos años, creo que en 2008, escuché en televisión que Lou Reed iba a realizar un recital de poesía en catalán en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona. Al principio me quedé con la sensación de no haber entendido bien la noticia, pero era cierto: el célebre músico neoyorkino venía a Barcelona para realizar este curioso acto en el CCCB y presentar un libro con las traducciones de sus textos y canciones al catalán (al parecer ya publicados tiempo atrás en castellano).
Por entonces, de Lou Reed yo conocía más bien poco. Tan sólo que había sido una figura musicalmente relevante y autor de la pegadiza canción Walk on the wild side. Pero el asunto despertó mi curiosidad, no tanto porque Reed mostrara su aprecio por la literatura catalana, que también, sino porque no alcanzaba a comprender qué lleva a un músico de este calibre a meterse en semejante berenjenal a estas alturas de su vida. A raíz de este episodio ahondé un poco en su obra y descubrí a un artista a la antigua usanza, de esos que se revelan contra lo establecido y se implican en todas las disciplinas del arte, pero sobretodo descubrí a un letrista excelente, fundador de uno de los grupos más grandes de la historia: The Velvet Underground.
De la mano del promotor Al Aronowitz, la banda empezó a realizar humildes actuaciones en la escena underground de Nueva York hasta que, durante un concierto en el Café Bizarre, Andy Warhol quedó fascinado con su música y les propuso producir su primer disco. La oferta, sin embargo, iba a tener ciertas condiciones
Corría el año 1965 cuando Lou Reed, que trabajaba como compositor en Pickwick Records, conoció a John Cale, un talentoso músico galés que había llegado a Estados Unidos para estudiar música clásica. El panorama cultural americano estaba por aquel entonces inmerso en el movimiento beat, una suerte de rechazo a los valores establecidos que predicaba una contracultura fundamentada en el abuso de las drogas y la libertad sexual. Escritores como Kerouac, Neal Cassady, William Burroughs o Allen Ginsberg ejercían una importante influencia sobre artistas como Bob Dylan o Jim Morrison y la música pop. Lo esencial parecía ser transgredir, innovar sin limitaciones, y aquello de nadar contra corriente se le daba bastante bien al joven Reed. Junto a Cale decidió formar un grupo, y para ello buscó la colaboración del guitarrista Sterling Morrison y de la batería Maureen Tucker (quien remplazó a Angus MacLise, seleccionado en primer lugar pero que había abandonado la formación por discrepancias con el resto de miembros).
De la mano del promotor Al Aronowitz, la banda empezó a realizar humildes actuaciones en la escena underground de Nueva York hasta que, durante un concierto en el Café Bizarre, Andy Warhol quedó fascinado con su música y les propuso producir su primer disco. La oferta, sin embargo, iba a tener ciertas condiciones.
Convertido en mánager del grupo, Warhol decidió integrar en la formación a la modelo de origen alemán Nico, una estrella de The Factory, ese taller donde Andy reunía a su pandilla de librepensadores, comedores de anfetas y bohemios con pretensiones artísticas. Nico era una belleza que quería ser cantante pero que poseía grandes dificultades para afinar y poco talento musical. Sin embargo, el excéntrico artista pensó que daría una nota exótica a The Velvet Underground. Warhol obligó también a añadir el nombre de su protegida a la banda y a cederle la parte vocal de varias de las canciones del álbum, y aunque los miembros del grupo no estuvieron demasiado entusiasmados, se trataba de una oportunidad difícil de rechazar.
Visto hoy en perspectiva, la aportación musical de Nico en este álbum es bastante pobre, pero Warhol no andaba desencaminado: su voz dura y melancólica ofrece un extraño contraste y contribuye a acentuar el carácter heterogéneo del disco. Tras varias escuchas, incluso sus desafinaciones despiertan cierta ternura. No obstante, la banda de Reed no se sentía cómoda con las imposiciones y se desharía de Warhol y de la cantante en ya en su posterior trabajo. Nico, por su parte, publicaría varios discos en solitario, entre ellos Chelsea Girl, y se labraría su propia carrera discográfica, apareciendo también en diversas películas. Fallecería en 1988 en Ibiza a consecuencia de un derrame cerebral tras un accidente de bicicleta.
Pero volviendo al álbum que nos ocupa, es necesario señalar que en 1967 la música de The Velvet Underground se apartaba completamente de cualquier sonido que se hubiera escuchado hasta el momento. Mientras The Beatles o The Rolling Stones transformaban el blues rock en música pop para las masas, The Velvet Underground destilaban un sonido diametralmente opuesto, que no encajaba en clichés comerciales. Los responsables de esta innovación sonora eran sin duda Lou Reed y John Cale. El primero por aportar afinaciones distintas en sus temas, utilizando el ostrich tunning (basado en afinar todas las cuerdas de la guitarra en la misma nota), una técnica presuntamente inventada por el propio Reed y que toma su nombre de una canción llamada The ostrich (compuesta por el cantautor para una banda anterior llamada The Primitives). Por su parte, Cale incorporó el violín eléctrico y una guitarra de distorsión con agudos estridentes y extrañas reminiscencias metálicas.
El resultado fueron algunas canciones que con una sonoridad fresca y original como I’m waiting for the man o Run, run, run, y temas perturbadores como Venus in furs, muestra de una particular forma de concebir la psicodelia en la Costa Este. Esta música de la Velvet, nacida de una amalgama de feedbacks y electricidad, recreaba un sonido urbano, sucio y vanguardista que vaticinaba el devenir de las próximas décadas. Bajo la atónita mirada del público, Reed y su banda eran conscientes de estar transgrediendo los cánones establecidos, pero no podían imaginar la influencia que sus discos ejercerían en géneros tan importantes como el garaje o el punk. De hecho, su influencia sigue vigente en nuestros días, pues su firme filosofía de evitar fórmulas comerciales y dar prioridad a la experimentación sigue siendo la base de muchos de los géneros de música alternativa que se cultivan hoy en día.
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La energía de algunas pistas del disco se alterna con cadencias más sosegadas, donde el oscuro lirismo de las canciones resulta impactante incluso para nuestra época. Según entrevistas posteriores, la voluntad de Lou Reed al componer los temas era trasladar el contenido de la novela americana a la música y plasmar la realidad de lo que sucedía a su alrededor. Aquello, pese a que pudiera escandalizar, era preferible a seguir usando temáticas recurrentes. Así, las letras del álbum hablan de una América donde el sadomasoquismo (Venus in Furs), las drogas (Run, run, run), la desesperanza (Sunday morning) o la prostitución (Femme fatale) están a la vuelta de la esquina. En uno de los temas más conocidos, Heroin, Reed explica incluso las experiencias escondidas tras la aguja sin ningún tipo de tapujos. Se trataba, en definitiva, de narrar el dramatismo de una nueva generación dispuesta a hacer trizas los valores americanos.
La grabación de The Velvet Underground & Nico se llevó a cabo en 4 escasas sesiones que tuvieron lugar entre el Scepter Studios y otro estudio de Nueva York. La verdadera influencia de Warhol como productor siempre ha sido objeto de debate, pues aunque se sostiene que el artista pidió a Reed que hablara sobre ciertos temas en sus composiciones, al parecer no tuvo excesiva intervención en el proceso de grabación. Sí fue, en cambio, responsable de la promoción del grupo al integrarlo en su show The Exploding Plastic Inevitable, una bizarra puesta en escena donde los colaboradores de The Factory mezclaban luces y proyecciones mientras The Velvet Underground realizaban sus actuaciones escoltados por delirantes bailarinas. El espectáculo viajó por Estados Unidos y Canadá entre 1966 y 1967, y aunque recibió fuertes críticas por parte de los sectores más conservadores, contribuyó a una completa metamorfosis de lo que suponía la creación artística al otro lado del Atlántico.
Es evidente que la banda de Reed jugó un papel importantísimo en este proceso, pero como grupo perteneciente a esta nueva subcultura, su disco debut y sus posteriores trabajos tuvieron siempre una fría acogida. The Velvet Underground jamás recibió el reconocimiento que le ha sido otorgado con posterioridad y sus fracasos comerciales se sucedieron uno tras otro, hecho que acabó por disolver la formación en 1973.
Pese a todo, el legado estaba ahí para quien quisiera recogerlo. Aquella nueva manera de hacer música, tan real y descarnada, había cautivado a muchos artistas de la época, entre ellos David Bowie. El famoso cantante inglés se declaró fan incondicional de la Velvet y rescató a su admirado Reed del fracaso cuando la banda se separó, ofreciéndose a producir su disco en solitario Transformer.
Antes de concluir resulta ineludible destacar la célebre portada del álbum. El dibujo de la banana amarilla con las instrucciones “Peel slowly and see” es ya una de las imágenes icónicas del Pop Art, al que Andy Warhol realizó tan valiosas aportaciones. Sin embargo, para el gran público también constituye un símbolo inequívocamente asociado a The Velvet Underground y esta dualidad ha llevado a los representantes del grupo y a la Fundación Andy Warhol a una batalla legal para disputarse los derechos de explotación del diseño a principios de 2012.
Rencillas a un lado, que duda cabe que la colaboración entre estos grandes artistas engendró un disco visionario en muchos los aspectos. Es sorprendente escuchar el álbum 45 años después y comprobar que sigue sonando tremendamente vanguardista, como si nada hubiera sucedido. Tal vez es que lo bueno no entiende de modas, o que la auténtica originalidad tiene ganada de antemano esa difícil lucha contra el tiempo.